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jueves, marzo 28, 2024

A la memoria de Ernesto Josserme, un escrito realizado por el recordado Santiago J. Meli

Hace varios años, una tarde, Ernesto se acercó al Diario y me entregó un escrito que le había hecho el Dr. Santiago Meli.
Cuando lo leí le dije: «Ernesto, me gustaría publicarlo».
-»Ahora no -me contestó-, cuando yo ya no esté. Es demasiado para mí». Querido Ernesto hoy cumplo con la palabra dada.
Estela.
EL DISCIPULO
Al atardecer, cuando cae el sol sobre el oeste y se tiñe el cielo con bastones de sangre, se puede ver al discípulo del sabio Arturo, caminando con paso firme, vaya a saber hasta dónde…
A Arturo, que se había recibido de sabio con diploma de honor y medalla de oro, tal vez en la entrega le podrían haber dado una medalla de otro metal, total Arturo era ciego. Pero rápidamente se hubiera dado cuenta, al tomarla en sus manos, por el peso, la textura, o bien por el olor que dejaba al frotarla sobre la mesa; Arturo era sabio, lo sabía todo…

Toda esa sabiduría se la transmitía a su único discípulo, al que llamaba Ernesto. Este creció del codo del sabio, aprendiendo una rara filosofía. Negaba lo posible, aceptaba lo imposible. No estaba de acuerdo con nadie. Parecía estar un poco más allá. El sabio le enseñó que nada era absoluto, entonces negaba todo, a veces por si acaso. Una mañana como en una ceremonia, el sabio le entregó un trozo de madera y le dijo: «Es buena madera, quiero que hagas con ella algo que me conmueva». Pues lo sabía muy buen carpintero.

El discípulo, tomando el trozo de madera, comenzó marcando las finas líneas de una silueta de mujer. Pensó que sería la más bella de todas, pero el sabio al recorrerla con las manos, comprobaría su hermosura y se quedaría con ella. Entonces decidió hacer un hombre.

A la semana, la obra estaba terminada. El sabio la fue reconociendo muy lentamente con sus dedos, músculo por músculo. Después de unos minutos, exclamó: «¡Muy bueno, muy bueno Ernesto!, está perfecto, sólo le falta la vida, tienes que ponerle vida y para ello debes ir por el camino de las espinas, donde encontrarás el polvo de la vida, que tiene los sueños, las emociones, la risa, el amor…Pero también la envidia, el llanto y el dolor».
«¿Puedo sacar lo malo del polvo?» Preguntó Ernesto. El sabio con gesto serio le dijo que era imposible, tiene todos los colores, a unos les tocarán más cosas buenas y a otros, más cosas malas…

Pasaron los días y Ernesto siguió haciendo sus hombrecillos de madera, siempre distintos, flacos, gordos, bajos y altos. Todos los días hacía uno nuevo.

Cuando estuvieron todos, los fue colocando en doble fila sobre la mesa de la carpintería, para pintarles los ojos, darle expresión a la cara, mientras les iba poniendo los distintos nombres. Daba unos pasos hacia atrás y se quedaba unos minutos mirando su obra. Parecía como enamorado de ella.

Después pensó en el polvo de la vida, aquello que le dijo el sabio Arturo.
El camino de las espinas le daba una sensación de miedo y misterio, por lo que pensó pedirle a su hermano Juan que lo acompañara.

Pero el sabio fue terminante: «Ese camino lo debes hacer solo, porque es el camino de la vida que se prolonga con el misterio de la muerte».
El discípulo entonces empezó a dudar, temía ir hacia lo desconocido. Pero el sabio le dijo: «La duda es tu peor enemigo. Deberás luchar o sufrir, que a veces esto no es tan malo, pero nunca dudes de tu fuerza interior».

Al otro día, el discípulo salió a buscar el camino de las espinas. Anduvo por subidas y bajadas. De día todo era horizonte, de noche se entretenía en reconocer las estrellas. Después de varios días se sintió muy cansado, el sol le había quemado la cara, tenía los labios resecos, los ojos inyectados, veía destellos de todos los colores, oía el canto de aves tal vez inexistentes.
Sentía que las piernas le pesaban, que le faltaba el aliento cuando de pronto apareció un camino distinto, era el camino de las espinas…Estas se iban cerrando formando un suave capullo al compás de una melodía que le era conocida, pero no recordaba donde la había escuchado antes.
Después, todo fue fácil, encontró agua fresca, el aire era más puro, parecía envuelto en un suave perfume a jazmines y azahares.

Hacia la derecha pudo ver un polvo brillanTe de distintos colores, mientras escuchaba los claros latidos de un corazón. Era el polvo de la vida, sin duda…Tomándolo entre sus manos juntó lo que pudo, con mucho cuidado, sin mezclar los colores.

El regreso fue mucho más fácil, se sentía más liviano, feliz como si fuese más joven. Cuando llegó a la carpintería, abriéndole una brecha en el hemisferio derecho de la cabeza de los hombrecillos, les fue colocando con cuidado el polvo de la vida. Los colocó en doble fila. «Son quince», dijo con alegría. «¡y ya son humanos!, semejantes entre sí, pero no iguales».

Después les fue leyendo el código de la amistad: Solidaridad, Respeto, Tolerancia y sobre todo Lealtad. Les enseñó a respetar el amor y a conocer la tristeza y el dolor.
Al final dándoles un golpecito en la espalda les dijo: «Los espero todos los días viernes de cada semana».
Y así se reunieron todos los viernes durante muchos años; reían, cantaban, la vida era una eterna fiesta…

Pero, al pasar el tiempo, Ernesto se empezó a preocupar al ver que parecían envejecer, ya no cantaban como antes, y reían mucho menos. Debo conseguir más polvo de la vida y así recuperar la juventud, pensó el discípulo. Pero el sabio le dijo que ese camino se hacía una sola vez en la vida.

«Sólo nos queda otro camino, que cuando sea el momento te lo voy a enseñar», expresó el sabio. «Tienes que entender, que la vida es sólo una suma de momentos buenos y momentos malos, recuerda, sólo momentos», sentenció. «Disfruta intensamente de los primeros y tomarás los otros con coraje».

«Pero en el balance final, te puedes sentir muy feliz por haber creado criaturas que amaron, cantaron, pescaron y soñaron juntos durante muchos años».
Y mirando al discípulo como si sus ojos volvieran a tener vida.
«Valiente, valiente Ernesto», terminó diciendo el sabio Arturo.

Autor:
Santiago J.Meli
Primavera de 2005.

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