Profesores y alumnos del Colegio Marianista «San Agustín» de 9 de Julio, unidos en una simpática hazaña
– Cuarta y última Parte –
El ensayo de la corrida de toros de 1969, como hemos referido en las notas precedentes, tuvo como protagonistas a Enrique Barbudo y Fernando Bringas, quienes oficiaron de toreros y a los alumnos Juan Carlos Vieta y Sergio Corral, quienes fueron testigos directos del acontecimiento, juntos a otros espectadores ocasionales.
A respecto, hoy recogemos el testimonio de Sergio Corral quien, en diálogo con EL 9 DE JULIO, aporta algunas referencias sabrosas referidas a aquel particular evento.

EL LUGAR
Sergio Corral explica que, “el ensayo de la corrida de toros se efectuó en la Estancia Loncagué, un establecimiento agropecuario viejísimo, que ya existía cuando aún no había alambrados”.
“Recuerdo –añade- que había un indígena, nacido en esa estancia, que después pasó el resto de su vida en la chacra de mis abuelos, en Ancón, partido de Pehuajó, falleciendo con más de cien años. Él contaba muchas historias vinculadas con Loncagué o Loncagua”.
Efectivamente, “Loncagüe” es el nombre del paraje donde Diego Gaynor pobló su histórica estancia, que perteneció luego a la familia García Robin-Maguire.
Según John W. Maguire, el nombre, asignado por los habitantes originarios, significa “cabeza de caballo”; sin embargo, para José Pedro Thill y Jorge A. Puigdomenech se trata de un topónimo aborigen, de raíz araucana, que significa “donde hay un bajo o lugar del bajo”. Acerca de esta denominación, Estanislao Zeballos considera que debe traducirse como “lugar de la cabeza”. Sea cual fuere su origen etimológico correcto, muchos lugareños le llamaron y aún hoy le llaman “Loncagua”.
“Para esta prueba -comenta Corral- de la corrida de toros, tuvieron la gentileza de encerrarnos doscientos toros y varios perros. Se necesitaba de estos últimos por no ser toros de lidia, a lo sumo podían ser ariscos. Recuerdo que me tocó elegir los toros. Había dos paisanos de a caballo y Vadillo, el mayordomo, que andaba de a pie. Los de a caballo eran los encargados de apartar los toros”.
LOS PREPARATIVOS
Bringas y Barbudo, cuando le encomendaron a Corral elegir los toros que habrían de utilizarse en la prueba, le encargaron particularmente que escogiera ejemplares no muy grandes; pero, lo cierto es que los animales no eran pequeños. Corral seleccionó seis, uno de los cuales, el más arisco, no duró nada en el corral, pues apenas quedó solo, saltó y huyó.
“El tema –refiere- de la corrida de toros nació en un asado. Habíamos hecho un cordero que puso Emilio Raposo. Yo lo carneé y lo puse al asador. En ese asado, después de comer y tomar unos vinos, los marianistas empezaron a recordar épocas de su juventud. Y bueno, entre otras cosas dijeron que eran capaces de hacer unas pasadas a algún toro. No obstante, ellos dejaron en claro que se animaban a hacerlo con un becerro, o un animal poco más grande; pero, desde luego de esos no conseguimos”.
LOS TOROS ENCARABAN A LOS TOREROS EN LUGAR DE EMBESTIR LA CAPA
Para el entrevistado, “la corrida estuvo malograda de entrada, porque la noche anterior había llovido, aunque poco, unos 5 milímetros, la lluvia había embarrado el corral y estaba resbaladizo”. “Los perros –prosigue- debían realizar la tarea de enojar al toro. Entonces, cuando el toro estaba ya enojado, aparecía el torero”.
Tal como lo señala Corral, Barbuto y Bringas, los toreros, no usaron una muleta o capote de brega; en su lugar, llevaron la bandera del Colegio, que era morada.
“Como había viento -describe Corral-, la bandera se les pegaba al cuerpo, generando una contradicción. Eso les jugó en contra porque, los toros, en vez de encarar la capa, terminaron embistiendo el bulto, es decir, al torero”.
El ensayo de la corrida de toros fue un tanto azaroso. Si bien los espectadores aguardaban de los toreros algún magistral lance o quite clásicos, Verónicas, chicuelinas, gaoneras, serpentinas o tafalleras; el corolario de este ensayo fue menos ostentoso.
Según rememora Sergio Corral, “Bringas al ser ágil, le sacó el cuerpo; pero, se resbaló y cayó con la mano abierta dislocándose un dedo, que después le debió arreglar el doctor Molina”.
“En el caso de Barbudo –agrega-, ocurrió que, en vez de encarar la capa, lo encaraba él; por eso es que lo pasó por arriba y lo pisó en una pierna. Le pegó una revolcada bárbara. Recuerdo que había varios chicos dentro de la manga mirando el espectáculo”.
“EL TRIUNVIRATO”
Sergio Corral recuerda, con afecto, a los profesores de su tiempo. De la extensa lista que enumera y acerca de los cuales hemos hecho mención ya en esta misma sección, referiremos a Juan Bautista Atucha, Fernando Bringas y Modesto Andrés.
“En el recuerdo –dice- están los profesores de aquella época. Le llamábamos “el triunvirato” a tres marianistas muy queridos: Atucha, Bringas y Andrés”.
“El señor Andrés era un profesor de literatura que nos solía recitar el soneto de Violante y todos lo conservamos en la memoria. Era un hombre pulcro, siempre impecable. Era rubio, se le estaba cayendo el pelo, por lo que se peinaba ‘la cachetada’. Tenía unos anteojos con patillas y marcos bañados en oro, un traje negro cruzado y los zapatos relumbrantes”, evoca.

Arriba: Manrique, Pérez, Gornatti, Enrique Barbudo y Fernando Bringas. Abajo: Carranza, Mato, López, Ferrer y Monasterio.
PALABRAS FINALES
Al finalizar esta semblanza, en la cual hemos querido evocar un hecho simpático, casi risueño, de la vida escolar del Colegio Marianista “San Agustín” queremos rendir homenaje a quienes pasaron por sus aulas. A los integrantes de la congregación marianista, a los laicos que desempeñaron diferentes roles en la comunidad educativa y a la legión de alumnos que, a lo largo de tantas décadas, fueron cobijados por esa querida casa de enseñanza.