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Nota de opinión: La maligna marginalidad

[16 de abril de 2011]

* Por Sonia Elizalde.

Si revisamos los datos estadísticos de diferentes informes, podemos observar que ofrecen cifras aterradoras que tienen inmersa a nuestra sociedad y como en un cuento de terror aparece la  maligna marginalidad acechando a los sectores más pobres, dejándolos expuestos a la más aberrante de las sensaciones que puede sentir un ser humano, el sentirse fuera del sistema, alejado de lo primordial, que es la dignidad.

El 27,3 por ciento de los adolescentes y jóvenes argentinos se encuentra desocupado, por cuanto no trabaja pero busca activamente insertarse en el mercado laboral.

550.000 adolescentes de entre 14 y 18 años desertaron de la escuela secundaria.

Cómo logra insertarse en un mercado laboral cada vez más exigente un joven que hace 10 años que busca en empleo sin suerte y que, para colmo, abandonó tempranamente sus estudios? ¿Qué hacer con los adolescentes que no estudian ni buscan trabajo? ¿Cómo conseguir que 1,2 millón de jóvenes que trabajan en negro puedan acceder a la dignidad del blanqueo? Estas respuestas no están al alcance del mercado sino que deberán partir del Estado y las políticas sociales que este brinde para poder rescatar de la maligna margi- nalidad a los perseguidos por esta.

Y a colación de este tema que atraviesa la sociedad entera, en Argentina y América latina, voy a referir  lo experimentado días atrás, cuando en una  travesía única pude conocer la famosa, ya que últimamente ha aparecido diversos informes televisivos, feria de “La salada”, en un trabajo casi de campo fui a conocer una realidad que hasta en un punto dolorosa nadie  debería dejar de conocer, para poder ver realmente como se maneja aquel lugar de mercaderes que luchan para salir adelante con sus prendas al costo.

Con la excusa de comprar alguna prenda emprendí mi viaje en dos colectivos, para bajar en Puente Lanoria, lugar temido según mis compañeras de trabajo, refirieron que es un lugar peligroso para una mujer y de noche, sin embargo, gente amable topé en el lugar, gente de trabajo, familias enteras con sus niños comprando ropa para hacer frente al crudo invierno  y la realidad de su bolsillo. Personas vendiendo café a los clientes más preciados que regresaban de la feria, como si ese café caliente amenizara el frío de la noche y la espera de ese colectivo que los devolvería a casa cargados hasta los dientes.

En la feria claramente  se puede ver como la marginalidad arrasa con fuerza, se vuelve la villana más cruel, ahí cada uno lucha por su vida, y por su negocio, los precios son de no creer, y las condiciones no son las mejores. Un aroma a pollo frito y a comida peruana perfuma el lugar y la música ambiental  no hace más que repetir una cumbia tras otra.

Es interesante recorrer sus calles y ver cómo desde otro lugar de la sociedad hay gente que intenta por todos los medios salir un poco adelante, son como una tribu que a través de sus ritos mantiene viva una realidad, que aunque a muchos no les gusta existe y está frente a nuestras narices.

Por momentos  obtuve respuestas agresivas a mis preguntas  que iban en son de paz, pero luego de dar algunas vueltas entendí  que muchas de sus respuestas  están cargadas de la desolación de no tener nada, al punto que ya no tienen nada que perder porque nunca ha sido de otra manera.

De regreso a casa no pude dejar de pensar en todo aquello que quedaba allí y que sería de esa gente en algún momento de su vida, de aquella anciana regordeta con facciones bolivianas que me vendió esa bufanda rallada cuando en unos años necesite dejar de trabajar y no tenga su jubilación. O tantas de las adolescentes  con sus vientres engendrados, que será de aquellos niños que llegan al mundo y solo tienen la posibilidad de crecer y jugar en  los alrededores de esa feria.

Agradezco a la vida que  me ha dado la posibilidad de navegar por los canales de Venecia, pero también me permitió  la posibilidad de recorrer las calles de “La salada” y ver que la realidad de nuestro país está alerta como si  la lava del volcán estuviera a punto de desbordarse. Así como los jóvenes necesitan insertarse en el mercado laboral, los mercaderes de la feria necesitan posibilidades más dignas, seguramente también la regulación y habilitación correspondiente para trabajar como Dios manda. Pero para que esto se logre debería suceder algo grande, algo que revierta las condiciones sociales, que permita una decencia de clases y siento que estamos lejos de que eso suceda, aunque nunca pierdo las esperanzas, por mi, por mi familia por mis hijos que algunas vez llegaran, y por todas aquellas personas que luchan incansablemente para que la marginalidad no golpee su puerta.

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