Existen postales que, con el correr del tiempo y con las transformaciones de la vida moderna, desaparecen de las ciudades del interior. Hace medio siglo atrás, o tal vez más, podría parecer frecuente ver un animal de granja (una gallina, algún pato, cuando menos alguna vaca) en las calles del pueblo, especialmente en las periferias. A veces, por falta de recaudo de sus dueño, el animal salía de la casa donde se lo criaba y ganaba la calle, quedando a merced de algún vecino avieso que lo capturaba para mandarlo a la olla.
Esta mañana, alrededor de las 8:30 horas, puso una nota de color un gallo que se desplazaba por la vereda de la avenida San Martín entre Santa Fe e Hipólito Yrigoyen, en pleno centro de la ciudad. A juzgar por la apariencia del ejemplar, se trataba de un ave cuidada que, sin lugar a dudas, no la había faltado de buena alimentación.
No pocos transeúntes que lo vieron caminar con aires altivos, tersas las plumas y erguida la cresta, se preguntaron: ¿habrá aún gallineros en los domicilios del centro de la ciudad?, ¿de dónde proviene este curioso personaje? .
Aunque lejos de la caracterización renacentista que, Hyeronimus Mercurialis, le daba al ave galliforme o de la sacralidad que tenía en el culto de los antiguos, el bípedo atrajo la atención de quienes circulaban por allí, interrumpiendo por un momento la prisa que llevaban aquellos que se disponían a comenzar su día de trabajo o de los niños que se dirigían al colegio.