spot_img
spot_img
18.3 C
Nueve de Julio
jueves, marzo 28, 2024

Los noviazgos de ayer

noviosDel brazo, por la plaza o por el paseo…
María y Pepe no eran novios. Su historia, su testimonio, se asemeja al de muchos jóvenes nuevejulienses que vivieron en las décadas de 1940, 1950 o 1960.
Eran poco más que adolescentes y se prodigaban una mutua simpatía. Ella estudiaba corte y confección  y, como la mayoría de las chicas de su tiempo, solía emocionarse con los radioteatros protagonizados por Hilda Bernard y Oscar Casco; él, un año mayor, trabajaba como cadete de comercio.
Puede decirse que sus paseos eran simples. Caminaban juntos alrededor de la Plaza «General Belgrano», escuchando los acordes de la banda de música que tocaba en el atardecer del domingo. De cuando en cuando solían salir a pasear en bicicleta, por la extensión de la avenida Mitre hasta donde finalizaba el empedrado.
Para hacer un alto había un punto obligado: la esquina de Santa Fe y Mitre, en la Panadería de José y Domingo Gobelli. El descendía rápido de su bicicleta e ingresaba al local para comprar veinte centavos de caramelos, con los que la obsequiaba. Ella respondía a tal galantería con un discreto gesto de agradecimiento.
Nunca hubo entre ellos, dos adolescentes de dieciséis y diecisiete años, ningún contacto físico. Solamente una vez, cuando la acompañaba a su casa, Pepe debió tomarla de la mano para cruzar una calle llena de charcos, en los límites de la ciudad, donde todavía no llegaba el pavimento.

UNA DE LAS ETAPAS MAS BONITAS
Todos los estudios que, desde distintos campos, se han referido al noviazgo, coinciden en considerar que se trata de una de las etapas más bonitas y disfrutables de la vida del ser humano. Es una relación transitoria entre un hombre y una mujer, la cual les brinda la oportunidad de conocerse más a fondo para decidir en un determinado momento pasar a la siguiente fase que es el matrimonio. En el noviazgo se pasa de la mera simpatía o del simple «gustarse» a una nueva relación de mayor conocimiento y que a su vez debe estar inspirada por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza.

“FILITO”, “SIMPATIA”, NOVIAZGO Y COMPROMISO

Con el correr de los años, sin embargo, la idea del noviazgo y sus características fueron variando. Es así que, en la actualidad, la concepción que se tiene acerca del noviazgo en las parejas más jóvenes es completamente distinta de la que tenían nuestros padres o nuestros abuelos hace cuatro, cinco, seis o siete décadas atrás.
En aquellos años las reglas que marcaban la relación entre personas de distinto sexo eran muy claras y severas. Existía una categoría, que precedía a noviazgo llamada «simpatía» o «filito»; algunos más pícaros, acostumbraban a utilizar otro sinónimo, “programa”.
La “simpatía” o “filito” representaba la primera aproximación a una relación entre un chico y una chica, en la que se imponía una rígida conducta platónica, y en la que se mezclaban el temor con el respeto.
Los chicos de entonces, que se sentían atraídos por una simpatía o filito, solían tener breves salidas de paseos, en la mayoría de los cuales la joven era acompañada por una hermana o prima, generalmente menor. La hora de la cena, que marcaba una barrera entre las citas decentes e indecentes, era la que disponía el final de cualquier paseo; pues la familia, en pleno, debía estar a la mesa a la misma hora en que, otra familia, la de los Pérez García, a través de la radio contaba sus simpáticas historias.
Puede decirse que el cambio sustancial en la relación entre un hombre y una mujer, después de la adolescencia, se verificaba alrededor de los 20 años, cuando el varón regresaba de la colimba. Allí comenzaba el deseo por alcanzar ese preciado estatus de novio, un progreso que sin duda implicaba mayores compromisos. En el noviazgo, ellos no serían una simple «simpatía», sino que se brindarían un vínculo recíproco de pertenencia que, en su mayoría, conduciría al matrimonio. Ese era el tiempo del cruce de cartas, de intercambios de fotos y del obseguio algún pimpollo de Rosa que, en el mejor de los casos, terminaba en las páginas de algún libro de poesía romántica o de un manual de labores.
En esa época las palabras «amigovio» o «relación abierta» no existían. La institución del noviazgo era bien clara y no admitiría ningún tipo de licencias que escaparan a la moral; no había grises, se estaba de novio o no se estába. Si bien el noviazgo podría precipitar en una ruptura, el camino más lógico era que abriese las puertas al matrimonio.
Después de algún tiempo de noviazgo, surgía naturalmente otra categoría: «el prometido». Si todo marchaba adecuadamente, antes del matrimonio, los novios pasaban a ser «prometidos», lo cual ponía de manifiesto las buenas intenciones de ambos. Las reglas sociales de aquel entonces determinaban que, alcanzado ese peldaño, era innoble volverse para atrás. Obviamente, como en todas las reglas, había excepciones.
Sin dudas los tiempos han cambiado. Han quedado atrás aquellas cartas románticas, escritas con los mejores trazos y rociadas con perfume; o el acto anacrónico de ingresar en la florería de Manuel Courteau, en la calle Libertad, para comprar un clavel con que adornar el ojal del saco, y el cual después terminaría por ser obsequiado a la novia.
Quizá quien lea estos apuntes, y no haya vivido la época, pensarán cual ingenuas e inocentes eran las costumbres que regían al noviazgo y a la relación entre los jóvenes que sentían la primera simpatía. Es verdad, las épocas y las costumbres son distintas. Quizá en mucho se ha avanzado y los aportes de la modernidad hayan ayudado a vencer muchos obstáculos. Pero hay algo que es incuestionable: la primera emoción que sintieron María y Pepe la única vez que se tomaron de la mano, en aquella tarde lluviosa, fue sublime y está más allá del tiempo.

Más noticias