Por Héctor José Iaconis.

La historia de las artes gráficas en 9 de Julio constituye un capítulo fundamental para comprender algunos aspectos de los procesos de modernización locales durante el último tercio del siglo XIX. En este sentido, es posible observar cómo un pueblo, surgido tras la ocupación de la frontera con el aborigen, logró incorporarse paulatinamente a los circuitos de producción cultural propios de su tiempo. La instalación de la primera imprenta en 1886 marca un punto de inflexión en la vida comunitaria del pueblo; pues, a partir de ese momento la palabra impresa comenzó a circular de manera sistemática, dando forma a opiniones, legitimando posiciones políticas y, sobre todo, construyendo una incipiente esfera pública local.
Resulta difícil dimensionar el impacto que supuso para una comunidad, relativamente aislada, el acceso a una tecnología que, ya consolidada en los grandes centros urbanos, requería de inversiones considerables y conocimientos técnicos especializados no siempre accesibles en poblaciones del interior bonaerense. De hecho, la llegada del ferrocarril a 9 de Julio, en 1883, había facilitado la circulación de diarios capitalinos, pero la posibilidad de producir contenidos propios implicaba algo más que la mera recepción de información: significaba la capacidad de intervenir en los debates políticos, de fijar posiciones, de dar batalla ideológica. Y es precisamente esa dimensión la que convierte a los talleres gráficos en actores fundamentales de la vida pública local.
Hoy, a través de estos apuntes, procuraremos reconstruir el proceso de instalación y desarrollo de las primeras imprentas en 9 de Julio entre 1886 y 1910 y la creación de los primeros periódicos, atendiendo tanto a las condiciones materiales de producción como a los contextos políticos que dieron origen a estos emprendimientos. Asimismo, se buscará dar cuenta, aunque sucintamente, de las características técnicas y estéticas del trabajo tipográfico realizado en estos talleres, así como de las condiciones laborales y la vida cotidiana de quienes protagonizaron esta pequeña revolución cultural en el pueblo.
EL CONTEXTO: 9 DE JULIO ANTES DE LA IMPRENTA
Para comprender cabalmente la importancia que revistió la instalación de la primera imprenta en 9 de Julio, conviene detenerse brevemente en las condiciones en que circulaba la información periodística antes de 1886. Desde su fundación en 1863, el pueblo había dependido de sistemas de comunicación relativamente precarios: el servicio de correos, las mensajerías que conectaban distintas localidades y, más tarde, el telégrafo fueron los principales canales a través de los cuales llegaban noticias desde Buenos Aires. Los diarios capitalinos, “El Nacional”, “La Prensa”, “La Nación”, entre otros, arribaban con cierto retraso y en cantidades limitadas, y su circulación quedaba restringida a los sectores más acomodados de la población.
La llegada del ferrocarril en 1883 modificó sustancialmente este panorama. A partir de entonces, los canillitas podían recoger en las primeras horas de la mañana los ejemplares apenas arribados de los grandes diarios, lo cual permitía que la comunidad accediera con mayor rapidez a la información de alcance nacional. No obstante, esta dependencia de las publicaciones foráneas implicaba una limitación significativa: 9 de Julio carecía de una voz propia, de un espacio donde pudieran reflejarse los conflictos locales, donde se discutieran las políticas municipales o se expresaran las distintas facciones en pugna. Dicho de otra manera, faltaba un instrumento que permitiera a la elite política y cultural del pueblo participar activamente en la construcción de su propia agenda pública.
LA PRIMERA IMPRENTA Y EL NACIMIENTO DE «LA DEFENSA»
El año 1886 marcó un hito fundacional en la historia cultural de 9 de Julio. Ese año, en el contexto de la disputa por la gobernación de la provincia de Buenos Aires, la facción liderada por Nicolás L. Robbio, que apoyaba la candidatura de Máximo Paz frente a la de Nicolás Achaval, decidió dar un paso audaz: instalar una imprenta propia que permitiera ampliar la campaña proselitista y consolidar la presencia del sector “pacista” en el pueblo. Así, el 1° de julio de 1886 vio la luz el primer número de “La Defensa”, periódico que se convertiría en el primer órgano de prensa de 9 de Julio y que, en rigor, representaba la materialización de una voluntad política clara y definida.
La imprenta que dio origen a “La Defensa” se instaló en un local ubicado en la calle Libertad, esquina Salta. Un polémico personaje, Carlos Jáuregui, figuraba como fundador y propietario, mientras que Cayetano de Briganti, hombre de sólida formación intelectual, asumió las funciones de administrador y Pascual Farías las de regente. Esta distribución de roles aparece como significativa, pues revela que la pequeña empresa gráfica no era un emprendimiento meramente individual sino una iniciativa colectiva que involucraba a varios actores con responsabilidades diferenciadas. De hecho, la figura del regente, algo así como el encargado de supervisar el proceso de composición y la calidad técnica de la impresión, era fundamental en cualquier taller tipográfico de la época, pues de su pericia dependía en buena medida el resultado final del producto impreso.
Desde el punto de vista técnico, “La Defensa” se ajustaba a los estándares de diseño predominantes en la prensa del interior bonaerense. El periódico tenía un formato de 57 por 40 centímetros aproximadamente, con una diagramación a cinco columnas de 7 centímetros cada una. El nombre de la publicación ocupaba un lugar destacado en la primera plana, compuesto con los tipos de mayor cuerpo disponibles en la imprenta, de unos 25 por 12 centímetros, y en color pleno, es decir, con una saturación completa de tinta. Esta decisión no era meramente estética: en un contexto donde la competencia política se libraba también en el terreno simbólico, el tamaño y la visibilidad del nombre del periódico funcionaban como una declaración de intenciones, como una afirmación de presencia y legitimidad.
La frecuencia de aparición de “La Defensa” era bisemanal, los días jueves y domingos. Este ritmo de publicación, que puede parecer modesto desde una perspectiva contemporánea, era en realidad bastante ambicioso para un pueblo como 9 de Julio, que en 1886 apenas superaba los dos mil habitantes. Producir un periódico implicaba no solo la composición tipográfica de los textos, un trabajo manual, minucioso y laborioso, sino también la corrección de pruebas, la impresión propiamente dicha y la distribución de los ejemplares. Todo ello requería de una organización del trabajo que, rudimentaria en comparación con los grandes talleres metropolitanos, no dejaba de ser compleja y demandante.
El modelo de comercialización adoptado por “La Defensa” se basaba principalmente en el sistema de suscripciones. Los lectores pagaban una tarifa trimestral o mensual que podía ascender a 1,50 pesos por cada tres meses, lo cual garantizaba a la empresa gráfica un ingreso relativamente estable y predecible.
Por otra parte, la estructura interna del periódico respondía a una lógica funcional: la primera página recogía las notas y noticias más importantes por su extensión y contenido; la anteúltima albergaba los avisos de remates, los edictos judiciales, las informaciones municipales y los horarios de las empresas de mensajerías. Esta distribución del espacio gráfico no era arbitraria, sino que reflejaba una jerarquización de la información que, a su vez, correspondía a las expectativas y necesidades del público lector.

LA MULTIPLICACIÓN DE LOS ÓRGANOS DE PRENSA (1889-1893)
Una vez instalada la primera imprenta, el panorama de la prensa local experimentó una rápida diversificación. En enero de 1889, apenas tres años después de la fundación de “La Defensa”, apareció “El Municipio”, un nuevo periódico dirigido por Antonio Millán y editado curiosamente en la misma imprenta donde se había producido “La Defensa”. Este detalle no es menor: entonces había una sola imprenta en el pueblo que funcionaba como proveedora de servicios para distintos trabajos del ramo, lo cual contribuía a rentabilizar la inversión en maquinaria y tipos de plomo. “El Municipio” surgió para apoyar la candidatura de Julio Costa, lo que evidencia, una vez más, que las disputas políticas locales continuaban siendo el principal motor de la actividad periodística.
En 1891 comenzó a circular “La Reforma”, dirigido por Abelardo Parodi y alineado con la Unión Cívica Nacional, el partido que aglutinaba a los sectores opositores al régimen conservador. La aparición de este periódico marca la entrada en escena de un nuevo actor político que, si bien minoritario en un primer momento, cobraría creciente relevancia en los años siguientes. Finalmente, en 1893 fue fundado “La Reacción”, bisemanario de 51 por 36 centímetros, a cinco columnas y cuatro páginas, propiedad de Eduardo Moretti. En apenas siete años, 9 de Julio había pasado de no contar con ninguna publicación periódica propia a tener, sucesivamente, cuatro periódicos de variable circulación, cada uno de ellos expresando posiciones políticas diferenciadas y algunos, incluso, compitiendo por la atención del público lector.
Este surgimiento de órganos de prensa plantea una pregunta que, en efecto, resulta difícil de responder con certeza: ¿existía en 9 de Julio una identidad tipográfica reconocible, un estilo de diseño gráfico propio que diferenciara a estos periódicos de otras publicaciones del interior bonaerense? Al respecto, podemos sugerir que, más allá de las particularidades de cada publicación, las publicaciones aparecidas entonces compartían ciertas características comunes en cuanto a formatos, diagramación y uso de tipografías. Esto no es sorprendente, dado que las fuentes tipográficas probablemente al principio fueron las mismas y, más tarde, tras el surgimiento de otras imprentas, los tipos eran adquiridos a través de catálogos de fundiciones nacionales y extranjeras. Ello tendía a homogeneizar la estética de las publicaciones locales. No obstante, es posible que en los detalles, en la selección de ornamentos, en la composición de titulares, en el manejo de los espacios en blanco, se expresaran ciertas preferencias locales que, lamentablemente, no han sido documentadas con suficiente detalle.
LA VIDA EN LOS TALLERES GRÁFICOS: TÉCNICAS, MATERIALES Y CONDICIONES LABORALES
Para comprender cabalmente el trabajo que se realizaba en los talleres gráficos de 9 de Julio, es necesario adentrarse en los aspectos técnicos de la composición e impresión tipográfica. A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la producción de un periódico era un proceso enteramente manual que requería de múltiples etapas y del dominio de habilidades específicas. Todo comenzaba con la composición de los textos: el tipógrafo, armado de un componedor (una especie de regla ajustable que servía para formar las líneas de texto), seleccionaba uno a uno los tipos de plomo de las cajas tipográficas y los disponía en el orden correcto. Esta tarea, aparentemente sencilla, demandaba en realidad una destreza considerable, pues el compositor debía conocer a la perfección la ubicación de cada carácter en las cajas, trabajar con rapidez para cumplir con los plazos de entrega y, al mismo tiempo, evitar errores que luego serían costosos de corregir.
Los tipos de plomo utilizados en las imprentas de 9 de Julio provenían tanto de fundiciones nacionales como extranjeras. Entre las primeras se contaban las de José Alejandro Bernhein y Martín Boneo, así como la Fundición Nacional de Tipos de Ángel Estrada. Entre las extranjeras destacaban Schelter y Giesecke, Renauld & Robcis y Laurent & Deberny, todas ellas con sede en Europa. Asimismo, existían importadores con oficinas en Buenos Aires, tales como las de Curt Berger y Cía., Hoffmann & Stocker y Serra Hermanos, que facilitaban la adquisición de tipografías mediante catálogos. Estos catálogos, verdaderos compendios del arte tipográfico de la época, permitían a los impresores seleccionar fuentes, ornamentos y elementos decorativos con los que enriquecer sus publicaciones.
Una vez compuestas las páginas, se procedía a la impresión propiamente dicha. Los talleres de 9 de Julio contaban con máquinas del tipo «Minerva» o imprentas tipográficas planas, que funcionaban mediante un sistema de presión que transfería la tinta de los tipos de plomo al papel. La calidad de la impresión dependía de múltiples factores: la correcta entintación de los tipos, la presión ejercida por la máquina, la calidad del papel utilizado. Efectivamente, no era infrecuente que se realizaran pruebas de impresión previas para verificar que todo estuviera en orden antes de proceder a la tirada definitiva. Este cuidado por la calidad del producto final habla de una conciencia profesional que, si bien era común en los grandes talleres metropolitanos, no siempre estaba presente en las imprentas de pueblos pequeños.
Las condiciones laborales en estos talleres eran, por lo demás, bastante severas. Los tipógrafos trabajaban largas jornadas en espacios a menudo mal iluminados. Recordemos que la instalación de iluminación eléctrica en 9 de Julio data de 1899 y recién fue masificada a partir de 1913. Al principio, la iluminación con lámparas de aceite era todavía habitual en muchos talleres del pueblo.
Por otra parte, los obreros gráficos estaban expuestos a sustancias nocivas. A pesar de estos riesgos, el oficio de tipógrafo gozaba de cierto prestigio, pues requería de una formación técnica y cultural que no estaba al alcance de cualquiera. Los buenos compositores debían dominar no solo las técnicas de impresión, sino también las reglas de ortografía y gramática, conocer los distintos estilos tipográficos y, en muchos casos, tener nociones de diseño y diagramación.

«EL PORVENIR» Y “EL NUEVE DE JULIO”: CONSOLIDACIÓN Y PROFESIONALIZACIÓN
El 2 de junio de 1895 apareció en 9 de Julio un nuevo periódico que habría de marcar una etapa de consolidación y profesionalización de la prensa local: “El Porvenir”. Su fundador fue Antonio M. Millán, quien ya había dirigido “El Municipio” y poseía, por tanto, alguna experiencia en el campo periodístico. Sin embargo, Millán decidió confiar la dirección del nuevo órgano a Loreto Domato, quien asumió también las funciones de administrador y regente. Conjuntamente con el periódico, se inauguró una imprenta con librería anexa, lo cual sugiere que el proyecto tenía una vocación más amplia que la mera producción de un periódico: se trataba de crear un emprendimiento cultural de mayor alcance, que pudiera abastecer a la comunidad de libros, folletos y todo tipo de impresos.
“El Porvenir” se identificaba como un “periódico literario, comercial y noticioso”, lo cual da cuenta de una cierta diversificación en cuanto a los contenidos ofrecidos. A diferencia de “La Defensa”, cuyo origen estaba claramente ligado a una coyuntura política específica, “El Porvenir” buscaba presentarse como un medio más plural, abierto a distintas voces y temáticas. Su frecuencia de aparición era bisemanal, los días jueves y domingos, y el formato de la página era de 40 por 58 centímetros. La diagramación, a cinco columnas de 7 centímetros (equivalentes a 15,51 cíceros), respondía a los mismos estándares que habían caracterizado a las publicaciones anteriores. La tipografía de los textos oscilaba generalmente entre los cuerpos 6 y 9, lo cual facilitaba la lectura y permitía incluir una cantidad considerable de información en cada página.
La estructura interna de «El Porvenir» exhibe, por otra parte, un cuidado especial en la distribución de los contenidos. La primera plana albergaba los artículos de fondo, las noticias de mayor relevancia y, en algunos casos, textos literarios o ensayísticos. En este sentido, es interesante notar la presencia del folletín en las páginas del periódico. El folletín, género característico de la prensa decimonónica, consistía en la publicación seriada de novelas u obras literarias, generalmente ubicadas en el último cuarto de la primera plana y separadas del resto del contenido por una línea gruesa. Esta sección cumplía una función doble: por un lado, democratizaba el acceso a la literatura, poniendo al alcance de todos los lectores obras que de otro modo habrían circulado únicamente en formato de libro; por otro, fidelizaba a los lectores, quienes debían adquirir el periódico de manera sistemática si deseaban seguir el desarrollo de la historia.
Entre 1895 y 1900, “El Porvenir” se consolidó como uno de los principales órganos de prensa de 9 de Julio. Los talleres gráficos donde se imprimía el periódico experimentaron un proceso de modernización gradual: se incorporaron nuevas familias tipográficas, se adquirieron ornamentos y viñetas que enriquecieron el diseño de las páginas, y se mejoraron las técnicas de impresión. Del mismo modo, la imprenta comenzó a ofrecer servicios a terceros, imprimiendo folletos, programas de actos públicos, tarjetas de presentación y todo tipo de material comercial. Este proceso de diversificación fue característico de muchos talleres gráficos del interior argentino y da cuenta de la necesidad de ampliar las fuentes de ingreso más allá de la producción periodística.
Cabe señalar, además, que durante este período la imprenta de “El Porvenir” absorbió parte del patrimonio material de talleres anteriores. Así, en la década de 1930 se encontraba en los talleres de “El Porvenir” la primera imprenta que había sido utilizada en 9 de Julio para imprimir “La Defensa”. Este dato, que podría parecer anecdótico, se presenta interesante para comprender de las continuidades y transformaciones que experimentó la industria gráfica local: las máquinas, los tipos de plomo, los muebles tipográficos iban pasando de mano en mano, acumulando historias y constituyéndose en verdaderos testimonios materiales de una época.
En las postrimerías del siglo XIX hizo su aparición otro periódico que, como el anterior, contribuirá a consolidar aún más el panorama de la prensa local: “El Nueve de Julio”. Este vespertino, que alcanzó la tirada diaria, se ocupó de intereses generales, siendo su propietario Eduardo Moretti, italiano de origen, quien ya había sido propietario de “La Reacción”. Poseía un formato de 40,5 x 38 centímetros, compuesto en cuerpo 10, tenía de 3 hasta 5 columnas de seis centímetros. La estructura formal del periódico, que destinaba la portada a los avisos comerciales, evidencia una estrategia comercial claramente definida para captar anunciantes.
La fundación de “El Nueve de Julio” representa, en cierto modo, una instancia maduración del periodismo local. A diferencia de las publicaciones anteriores, cuyo origen estaba fuertemente ligado a coyunturas políticas específicas, este nuevo órgano parecía orientarse hacia una vocación más estable y menos dependiente de los vaivenes de la política partidaria.
A comienzos del siglo XX, “El Nueve de Julio” alcanzaba una tirada de 250 ejemplares diarios, modesto en términos absolutos, se muestra significativo si se considera la población de 9 de Julio por entonces. El periódico alcanzaba, aproximadamente, al seis por ciento de la población, cifra nada despreciable si se tiene en cuenta que no todos los habitantes sabían leer y que, en muchos casos, los periódicos circulaban de mano en mano o se leían en voz alta en espacios públicos como almacenes, cafés o plazas. Asimismo, la estructura de precios del periódico, con tarifas diferenciadas según la ubicación y el tamaño de los avisos, pone a las claras un cierto grado de profesionalización y racionalización comercial que no siempre estaba presente en otros emprendimientos periodísticos.


IDENTIDAD TIPOGRÁFICA Y ESTÉTICA DEL DISEÑO GRÁFICO LOCAL
Como ya dijimos, una pregunta que surge inevitablemente al estudiar las primeras imprentas de 9 de Julio es si existía una identidad tipográfica reconocible, un estilo propio que diferenciara a estas publicaciones de otras similares del interior bonaerense. La respuesta, como suele ocurrir en historia, no es sencilla. Por un lado, es evidente que los talleres gráficos locales dependían en buena medida de las fuentes tipográficas que podían adquirir a través de catálogos, lo cual tendía a homogeneizar la estética de las publicaciones. Las fundiciones europeas y las casas importadoras de Buenos Aires ofrecían repertorios similares, de forma tal que un periódico de 9 de Julio podía emplear las mismas tipografías que uno de Azul, Tandil o Junín.
No obstante, sería un error concluir que no existían márgenes para la creatividad y la diferenciación. En realidad, el diseño gráfico de un periódico dependía de múltiples decisiones: la selección de tipos para titulares y subtítulos, el uso de ornamentos y viñetas, la disposición de los blancos, la jerarquización visual de la información. Y en cada una de estas decisiones se expresaban no solo las preferencias estéticas de quienes dirigían la publicación, sino también las habilidades técnicas de los tipógrafos y regentes que componían las páginas. Es probable, entonces, que existieran ciertas peculiaridades locales que, aunque no constituían un “estilo” en sentido estricto, sí conferían a los periódicos de 9 de Julio una fisonomía propia.
Por otra parte, es importante considerar el contexto más amplio de la identidad tipográfica argentina. Según ha señalado el diseñador gráfico Fabián Carreras, la historia de la tipografía en Argentina está marcada por una tensión constante entre la influencia europea, especialmente francesa, alemana e italiana, y la búsqueda de formas propias de expresión. En este sentido, los talleres gráficos del interior no fueron meros receptores pasivos de tendencias estéticas foráneas, sino espacios donde se producían apropiaciones, reinterpretaciones y, en algunos casos, innovaciones genuinas. Lamentablemente, la falta de archivos periodísticos completos correspondientes al alcance temporal que nos ocupa (1886-1900) impide reconstruir con precisión estos procesos en el caso de 9 de Julio.
PALABRAS FINALES
La instalación de las primeras imprentas en 9 de Julio entre 1886 y 1900 constituye un episodio fundamental en la historia cultural del pueblo. Más allá de su importancia como proveedoras de información y espacios de debate político, las imprentas desempeñaron un papel crucial en la construcción de una identidad comunitaria. A través de sus páginas, los habitantes de 9 de Julio pudieron imaginarse como parte de una colectividad, compartir preocupaciones, celebrar logros y, también, dirimir conflictos. En este sentido, la prensa local funcionó como un verdadero agente de socialización, contribuyendo a forjar lazos de pertenencia y solidaridad.
Por otra parte, los talleres gráficos fueron espacios de formación y profesionalización. Los tipógrafos, correctores, regentes y administradores que trabajaron en las imprentas de 9 de Julio adquirieron conocimientos técnicos y culturales que luego pudieron transmitir a las generaciones siguientes. Muchos de los protagonistas de esta historia dejaron una huella perdurable en la vida cultural del pueblo, ya sea a través de su labor periodística, ya sea mediante su contribución al desarrollo de otros emprendimientos comunitarios.
Con todo, es preciso reconocer que la historia de las primeras imprentas de 9 de Julio dista de estar completamente escrita. Cabe subrayar que las fuentes hemerográficas disponibles para el período que nos ocupa ofrecen una visión fragmentaria, incompleta, que deja muchas incógnitas sin responder: ¿Cómo eran las relaciones laborales al interior de los talleres? ¿Qué papel jugaron las mujeres en estos espacios predominantemente masculinos? ¿Qué vínculos existían entre los talleres de 9 de Julio y los de otras localidades del interior bonaerense? Estas y otras cuestiones aguardan investigaciones futuras que, apoyándose en nuevos documentos y enfoques metodológicos, permitan enriquecer nuestra comprensión de un fenómeno que, sin duda, merece ser rescatado del olvido.
En definitiva, el estudio de las imprentas y periódicos de 9 de Julio, entre 1886 y 1900, nos recuerda una historia que se construye en los pequeños talleres gráficos donde los nuevejulienses, de variadas edades, trabajaban con sus manos, componiendo letra a letra, página a página, el relato de una comunidad que buscaba afirmarse y proyectarse hacia el futuro. Y esa historia, modesta en apariencia pero profunda en sus implicaciones, merece ser estudiada, comprendida y narrada.


