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viernes, abril 26, 2024

El último trazo del viejo maestro

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Domingo Faustino Sarmiento

Por Héctor José Iaconis
El 11 de septiembre de 1888, a las 2:15 horas, dejaba de existir en Paraguay, a los 77 años de edad, Domingo Faustino Sarmiento. En su lecho de muerte, entre algunos familiares y allegados le acompañaban su hija Faustina –quien, luego de enviudar de Augusto Belín, había optado por vivir a su lado- y sus nietos María Luisa y Julio.
El 26 de mayo de aquel año, buscando aliviar sus problemas bronquiales, el sanjuanino se había radicado en Asunción del Paraguay. Allí ocupó la finca “La Chacha”, ubicada en la parte alta de esa ciudad, en un barrio denominado “Recoleta”. La vivienda, construida totalmente de madera, con pisos de ladrillos, estaba formada por una superficie de 160 metros cuadrados, y comprendía un escritorio, dos dormitorios y un comedor. Varios años atrás había sido casa de Elisa Linch, la esposa del mariscal Francisco Solano López, presidente del Paraguay hasta 1870.
Existen diversas referencias acerca de la manera en que transcurrieron los últimos días, de Sarmiento, en aquel país. La última fotografía, que se le tomó poco después de la muerte, permite advertir que debieron acontecer entre distintas lecturas y escritos póstumos. A la izquierda del sillón donde yace se observa una mesa atestada de libros y papeles. Quizá ellos le acompañaron en sus semanas finales.
Hay quienes aseguran que, ya sintiendo declinar sus fuerzas, pidió un papel y trazó un triángulo. Quienes lo contemplaban comprendieron que era un signo claro de su filiación a la francmasonería, sociedad secreta en la que había alcanzado el grado máximo de iniciación, llegando a ser Gran Maestre del Oriente Argentino.
El 5 de septiembre, Sarmiento sufrió un colapso cardíaco que, a partir de entonces, le obligó a permanecer en cama. Con ayuda de sus familiares se incorporaba para sentarse en un sillón especial, que le permitía una mejor postura corporal y le facilitaba la respiración.
La noche previa a su deceso, pidió a su nieto que lo sentara en su cama para poder admirar el amanecer… Murió, sin dudas, deseando sentir la presencia de su amada Aurelia, la hija de su amigo Dalmacio Vélez Sarsfield. Ella se había puedo en camino hacia Asunción pero no alcanzó a hallarlo con vida.

UNA VIDA INTENSA
A pesar de lo ampliamente intensa que había sido su existencia, y las múltiples facetas que lo había distinguido, Sarmiento murió casi en la misma austeridad material con la que había nacido. Reconocido como un gran educador y promotor de la enseñanza, le había brindado a su patria importantes servicios como militar; legislador (diputado y senador); ministro de gobierno de Buenos Aires; diplomático (ministro pleniponteciario y enviado extraordinario de Argentina ante Estados Unidos); director general de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires y superintendente de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. Como gobernador de San Juan –su provincia natal-, desde 1862 hasta 1864, había realizado una acción fructuosa, fundando poblaciones agrícolas, abriendo caminos rurales y concretando obras públicas. Entre 1868 y 1874, le cupo desempeñar la primera magistratura de la Nación, oportunidad en la que promovió la prolongación de las líneas férreas y telegráficas, ordenó la ejecución del primer censo nacional de población, fomentó la creación de ochocientas escuelas, colegios nacionales, la Escuela Naval y el Colegio Militar de la Nación, entre otras gestiones de gobierno.
Su obra literaria no fue menos prolífica. De ello no sólo dan cuenta los cincuenta y tres volúmenes que comprende la edición de sus obras completas, sino mejor aún, de manera más contundente, sus novelas o ensayos, entre los que pueden citarse: “Civilización y barbarie” (Facundo) (1845), “Viajes” (1849), “Educación Popular” (1849), “Recuerdos de Provincia” (1850), “Argirópolis” (1850) y “Conflictos y armonías” (1883).

“ODIADO, AMADO Y COMBATIDO”
La prolongada vida de Sarmiento estuvo, asimismo, matizada por un sinnúmero de controversias y polémicas, mantenidas con personalidades de reconocida trayectoria (Juan Bautista Alberdi, Bartolomé Mitre, monseñor León Aneiros, el escritor venezolano Andrés Bello y el chileno José Vallejos, entre otros). Su temperamento vehemente y, muchas veces, de fácil irritabilidad, le arrastraron a no pocos conflictos en los vínculos interpersonales.
Jorge Luis Borges fue, sin dudas, uno de sus más conspicuos admiradores. En cierta ocasión le dedicó un bello poema; fragmentos del cual nos permitimos insertar. ¡No podrían resultar  ellos mejor corolario!:
“[…] Es alguien / Que sigue odiando, amando y combatiendo./ Sé que en aquellas albas de setiembre / Que nadie olvidará y que nadie puede / Contar, lo hemos sentido. Su obstinado / Amor quiere salvarnos. Noche y día / Camina entre los hombres, que le pagan / (Porque no ha muerto) su jornal de injurias / O de veneraciones. Abstraído / En su larga visión como en un mágico / Cristal que a un tiempo encierra las tres caras / Del tiempo que es después, antes, ahora, / Sarmiento el soñador sigue soñándonos”.-

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