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viernes, abril 19, 2024

¡Chau, Carlitos, hasta siempre!

carlosraizinComo esas voces que, sin ser esperadas, llegan para golpear y devastar el ánimo, recibí hacia el mediodía del sábado la triste noticia del fallecimiento de Carlos A. Raitzin. Una profunda consternación me ha causado, como a muchos de sus amigos, esta pérdida terrible, sobre todo por tratarse de un ser excepcional, enaltecido de virtudes nobles.
Tuve el inmenso privilegio de conocerlo, de tratarlo y de saberme honrado con su amistad. Lo había conocido hace más de 25 años, cuando ambos comenzábamos a cursar el primer año de estudios secundarios. Aunque, al principio, no éramos compañeros de curso, solíamos conversar en los recreos y, muchas veces, caminábamos juntos los metros que separaban la escuela de la vereda de Obras Sanitarias, donde trabajaba su tío, y donde Carlitos guardaba su motito de color azul mientras asistía a clases. En aquellos años ya sentía interés por temas que habría de apasionarle durante toda su vida: el cine, la electrónica, la televisión, la historia.
A partir de tercer año compartimos el mismo aula hasta finalizar la escuela y, más tarde, continuamos frecuentando un trato cercano. En los últimos años, por  su actividad en el Teatro lo entrevistaba por alguna que otra nota periodística  o por consultas que solía hacerle apelando a sus amplísimos conocimientos acerca del cine.
Precisamente, el cine fue su gran pasión. Desde su infancia, cuando sus padres le obsequiaron un cine-graf, había comenzado a sentir su interés por la cinematografía; más aún, en el invierno de 1995 adquirió la primera pieza de su magnífica colección, un pequeño proyector super 8 que logró restaurar con singular dedicación, al punto de dejarlo como nuevo. A partir de entonces, nunca dejó de nutrir su excelente cinemateca y su archivo sobre el séptimo arte.
Tuvo, Carlos Raitzin, un alma grande; de esas almas que, alivianadas por la virtud, se elevan primero hacia la eternidad. De excepcional personalidad, tenía la capacidad de interpretar la realidad a partir de una mirada aguda. En sus reflexiones siempre solía brotar su buen sentido del humor. Desde su adolescencia y ahora en su vida adulta, mantuvo siempre una personalidad cordial, que le permitía que se ganara enseguida el afecto y la confianza de quienes lo trataran. Cuando dialogaba, en derredor suyo se generaba un clima de calidez en el que no faltaba el brotar de una sonrisa.
Tenía el don del consejo pragmático, directo y  franco. No vacilaba en formular su opinión, clara y frontalmente. Sabíamos que su consejo era siempre sincero.
Fue, Carlos Raitzin, un hombre de bien. Sus rasgos de persona buena lo acompañaron siempre, se mantuvieron inalterables a través del tiempo. Era bueno aquel muchachito que conocí, hace tantos años, y siguió siendo bueno, tan inmensamente bueno, el hombre que en estos días se ha ido.
Si fuera menester describirlo, bastaría con decir que fue un hijo ejemplar, un hermano y tío afectuoso, un amigo leal, una persona de principios que se mantuvo firme en sus ideales, en sus sueños.
El derrotero que, en la lucha por la vida, nos toca acometer a todos, muchas veces nos impiden frecuentar a los amigos, visitarlos con asiduidad; aunque ello no significa que los afectos mengüen. En diciembre, poco antes de la Navidad, nos cruzamos en la calle, intercambiamos saludos, pero la prisa que llevaba me impidió detenerme a conversar con él. No sospechaba, en absoluto, que esa sería la última vez que lo vería y me ha quedado el dolor, la pesadumbre, por ese adiós no dado.
No me cabe duda que, Carlitos, ya descansa en paz, junto a Dios. Porque la conquista de la muerte no consiste en sellar un final, sino en abrir un comienzo.
La pena inmensa que causa hoy su partida, con el transcurrir del tiempo, dará paso al recuerdo. Así, Carlitos, seguirá vivo en el corazón de cada una de las personas que tuvieron el placer de conocerlo.  Vivirá, sí, en cada rincón del Teatro, por cuya conservación trabajó denodadamente; estará vivo, sí, en cada una de las obras de teatro que el Grupo de Cáritas realice; permanecerá presente, allí en la centenaria sala del Rossini, en las funciones de cine que se realicen o  donde se encienda un proyector o se proyecte una imagen en celuloide… Vivirá, siempre vivirá, porque los seres íntegros como él, no mueren.

HECTOR JOSE IACONIS

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