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jueves, marzo 28, 2024

Soliloquios de un memorioso: Poetas y payadores nuevejulieses

[25 de junio de 2011] Pienso que todavía falta un merecido homenaje a esas personas que cultivaban el sentido poético y lo he imaginado en la publicación de sus obras para el conocimiento de todos y especialmente de quienes no los conocieron a ellos o a sus trabajos.

Con Santiago Meli conversamos hace años sobre esta idea y hasta hicimos alguna gestión que seguramente se fue perdiendo entre las indiferencias del tiempo.

Dejo de lado a Enrique Catani por considerarlo en otra categoría ya reconocida aunque de paso me permito recordar cuando hace mucho en La Plata razonábamos sobre la deformación que la memoria afectiva produce sobre las cosas y los hechos, como ejemplo señalábamos a la ahora pequeña y simple fuente de la plaza General Belgrano, pero tan inmensa e importante en nuestro cariñoso recuerdo infantil.

El recuerdo sobre él siempre me lleva a aquello tan bonito de “ciudad que sueñas al oeste, mía”.

Dejando de lado su caso, como decía, quisiera referirme a dos personajes que recuerdo muy bien.

Juan P. Carrizo, de exquisita creatividad cultivaba una métrica de payador y poeta. Oficiaba de enfermero y cada tanto el diario El 9 de Julio nos deleitaba con la publicación de sus poemas dedicados a hechos, personas, circunstancias o sentimientos que describía con emocionante precisión.

Carrizo tuvo una fecunda producción pero no conozco la manera de poder volver a disfrutar de sus creaciones como no fuera recurriendo al archivo periodístico. Por ello creo que se justifica esa intención de publicar todos sus trabajos que seguramente estarán atesorados en el seno de su familia.

Otro caso fue el de Segundo Torlasco, verdadero poeta popular y de lo popular. Trabajaba de albañil y lo recuerdo movilizándose en su bicicleta. Alto, delgado, de cara huesuda con patillas y bigotes prolongados que enmarcaban el rostro de un hombre bueno que siempre lucía una infaltable gorra de visera.

Sus poesías eran simples y encadenadas por una rima fácil y tan común como lo que describían. Pero era importante que este hombre de rudo trabajo tuviera este costado sensible para expresar sus sentimientos y descripciones.

Sus poesías las vendía por la calle otro personaje singular al que llamaban “El Rengo” Cruz, mote que, lógicamente, devenía de un problema motriz que le llevaba a arrastrar un pierna rígida. Cruz vendía billetes y también estas poesías impresas en elementales papeles de colores que seguramente le regalarían en alguna imprenta, andaba siempre con un sombrero requintado y una flor en el ojal.

Había sentado reales con una casa de latas en el último basural céntrico que recuerdo y tal vez por reconocimiento a su condición de divulgador de sus poesías Torlasco le dedicó aquello que decía así: “En un terreno fiscal/ don Cruz levantó su rancho/ el hombre vive a lo ancho/ como cuis en un maizal/ la plaza municipal/ está frente de su choza/ mi lengua no es mentirosa/ te lo juro por San Pedro/ está en la calle Río Negro/ entre San Juan y Mendoza”.

Hubo y habrá muchos otros poetas y payadores, algunos manifiestos y otros ocultos, pero la referencia a estos dos “bardos” populares la hago tratando de representar a todos y en invocación de que pueda conmover a quienes deben salvaguardar la cultura popular y publicar sus trabajos como demostraciones en el transcurrir de la sensibilidad nuevejuliense.

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