La Organización de las Naciones Unidas emitió un documento que muestra los “costos invisibles” del modelo agroalimentario en la salud del ambiente y de las personas. Advierten que el sistema “es insostenible” y que los daños más severos sobre la tierra se podrán ver en los próximos diez años.
(Agencia CTyS-UNLaM) – Suelos vaciados, contaminación, pobreza, obesidad y malnutrición son solo algunas de las problemáticas que comparten una causa común: cómo se produce y se distribuye lo que comemos.
Recientemente se publicó el Reporte Mundial Midiendo lo que importa en la Agricultura y los Sistemas Alimentarios, que es, entre varios informes, una síntesis del Informe Fundamentos Científicos y Económicos de The Economics of Ecosystems and Biodiversity (TEEB), el documento de la Organización de las Naciones Unidas que analiza los aspectos “invisibles” –es decir- aquellos que no ingresan en los costos- de la producción intensiva de alimentos.
El texto, escrito entre decenas de investigadores de distintas partes del mundo, advierte sobre los daños del sistema agroalimentario y propone alternativas para abastecer a una población mundial que, en 2050, ascenderá a 10 mil millones de habitantes.
“Quienes trabajamos en el mediano plazo evaluando escenarios, entendemos que esto es insostenible”, asevera el Doctor (Ing. Agr.) Walter Pengue, investigador y docente del Área de Ecología de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) y del GEPAMA de la Universidad de Buenos Aires (UBA), uno de los autores líderes que coordinó el panel de expertos convocados por la ONU y miembro del Comité Científico del TEEB Agriculture&Food.
Desde la “economía ecológica”, Pengue estudia los flujos y el stock de recursos naturales con los que se nutren las sociedades modernas. Con esta mirada, pudo observar, por ejemplo, la cantidad -en millones de toneladas- de nutrientes que el suelo argentino (y mundial) ha perdido por décadas y que ni los Estados ni los productores han contemplado en sus cálculos de “costos”.
“Cuando se analiza el flujo de nutrientes –explica- que salen de una parte del mundo y van hacia la otra, en un lado se genera un vaciamiento, como si se tratara de una agricultura “minera”, y en el otro contaminan porque los nutrientes se acumulan”. Así, con cada exportación de carnes, leche, cereales y oleaginosas se pierden enormes cantidades de nitrógeno, potasio, fósforo, azufre, calcio y magnesio, entre otros elementos presentes en la tierra, que no se recuperan.
En su libro, El vaciamiento de las Pampas (GEPAMA & Fundación Heinrich Böll Stiftung, 2017), Pengue sugiere que, si se intentara recuperar mediante la compra de fertilizantes, por ejemplo, el nitrógeno que se perdió con los productos exportados hasta el momento, Argentina debería ser resarcida con, al menos, US$ 6.000.000.000.
En rigor, en el Informe se argumenta que diversas variedades de cultivos básicos han perdido “densidad nutricional” (descenso de proteínas, calcio, fósforo, hierro, riboflavina y ácido ascórbico). A su vez, muestra que, si bien hoy se tiene la capacidad para alimentar a 7.500 millones de personas, la calidad de esa alimentación dio paso a un incremento de la morbilidad y las enfermedades no trasmisibles, tales como diabetes y obesidad, en edades cada vez más tempranas.
En consonancia con el Ingeniero, el Informe TEEB sostiene que la agricultura dominante sacrifica la calidad de los alimentos y externaliza las repercusiones ecológicas, económicas y sociales de esta actividad. Así, “perpetúan las desigualdades y contribuyen al aumento de las enfermedades relacionadas con la alimentación y la agricultura”.
A los distintos factores mencionados sobre el modelo extractivista, se suma el uso de fertilizantes y agroquímicos de probado daño ambiental y sanitario. “Lo que veo es que hay una información sesgada y se pretenden analizar cuestiones como grandes oportunidades económicas cuando en realidad no se perciben los riesgos, y los riesgos están documentados y hasta medidos”, subraya el ingeniero.
Al analizar los movimientos de flujo energético mundial, Pengue observó que las ciudades arrastran más del 80 por ciento de los recursos energéticos y el 75 por ciento de los materiales. Sus demandas dejan “huellas ecológicas” que exceden su superficie y las convierte en verdaderas “energívoras”.
“Nos encontramos que, por la vía comercial, unos países están por encima de otros utilizando sus espacios territoriales, lo que nosotros llamamos la biocapacidad de esos países”, desarrolla el experto.
Esa presión de las grandes ciudades sobre extensas superficies permite ver, entre otras cuestiones, la desigualdad. En un pasaje de su libro, Pengue sostiene: “Hoy, si el mundo pretendiera alcanzar el mismo nivel de consumo que el de occidente más desarrollado, serían necesarios varios planetas para poder abastecer esa demanda”.
En este panorama, no solo está en juego la calidad de los alimentos, sino el abastecimiento a futuro. La ONU sostiene que, de aquí a 2050, la producción agrícola deberá crecer para cubrir la demanda alimentaria, expandiendo así la frontera productiva sobre selvas y bosques que resguardan la diversidad.
Se estima que, al ritmo actual, “la degradación de los suelos causará la pérdida de entre 1 y 2 millones de hectáreas de tierras agrícolas al año, y que, para 2050, el 40 por ciento de la población mundial vivirá en zonas sometidas a un estrés hídrico grave”.
Todos los “daños colaterales” del sistema alimentario se pueden evidenciar en el Informe TEEB que, además, propone modelos agronómicos que contemplen el cuidado del medio ambiente, la salud y el desarrollo económico equitativo.
En ese sentido, sugieren que las formas regenerativas de agricultura -agroecológica, orgánica, biodinámica o integrada- pueden aliviar y recomponer los suelos degradados, reponer el carbono y la microbiota de los suelos, y generar ecosistemas que favorezcan la biodiversidad.
Por su parte, Pengue sostiene que se debe cambiar el paradigma y se debe comenzar por la educación. “Podemos escapar –argumenta el experto- a los modelos extractivos y al uso de agroquímicos si cambiamos de base la formación de nuestros ingenieros agrónomos para comprender los agroecosistemas de una manera más integral y no parcializada. Actualmente, nos quieren llevar a una simplificación imposible de controlar bajo esa mirada reduccionista”.
“Los escenarios del cambio climático ya están y esto es el inicio, el final es un final abierto. Todavía hay oportunidades para poder cambiar, pero lo que la gente tiene que dejar de pensar es en el bolsillo para pensar en el mediano plazo; y no hablando únicamente por las generaciones futuras, sino por los próximos diez años”, cerró.