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jueves, abril 25, 2024

Historias de Vida – Aledo Luis Meloni

MELONIALEDO2 Merecido homenaje al poeta coplero
Chaco desde 1937.
* Reconocido entre los máximos exponentes literarios chaqueños, su obra se basa en las coplas para describir austeramente el entorno de la zona occidental del Chaco.
* Sus obras hoy forman parte de las lecturas del nivel educativo obligatorio de dicha provincia.
* Recibió un doctorado honoris causa, entre muchos otros reconocimientos.
* Cuenta con familiares en la localidad de Dudignac, quienes lo recuerdan con especial afecto.

El lunes 2 de mayo en el marco de la Feria del Libro, en la sala Victoria Ocampo, organizado por el Instituto de Cultura del Chaco, entre las 20.30 y 22 hs. se homenajeará al Poeta Coplero Don Aledo Luis Meloni.
A este merecido reconocimiento asistirán familiares de la comunidad dudignaquense.
Su sobrina nieta lo quiere homenajear y recordar con estas palabras: «La pluma es el mensaje de la mente» dijo Cervantes y «la pluma del tío Aledo es el mensaje del alma ya que derramó y sembró humildad, alegría, felicidad, paz y amor en cada obra escrita durante su vida».

SU VIDA
Aledo Luis Meloni, nacido en la Estación María Luci- la, provincia de Buenos Aires, el  1 de agosto de 1912 y fallecido en Resistencia el 11 de enero de 2016. Cursó sus estudios en la Escuela Salesiana de Del Valle.  Fue docente y corrector. Como escritor, es un ícono de la cultura chaqueña.
En 1956 se estableció en Resistencia —donde vivió desde entonces hasta su fallecimiento— para encargarse de la secretaría técnica de la Inspección de Escuelas Nacionales; se jubiló en 1963 pero siguió trabajando en la Biblioteca Popular Herrera de esa ciudad. También colaboró en el desaparecido diario El Territorio y en el diario Norte.
Empezó a publicar a los 52 años y editó 18 libros de poemas, coplas y haikus. El último, “El trébol verde”, lo escribió a los 97. Recibió diversos premios por su obra, entre ellos Caballero de la Orden de Mérito de Italia en 1982 y el Premio Santa Clara de Asís en 1990.
En mayo de 2006 recibió, de la Universidad Nacional del Nordeste, el título de Doctor Honoris Causa, en reconocimiento a su trayectoria en la poesía. Entre sus libros, se destaca “La tentación de la palabra”, su obra reunida.

SUS RECUERDOS EN TERRITORIO BONAERENSE
En el año 2006, en ocasión de recibir el título de doctorado honoris causa de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), fue entrevistado por Mario Vidal. En esa ocasión recordó buena parte de su infancia y otras interesantes evocaciones:
“Vine a este mundo –decía- a través de Buenos Aires. Mis documentos dicen que nací en Bolívar. La verdad es que mi primer llanto se escuchó en una de las estaciones del Ferrocarril Midland, que salía del puente Alsina e iba a Carhué, un balneario de agua salada. Mi padre era inspector de vías y nací en una estación que se llamaba María Lucila. Me bautizaron recién a los cuatro años porque aquellos pagos eran tan pobres que ni cura tenían”.
También solía recordar, en rueda de amigos, que su infancia transcurrió en una estancia.
“La Estancia Huetel», una de las más grandes de la época. Allí lo vi a Alvear luego de ser electo presidente, en 1922. Él era sobrino de la dueña de la estancia. En 1925 estuvo también el príncipe de Gales, futuro rey de Inglaterra, aquel que abdicó para casarse con la plebeya Simpson. A éste no lo vi porque, adorador del alcohol como era, se pegó una borrachera fenomenal. Los vaqueanos habían organizado en su homenaje toda suerte de pruebas de destreza. Pero él no vio nada. No pudo salir afuera. De tan borracho que estaba. Sí lo vi a Carlos Gardel, que lo acompañaba. El «Zorzal Criollo», con una estampa que mataba, aplaudía todas las destrezas que los arrieros hacían delante suyo”, explicaba entonces.
“Mi padre –proseguía más adelante- arrendó cien hectáreas dentro de la estancia, renunció a su trabajo en el ferrocarril y fuimos todos para allá. Eramos nueve hermanos. Por eso alguna vez dije que de niño había sido «boyero de chacra». Antes de los siete años me pusieron a cuidar animales. Ya adolescente descubrí que no quería ser boyero el resto de mi vida. Quería ser maestro. Así que estudié con los curas salesianos, hasta que me recibí en 1933. En aquel tiempo y en aquellos campos pampeanos estudiar era una odisea, pero llegué a la meta. Alcancé mi ansiado título de maestro y comencé a enseñar en La Pampa y Santa Fe. En 1937 pedí ser maestro nacional, me nombraron y me preguntaron dónde quería ser destinado. «Donde caiga», respondí”.

UNA ENTREVISTA PARA
“CLARIN”
Al cumplir 100 años de vida Gabriela Cabezón Cámara para Diario Clarín realizó una entrevista a Don Aledo, donde cuenta su vida y sus vivencias.

“Se siente que uno ha vivido de más, ya le hablo en serio, no hay que vivir tanto”, dice. –¿Por qué?
–Porque yo soy un solitario. Estoy rodeado de gente, pero todo lo que está a mi alrededor, ya no es de mi época. Yo soy, literariamen- te, de la generación del 40; pasaron 70 años, ha venido una literatura que no es la mía. A los 80, 85 años, vámonos: después empieza la soledad. Yo formé parte de un grupo grande de escritores, escultores, gente de la cultura, y no queda nadie. Soy como una espiga de maíz desgranada, quedamos uno o dos granos nomás, la espiga está vacía. Yo estoy rodeado de mi familia, que me quiere mucho, me atiende y todo, pero tienen otra vida: yo soy como una isla en un océano. No conozco el dolor de cabeza, ni el dolor de muela, a pesar de que tengo mi dentadura legítima, pero no sé si es un bien estar lúcido. A lo mejor el que no está así vive mejor que yo, porque no piensa. Yo me río con ustedes, pero cuando me reconcentro en mí mismo siento la angustia de la soledad, de estar fuera de lugar.
–Eso pese al amor, a los homenajes que le hacen todo el tiempo.
Bueno, sí, acá me hacen homenajes. Y ya dije una vez, el homenaje es como el incienso, si el incienso abunda, ahoga a uno, lo ahoga.
Pero los reportajes le gustan.
Sí. Y el que lo lee quizás encuentra alguna frase linda y entonces trasciende el propio espíritu al lector. Porque el escritor lo que quiere es, no como acto de soberbia, ¿qué va a tener soberbia uno a esta edad?; quiere que el espíritu que está en un poema, en mi caso en una copla, yo soy coplero, que es parte de mi alma y se trascienda a usted, que usted viva parte de mi propia alma.

–Hábleme de la copla.
–La copla son 4 versos, que encierran un pensamiento total, tiene emoción, tiene filosofía, tiene de todo. Yo tengo como 500 coplas, poemas ya no escribo, a mi edad las musas no me hacen caso: son jóvenes, no hacen buenas migas con los viejos.
–El libro de haikus “El trébol verde”, lo escribió a los 97.
–Yo soy decano de los poetas, porque no creo que muchos poetas llegaran a los 97 y segundo, porque no muchos poetas escribieron un libro a los 97. -¿Y cuál es el secreto de la copla? -Viene sola, yo no me senté nunca a escribir. Publiqué mi primer libro a los 52 años, es decir que no he sido un escritor-escritor, he sido maestro, he estado 25 años en el periodismo, he sido corrector de diarios 25 años. La literatura se dio como de añadidura, fue como un regalo de Dios, de la naturaleza. Porque yo he sido, más que nada, trabajador, de la educación y del periodismo.
–¿Qué diferencia encuentra entre escribir coplas o haikus?
–Haikus no escribo más, pero cuando no me había fracturado todavía la pierna, iba todos los días al café, era muy cafetero. Me reunía con gente, pero a veces no venía nadie, entonces en seis meses escribí los haikus y después que se publicaron no escribí más. La copla es un poco más amplia, el haiku es muy concentrado, le leo un haiku, por ejemplo le leo el último.
“Yo no me hallo en la tierra. Ella es redonda, yo soy cuadrado” .
–¿Y el primero?
–Dice: “De muchas cosas te duele el corazón, menos de amar” . Yo le regalé este libro a una muchacha, que andaría con algún problema de amor y me dijo: “No señor, eso no es cierto”–risas.
–De su trabajo en la escuela, ¿qué es lo que más recuerda?
–Yo llegué en el año 37 a una zona de acá a 300 kilómetros, monte, estuve un año y pico. Al año y medio me ascienden a director de una escuela que quedaba cerca, poblada por rusos alemanes, que habían venido de la zona de Entre Ríos. Abrí la escuela con 34 chicos, de los cuales 30 no sabían hablar castellano. Lo que guardo de mi época de maestro rural es el amor de los chicos, esos chicos humildes, a los cuales les enseñé a hablar primero y estuve casi 20 años con ellos. También santiagueñitos, que venían del monte, cortadores de algodón. Uno que ha pasado 20 años entre ellos, sufriendo el viento norte, la sequía, porque era un lugar muy inhóspito. Y se vuelve a encontrar con ellos, abuelos ya, que vienen, lo abrazan, porque se acuerdan, a pesar de que yo era un maestro bastante duro y muy exigente. Y usted dice, “no trabajé en vano”, porque el amor, el reconocimiento de estos chicos, que ahora son abuelos, significa que uno… yo entregué todo. En 25 años no hice una huelga, en 25 años hice una sola licencia de 10 días porque nació mi hijo en Corrientes y tuve que ir. En la colonia fui partero de mi cuarta hija, que yo lo cuento acá, le voy a dar un librito (se refiere a su Tal cual ), donde yo relato eso. Bueno, toda esa vida, intensa, está en uno y dice, bueno, es lo más fructífero que yo hice en mi vida. Después yo trabajé 2 años fichando La Prensa, 25 años corrigiendo errores en los diarios, pero trabajé por el sueldo; y en el campo trabajé por el sueldo, pero también trabajé por el amor a los niños. Para mejorar a esos chicos humildes, de gente trabajadora, de gente muy respetuosa, muy humilde, que labraban la tierra, sufrían la sequía, sufrían la langosta. Yo veía lo que sufrían, y en cierto modo sufría también, hice una vida con ellos, consustanciado con ellos, eso se lleva para siempre dentro de uno. – Cuando se puso a escribir todo esto le habrá salido.
–Desde los 15, 16 años, escribía. En el año 39, 40, conocí la literatura de Antonio Machado, el español y él me enseñó lo que yo pude aprender a escribir. Todo lo anterior a ese conocimiento, machadiano podríamos decir, yo lo tiré. Entonces, cuando vengo del campo a la ciudad, en el año 56, yo solo traigo 25, 30 poemas, del campo, que formaron el primer libro Tierra ceñida a mi costado . Era el único libro que le gustaba a mi señora, porque decía, “en ese libro reflejás lo que fue el campo, los colonos, el viento norte, la sequía”, era una vida muy sacrificada.
-Suena duro.
-Es que la vida fue dura. Pero le digo lo siguiente: el hombre se acostumbra a lo bueno y a lo malo igual. Especialmente cuando uno es joven no hay nada malo y, cuando es viejo, pocas cosas son buenas.
-¿Y qué es lo bueno cuando uno es viejo?
-Y, el cariño de los bisnietos, yo tengo 20 bisnietos, 9 nietos. Yo soy de la  provincia de Buenos Aires, de una estancia que quedaba cerca de Bolívar; mi papá murió a los 38 años y éramos 9 hermanos.
-¿Y qué hizo su mamá?
-Teníamos una chacra, trabajábamos todos, yo fui boyero –cuidador de caballos– a los 7 años. Nosotros estuvimos ahí muchos años, después ya salimos, mis hermanos trabajaron en los ferrocarriles, yo estudié con los padres salesianos. Una escuela agrícola, dotada de todo. Yo fui alumno cuando se abrió la escuela, en el año 1925, hace unos 5 o 6 años fui a la escuela, después de 70 años. ¿Sabés cuántos éramos los que estábamos ahí de los que habíamos estado cuando se abrió la escuela en Octubre de 1925? Uno solo.
-Usted.
-Sí.
-¿Era lindo ser pupilo en una escuela así?
-Sí, porque trabajábamos, a la mañana enseñaban a leer y escribir, todo eso, a la tarde trabajábamos la tierra. Arábamos, sembrábamos, teníamos quinta, muy lindo era.
-Usted tiene un montón de oficios.
-Yo era boyerito, sabía andar a caballo todo el día. En la escuela repartían: algunos iban a trabajar en la arada, para acompañar a los que manejaban el arado, otros a cosechar la alfalfa, repartían los trabajos.
-Sus libros ahora se leen en los colegios.
-Sí, algunos los llevan. Lo que pasa es que tengo una literatura que no es para exquisitos, sino que es literatura para clase media intelectual podríamos decir. Acá hay mejores poetas que yo, desde luego, pero mi literatura entró por eso, es sencilla, breve. Le leo una poesía, de Tierra ceñida a mí costado , “Luna” se llama.
“ Como una bruñida moneda de plata, encima del monte, la luna se asoma. Mis ojos se vuelven serenos y puros, mirando extasiados su piel luminosa. Un ángel de nieve sostiene la luna, como un celebrante sostiene la forma. Comulga alma mía, porque estás en gracia, la noche es el templo, la luna es la hostia”.

LAS REPERCUSIONES DE SU MUERTE
EN “LA NACION”
Con motivo de haberse producido su fallecimiento, en su edición del 13 de enero del corriente año, el diario «La Nación» expresó:

Cuando un coplero se muere, comienza a andar su memoria; lo que la muerte le quita, se lo devuelve la copla.
Anteanoche comenzó a andar la memoria de Aledo Luis Meloni, maestro rural, periodista, poeta y, sobre todo, coplero. Había nacido en la provincia de Buenos Aires y se instaló en el Chaco, en 1937, cuando fue convocado como maestro rural. Allí se quedó. Con los años comenzó a publicar libros, a escribir coplas que fueron musicalizadas y grabadas por artistas como Liliana Herrero y Coqui Ortiz. Y en sus últimos años ganó el cariño y la admiración de las más jóvenes camadas de folkloristas. Anteanoche, este hombre que había nacido el 1° de agosto de 1912 falleció a los 103 años.
En una de las visitas a su casa, quien ahora escribe esta semblanza le preguntó si el secreto de su longevidad era haber nacido el Día de la Pachamama. La respuesta, con sorna, fue: «Por supuesto que tomo caña con ruda cada 1° de agosto. Pero, ¿sabe por qué he vivido tantos años? Porque no he muerto», se reía.
Su obra -afortunadamente organismos de cultura del Chaco la reeditaron en antologías- es la confesión de que Aledo Luis Meloni descubrió la virtud de la simpleza (Llevo una copla en el alma, igual que un grillo nochero; yo sé que es muy poca cosa, pero me basta con eso). Por eso se dedicó a escribir coplas que tuvieron como inspiración sus vivencias personales y como antecedente la copla anónima del noroeste andino.
Sus primeras vivencias que quedaron publicadas en un libro, Tierra ceñida a mi costado, fueron de su experiencia en el norte chaqueño, cuando llegó como maestro rural para inaugurar una escuela en el monte, a 300 kilómetros de Resistencia.
Boyero de niño. Autor de piezas como «Arbolito del querer» en su juventud. Miembro de la Academia de la Letras. Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional del Nordeste. Quenista aficionado y chaqueñero (gentilicio para los que sin ser de la provincia se aquerencian con el Chaco) en su madurez. Y en sus últimos años, «Trenzador de palabras», como muy bien lo definió Rubén Tolosa en el libro donde rescata la vida y la obra de Meloni.
El músico Coqui Ortiz grabó sus coplas en sus discos y hasta hizo un espectáculo con Aledo, que luego se convirtió en CD. La palabra echa a volar en el canto es, sin duda, uno de los mejores discos de raíz folklórica argentina publicados en 2014.
Si está permitido parafrasear el texto de «Elegía para un niño» (escrito hace décadas por Meloni y grabado por Coqui Ortiz y Carlos «Negro» Aguirre), Aledo finalmente se reunió con su padre (quien falleció a los 38, a pesar de haber tenido hijos tan longevos) y se fue detrás del ángel de la guarda que se llevó a uno de sus hermanos, que murió de pulmonía a los 4 años, en tiempos de la crecida de agua que borró las chacras de Huetel, en la provincia de Buenos Aires.
Se fue a buscar «el sitio verdadero de esa tierra lejana que los cobija». Ahora los ojos de don Aledo volverán a mirar las flores.

ASI ESCRIBIA
Uno de los poemas de Aledo para recordarlo:

Compañía
Qué bien si en mi último viaje,
camino de Monte Alto,
me aoompañara un crespín
con su responso de pájaro;
como aquel de San Antonio,
en mi memoria exiliado,
que día y noche lloraba,
en comunión con el campo,
cuando la seca talaba
el verdor de los sembrados.
Sí, que un crespín me acompañe
con su responso de pájaro;
sería una despedida,
un adiós de hermano a hermano.

MELONIALEDO

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