spot_img
spot_img
12.8 C
Nueve de Julio
jueves, abril 25, 2024

Lágrimas de un soldado. Trazos biográficos sobre el general Vedia

Por Héctor José Iaconis

Las semblanzas de carácter biográfico, tanto publicadas como inéditas, acerca del general Julio de Vedia, fundador del Partido de 9 de Julio, concentran copiosa proliferación de datos que nos permiten conocer la prolongada carrera castrense. Del mismo modo, nos aportan referencias sobre los encuentros de armas en los que participó el militar, o las intervenciones -escasas por cierto- en el ámbito civil.
Su participación en la lucha de fronteras con el aborigen, y la conllevada aceptación del proyecto de país que se abrazaba entonces, donde el nativo aparecía injunstamente como un visible obstáculo para el progreso, puede producir que muchos interpreten su vida sólo desde esos dos aspectos, obnubilando las demás cualidades que pudieron cimentar su personalidad.
A través de la  rica correspondencia epistolar que mantuvo, en diferentes momentos de su existencia, tanto con familiares como con amigos, es factible acercarnos a la dimensión afectiva de un hombre que distaba bastante del paradigma de militar severo e imperativo que podía ser común entonces.
Ahora bien, en este artículo hemos querido reunir algunos párrafos, particularmente pertenecientes a las esquelas que aún se conservan, escritas de manos por el general Vedia.

EL AMOR A SU MADRE
Las cartas que Vedia enviaba a su hermana Delfina de Vedia, esposa del general Mitre, son piezas de sumo interés para conocer los aspectos más íntimos de su vida. Solía describirle con detalle la situación de la familia o el contexto del lugar donde se encontraba, sin dejar de emplear jamás una prosa bastante cercana a la ternura.
De manera muy recurrente resaltaba los sentimientos que profesaba hacia sus familiares. El 6 de enero de 1859, desde Bragado, escribía: «Con salud, con un pasar regular y un poco de filosofía para soportar las pequeñas contrariedades de la vida se puede ser feliz, máxime, cuando a este se une el tener una dulce y buena compañera y unos hijos que, como los míos […] revelan ya, en su tierna edad, inteligencia y bondad»(1).
Y más adelante describía a su hermana el afecto tenido por su madre, ya desaparecida: «… ningún cariño llegará al que profesé a mamá. No era sólo cariño, era una veneración tierna y cariñosa, que me hacía no poderla mirar sin que los ojos se me llenaran de lágrimas…».
«Hoy -continuaba- que han transcurrido tantos años, y otras afecciones ocupan mi corazón, jamás pienso en mamá sin que mi corazón se comprima y al fijar mis ojos en su retrato que tengo al lado de mi cama, me cuesta trabajo no llorar…»(2).
En otra carta, varios años después volvía a referirle a su madre: «Yo no la he olvidado un momento, y la lloro siempre, y en este mismo momento en que te hablo de ella, el corazón no me cabe en el pecho y los sollozos me ahogan». Y un poco más adelante, decía: «… muchas veces siento una amargura infinita en mi alma, una necesidad imperiosa de llorar, y esto que muchas veces no tiene una causa definida, me sucede siempre que, por una razón cualquiera traigo a la memoria el recuerdo de nuestros adorados padres»(3).
Manuela Pérez Castellano y Pagola, su madre, había fallecido en Montevideo el 3 de junio de 1851. es probable que, en el fragor de los hechos de armas de esos momentos, Julio de Vedia no haya estado presente en el lecho de muerte de su madre. Este hecho habría sido, tal vez, entre muchas otras, una de las razones por las cuales lloraba, ocho años después, la muerte de su madre.

FRENTE A LA LA MUERTE DE  SUS  HIJOS
Su composición emocional, es presumible, se vio influenciada  considerablemente por la muerte temprana de tres de sus hijos, Enrique, Carolina y Julio.
El recuerdo del primero, estaba presente también en las cartas a su hermana. En 1865 le escribía a Delfina: «¿Qué sería de nosotros sin el olvido?. Qué sería de tu desgraciado hermano sin esa condición humana que le hace no sentir seguido esa herida que sangra aún; el puñal que sentí taladraba mis entrañas al ver expirar en mis brazos a mi Enrique»(4).
El fallecimiento de su hija Carolina, mientras se encontraba al frente de las fuerzas de ocupación en Asunción del Paraguay, en las etapas finales de la Guerra de la Triple Alianza, signaron con el dolor buena parte de su vida. A su amigo, el general Emilio Mitre, le escribió en junio de 1870: “Excuso decirte lo que pasa por mí. No lo podría tampoco, pues no creo que haya palabras capaces de expresar lo que he sentido, lo que siento. Tú sabes lo que son mis hijos para mí… Entre estos era mi Carolina la más querida, la más dulce y dada conmigo y Dios me la ha arrebatado cuando menos lo pensaba, cuando nada, casi hasta el último momento, podía hacerme presumir tan terrible golpe»(5).
Y en la misma nota, le confiaba la profundidad de su angustia: «He sufrido mucho. querido amigo. Sufro aún y sufriré… Al ver expirar a mi Carolina, sentí una cosa horrible, indescriptible en mi corazón. Me dirigí a la caja de mi revolver y le estuve contemplando un rato. ¿Qué pasó en mi espíritu?. No lo sé. Al menos no puedo explicarlo, pero aquellos momentos fueron horribles y han dejado honda huella».

EL SEMBLANTE DEL ABUELO
Además de las ricas notas epistolares escritas por Vedia, podemos acercarnos para formar una idea de su complexión, el recuerdo de sus familiares. Su nieta, Delfina Molina y Vedia de Bastianini, quien le había conocido, lo recordaba como «un hombre alto y fornido, arco ciliar espeso, ojos celestes y cutis sonrosado».
«Su barba fluvial –insinuaba la profesora Bastianini-, a lo Moisés de Miguel Ángel, ensortijada, el andar majestuoso, a menudo con las manos cruzadas en la espalda, le daban un aire profético y a la vez meditabundo. La vivacidad de su mirada siempre alerta relampagueaba con singulares destellos cuando algún interés especial conmovía su ánimo.
«Su voz –prosigue el relato-, como suele darse en casi todos los hombres altos y de constitución robusta, era fuerte y de timbre grave. Nunca lo vi beber más que agua, y sus costumbres eran sencillas, democráticas,  enteramente ajenas a la rigidez militar».
En tiempos en que se encontraba en 9 de Julio ya demostraba un significativo interés por las flores y las plantas. Su nieta Delfina, en sus memorias, comentaba al respecto: «Recuerdo la atención ejemplar que él dedicaba a sus rosales, azucenas y mil variadas especies, incluido el resedal que era la flor preferida de mi abuela, y a quien él le hacía ramos primorosos que ésta colocaba junto al retrato de tío Julio, muerto a los veinte años a consecuencia de una anemia profunda cuyo origen nadie consiguió hallar».
«¡Cuántas veces mientras podaba de semillas u hojas secas alguna planta lo oí suspirar y murmurar con los ojos llenos de lágrimas. -¡Pobrecito! ¡Pobrecito!…, pensando en el», rememoraba su nieta.

UNA HISTORIA
A lo largo del tiempo hemos observado reiteradamente la iconografía del general de Vedia, retratos que nos permiten conocer el aspecto fisonómico del hombre, vestido regularmente con su uniforme militar.  Esas imágenes adustas muchas veces distan de la concreta condición del individuo, y sumadas al excesivo panegírico de los biógrafos o a la diatriba de los críticos, llevan a formar ideas equívocas.
¿Cuáles eran los sueños, las alegrías y los goces de este protagonista de la historia nacional?, ¿cuáles los sufrimientos y las angustias que azoraban su temperamento?, ¿qué le llevaba, desde la profundidad de su conciencia, a obrar de tal o cual forma?. Sin dudas será difícil responder acabadamente a esas cuestiones; pero, al menos en pequeña medida podemos aproximarnos a las respuestas a partir de esas fuentes, de los textos íntimos que escribió en momentos claves de su vida, y que el pasado pone en nuestras manos como verdaderos tesoros.

NOTAS
(1) Museo Mitre, Archivo Histórico (en adelante, M.M., A.H.), armario 8, nº 16261: Carta de Julio de Vedia a Delfina Vedia de Mitre, Bragado, 6 de enero de 1859.
(2) Ibidem.
(3) M.M., A.H., armario 8, nº 16265: Carta de Julio de Vedia a Delfina Vedia de Mitre, 18 de agosto de 1865.
(4) Ibidem.
(5) Archivo y Museo Histórico «Gral. Julio de Vedia», Área Archivística, cuerpo 4, caja «General Julio de Vedia (1826-1892). Documentos históricos»: Carta de Julio de Vedia a Emilio Mitre, Asunción, 3 de junio de 1870.
(6) DELFINA MOLINA Y VEDIA DE BASTIANINI, A redrotiempo (memorias), Buenos Aires, Editorial Peluffo, 1942, páginas 14-17.

Más noticias