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viernes, abril 19, 2024

Notas FAUBA: Vidas paralelas de mujeres en la ciencia

Cinco mujeres cuentan cómo desarrollaron sus carreras académicas desde la investigación y el trabajo en territorio. ¿Cuáles fueron sus vocaciones, limitaciones, desafíos y logros?
Hacia la segunda mitad del siglo IV, vivió en Alejandría una mujer que se destacó en la filosofía, la literatura y la ciencia. Su nombre era Hipatia, hija de Teón, un filósofo muy reconocido en su época. Hipatia nació y vivió en un entorno que favoreció su interés por la ciencia y que le dio la posibilidad de dedicarle su vida. Probablemente nunca se imaginó que su fama perduraría más allá de su terrible muerte y que su figura ocuparía un lugar primordial en la historia de la ciencia. Pero quizá todavía menos imaginó que se convertiría en un ícono para las mujeres del mundo que, como ella, eligieron transitar el camino de la ciencia.
Marina Omacini tiene 51 años y es profesora adjunta en la Cátedra de Ecología de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA). Para ella, la elección de una carrera científica fue algo muy natural. De chica siempre le interesaron la ciencia y el arte y, como Hipatia, tuvo un entorno familiar que la apoyó mucho en su camino. Especialmente, le gustaba hacer experimentos, cambiar las recetas de los preparados del laboratorio y ver los colores que se formaban. “Me enojaba mucho que no me dejaran hacerlo porque yo tenía más interés en ver qué pasaba al cambiar las cantidades de algunos de los ingredientes que en copiar exactamente la receta y obtener el color deseado”, recuerda. Pronto sus intereses fueron cambiando de la química hacia la biología marina, gracias a la influencia de Jacques Cousteau. Él fue su primera gran inspiración para seguir una carrera científica.
“Todos los biólogos alguna vez quisimos estudiar biología marina” dice Pamela Graff con una sonrisa. Ella tiene 42 años, es bióloga, investigadora asistente del CONICET y jefa de trabajos prácticos en la cátedra de Ecología de la FAUBA. Al igual que Marina, también recuerda haber tenido un interés temprano por la ciencia. Ella estudió la secundaria en la Escuela Agropecuaria de Coronel Suárez, localidad en donde nació, y allí dio sus primeros pasos en el mundo de la ciencia ligada al sistema productivo. ¿Cómo vivió aquella experiencia como niña y adolescente en un mundo en que predominan los hombres? “Si bien el ámbito es machista, nunca sentí discriminación. Es cierto que en la escuela éramos pocas las mujeres, pero sí tuve compañeras, profesoras e incluso mi madre fue directora. Pero yo aprendí lo mismo que aprendían los hombres: usé las maquinarias pesadas y la pala de punta, como todos. No había un trato diferencial entre hombres y mujeres en las tareas” recuerda Pamela. Al egresar del colegio decidió apartarse del enfoque productivo y se fue a Bahía Blanca a estudiar biología. “En mi entorno familiar me apoyaron mucho siempre. Mis padres son ambos profesionales y en la escuela conocí a profesoras que me impulsaron a conocerme y a saber hacia dónde ir”.
Las experiencias de Marina y de Pamela reflejan muy bien una investigación de Alice S. Rossi publicada en la revista Science en 1965. En su artículo “Las mujeres en la ciencia: ¿por qué tan pocas?” la socióloga estadounidense observa que la gran mayoría de las mujeres que eligen carreras vinculadas a la ciencia tienen un entorno social y familiar especialmente favorable: una madre profesional, un padre que les brindó más apoyo que lo usual o docentes que supieron reconocer sus aficiones y estimular sus intereses.
Pero no todas las historias reflejan los mismos patrones, como es el caso de María Marta Bunge. María Marta tiene 54 años, es Técnica en Jardinería y Jefa de Trabajos Prácticos en la cátedra de Jardinería de la FAUBA. Además, es coordinadora técnica en la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria, de la misma facultad. María Marta recuerda una infancia y una adolescencia muy difíciles. Nacida en el seno de una familia de clase alta, ella creció en un entorno en el que no la estimulaban para formarse, porque con el apellido era suficiente. Fue a un colegio público católico, el Sagrado Corazón, y en cuarto año del secundario la expulsaron, en una situación que ella misma reconoce como insostenible. “La Monja Superiora sabía que me estaba expulsando de los sitios en donde podía estar cuidada. Esto me marcó mucho con respecto a pensar en cómo la exclusión de las personas las deja aun más desvalidas. En esa escuela lo sabían y, honestamente, me aguantaron mucho más de lo tolerable” dice. Y por eso, como niña, no tuvo la oportunidad de conocerse a sí misma y saber lo que quería hacer. Le gustaban la matemática, la física, las ciencias naturales. Pero no manifestó una inclinación especial por la ciencia. “Muchas veces, las historias violentas opacan los intereses de los niños y eso fue lo que me pasó. Yo me descubrí recién de grande”.
¿Y ella cuándo duerme?
Luciana Couso tiene 40 años y es jefa de trabajos prácticos en la cátedra de Genética de la FAUBA. al preguntarle sobre el sistema científico, lo define como un sistema “que pone límites por todas partes al desarrollo de la ciencia. Límites de edad, límites temáticos, límites a las personas a las que les faltó una publicación. La ciencia exige un tiempo físico y mental que no puede contabilizarse en horas reloj y que muchas veces significa renunciar a otras cosas de la vida, como tener una familia”. El tema de la familia y la mujer científica es recurrente y todavía no fue resuelto del todo. Las mujeres dedicadas a la ciencia encuentran sus propios caminos como pueden y en base a las herramientas de las que disponen. Aquí resuena nuevamente el artículo ya mencionado de Alice Rossi. No sólo se trata de recibir estímulos tempranos que favorezcan el interés de las niñas por la ciencia, sino también de facilitar el camino de las mujeres que eligen una profesión científica.
La cuestión de las tareas domésticas y el trabajo no remunerado es muy extensa y no corresponde abordarla en este artículo. Pero sí tiene un peso muy grande y las mujeres que dieron su testimonio debieron luchar para encontrar su lugar como científicas y como madres. “Una mujer lleva muchas más cosas sobre los hombros que su trabajo. Hay muchos científicos cuya única responsabilidad es trabajar mientras dejan a sus hijos con su mujer en casa. Mi historia es diferente: tengo un gran compañero de vida y estoy en un entorno de trabajo justo e igualitario”, dice Luciana.
Cuando Pamela estaba por comenzar su doctorado, su director, Martín Aguiar, le sugirió que buscara modelos de mujeres científicas. En su búsqueda, encontró, a grandes rasgos, tres tipos de mujeres científicas. Un primer tipo correspondía a las mujeres dedicadas exclusivamente a la ciencia, a la par de un hombre. Mujeres generalmente sin hijos ni personas a cargo que dedican la mayoría de su tiempo a su trabajo. Por otro lado, estaban aquellas que hacían su carrera a un ritmo más lento y por fuera de instituciones como el CONICET. Se trataba de mujeres que tenían otras prioridades, más vinculadas al ámbito personal. Y, por último, estaban las mujeres que hacían toda clase de malabares y sacrificios para sostener el ritmo vertiginoso de la carrera científica y tener una vida familiar. “Me acuerdo que una colega me contó una vez que durante el día trabajaba, luego a la noche se volvía a la casa para atender a los chicos y, cuando se dormían, se volvía al laboratorio para seguir trabajando. Y yo me preguntaba, ¿Cuándo duerme?”. Pamela y su compañero, también investigador, eligieron tener a su primera hija luego de que ella terminara su doctorado. Ella todavía está en proceso de encontrar su modelo de mujer científica, una que tiene su vida profesional y su vida familiar equilibradas. Pero todavía no lo ha encontrado. “El CONICET impone un modelo para la investigación que está construido a partir de una figura masculina que no tiene responsabilidades domésticas. Y eso, hoy por hoy, diría que ni siquiera se ajusta a la realidad de muchos hombres.”
Para Marina la historia fue un tanto diferente. Rolando León dirigió su tesis de grado y, además, marcó su vida. Cuando lo conoció, decidió que quería trabajar con él, sin importar lo que hiciera. Su presencia era poderosa, no sólo como investigador, sino también como ser humano. Así y todo, recuerda que Rolando le dijo, una vez, que no quería presentarla como becaria porque se iba a casar, a tener hijos y seguramente abandonaría su carrera. Marina se enfureció y le respondió sin ninguna duda: “Yo no sé cuándo me voy a casar ni cuándo voy a tener hijos, pero sí quiero la beca porque sé que puedo ser madre y científica”. Y no se dijo más: entró como becaria doctoral y hoy día es investigadora del CONICET. “En ese momento, me enojé mucho con Rolando, pero pronto entendí que me lo decía para desafiarme. Obviamente, había un prejuicio de fondo, porque nadie les hacía ese cuestionamiento a mis colegas hombres. Pero es un detalle nada más. Rolando me ayudó a encontrar mi camino y me marcó en todo ámbito, incluso en el ético. Mi mirada es mía, pero siempre llevo puestos los anteojos de Rolando”.
Pagar derecho de piso
María Marta Bunge es la única mujer, de las que componen este cuadro, que trabajó en el sector privado. Recuerda que, pese a que su padre siempre le decía que debía conseguirse un estanciero para casarse, nunca percibió grandes prejuicios por ser mujer de ciencia. Lo peculiar es que, por ser técnica en jardinería, no siente que la hayan considerado como tal. “Para muchos, estudiar jardinería no es estudiar ciencia. Es hacer un curso más”. Pero ella no se quedó en la tecnicatura: es Especialista en Planificación de Paisaje y Especialista en Educación Popular en Contextos Desfavorables. Pese a haber nacido en un contexto social de alto nivel económico, su paso por la escuela pública la sensibilizó frente al conflicto de clase y le dio las bases para, más tarde, elegir formarse. Pero tuvo que pasar mucho tiempo para que tomara esa decisión, e incluso la muerte de una hija. Frente a semejante adversidad, María Marta eligió reverdecer.
Los recuerdos de su paso por el sector privado son buenos, aunque eso no quita que haya atravesado experiencias difíciles. Como, por ejemplo, que la hayan mirado con desconfianza a la hora de licitar el mantenimiento de un barrio privado, porque ese es un trabajo de hombres. O que la hayan despedido de su trabajo por haber quedado embarazada. “Tuve que desplegar mucho mis saberes y condiciones para que me contraten. No se daba por supuesto que yo pudiera estar al frente de esas tareas”, dice María Marta. Marina cree que muchas veces las mujeres tienen que disfrazarse un poco de hombres para que las tomen en serio en su trabajo como científicas. Muchas veces tienen que resignar algo de su feminidad.
Marcela Gally, flamante decana de la FAUBA, considera que, en Argentina, la mujer tiene un lugar muy importante en la ciencia desde hace varios años. No obstante, en el ámbito profesional, muchas veces ha sentido esa misma mirada de desconfianza que recibió María Marta. La mirada del prejuicio de quienes, al verla mujer, dudan de su capacidad. Sin embargo, una vez que demostraba sus conocimientos y su competencia, la actitud de esas personas cambiaba. Ella, al igual que María Marta, también tuvo que pagar derecho de piso en el ámbito profesional por ser mujer.
Las mujeres en números
Luciana llegó al final de su carrera con muchas experiencias de colegas que habían tenido que afrontar circunstancias muy difíciles para construir una carrera científica. Muchos se habían doctorado en el exterior, para luego volver y encontrarse con dificultades para reinsertarse y formar sus familias. Así, vio muchas situaciones en las que predominaba la competencia y la falta de compañerismo. Además, en su área de interés, el comportamiento animal, casi no había oportunidades para acceder a una beca de doctorado. Sin embargo, reconoce que es muy afortunada hoy en día: “Tengo un equipo de trabajo en el que todos crecemos juntos y nos potenciamos”.
Las estadísticas del CONICET dicen mucho sobre el desenvolvimiento de la mujer en el mundo científico. En los primeros escalafones hay más mujeres que hombres: 2314 frente a 1557, según datos del 2016. Pero, al final del camino, hay 47 mujeres en la categoría superior y 135 hombres, con lo cual la tendencia se invierte. Esto habla de una dificultad de las mujeres para sostener la carrera de investigación, que posiblemente tenga que ver con desigualdades en la repartición de las tareas domésticas, el tener personas a cargo o establecer prioridades más relacionadas al ámbito familiar y personal, que terminan doblegando lo profesional (ya sea por obligación o elección).
En lo institucional, la FAUBA está viviendo un momento histórico ya que por primera vez tiene una decana mujer. Marcela Gally, quién recientemente asumió como decana, se ha desempeñado en la gestión de la Facultad durante los últimos diez años. Fue Secretaria de Extensión y Asuntos Estudiantiles, Secretaria Académica y Vicedecana. Marcela cuenta: “Algunos colegas, hombres y mujeres, me plantearon que iba a ser difícil ganar las elecciones porque estaba proponiendo a otras dos mujeres para ocupar el segundo y el tercer cargo jerárquico. Yo respondí: ‘¿Cuántas veces fueron tres hombres y nadie lo objetó?’ El género no hace la diferencia, sí muchas otras condiciones por las cuales yo estaba proponiendo a esas personas. Y ganamos”.
Marcela recuerda que en su época de estudiante, en los setenta, la proporción de mujeres era muy baja en la carrera de Agronomía. Hoy día, la proporción aumentó, pero sigue siendo baja en relación con los hombres: apenas tres de cada diez estudiantes de Agronomía son mujeres. Sin embargo, en la Licenciatura en Ciencias Ambientales ocurre lo inverso: siete de cada diez estudiantes son mujeres. Así, en la Facultad de Agronomía alrededor de la mitad de las estudiantes son mujeres.
“Hacer lo que más me gusta”
Hipatia de Alejandría murió asesinada por una turba cristiana en el medio de un conflicto religioso. No sabemos nada de su vida como mujer de ciencia. No sabemos si se enfrentó a prejuicios. Si alguien le dijo alguna vez que no podía tener hijos si quería dedicarse a la ciencia (y, de hecho, no los tuvo). No sabemos si debió resignar algo de su feminidad o de su ser para poder dedicarse a lo que a ella la apasionaba. Si se habrá visto obligada a camuflarse para parecer un poco más hombre. No sabemos si, más de mil quinientos años atrás, esa mujer tuvo que vivir alguna situación siquiera similar a las que vivieron alguna de las cinco mujeres que dejaron su testimonio en estas líneas.
Lo que sí podemos intuir es que, probablemente, el sueño de Hipatia fue poder dedicarse a su pasión, el conocimiento. Y en eso se parece mucho a estas cinco mujeres. ¿Cómo se ven ellas a futuro? La respuesta es una sola: ‘haciendo lo que más me gusta’. Luciana, Pamela y Marina se ven a sí mismas como investigadoras, profundizando en su trabajo desde su lugar, a la vez que formando las familias que ya tienen encaminadas. María Marta no es investigadora, pero también se ve a sí misma profundizando en su trabajo actual: el trabajo en territorios, en las cárceles, en los espacios de exclusión y desigualdad. Como mujer, tuvo que aprender a ser firme y rigurosa, pero a la vez el ser mujer le abrió caminos en ámbitos machistas, como la cárcel. Su trabajo es estar, acompañar, conocer y, finalmente, transformar.
El camino de la ciencia es arduo para hombres y para mujeres. A ambos les exige por igual. Pero, a veces, las mujeres tienen que hacer sacrificios más grandes. En ocasiones deben resignar tiempo con sus hijos, con sus familias, con su entorno, consigo mismas. Sin embargo, Marina siempre alienta a sus estudiantes mujeres: “sí, se puede”. Se puede ser becaria doctoral y tener un hijo. Se puede ser investigadora y conservar la feminidad. Se puede tener una profesión y una familia. Se puede ser mujer y elegir el camino de la ciencia.

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