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viernes, abril 19, 2024

Guillermo Frontini, Un Testimonio de esperanza

guillermo_frontini* Nacido en Morón se radicó siendo niño en esta ciudad.
* Pacticó el boxeo profesional y, con este deporte, viajó por países de Latinoamérica y Europa.
* Las circunstancias de la vida lo llevaron a delinquir, pero en la cárcel encontró una luz de esperanza, un camino de conversión.
* Hoy, a un año de su liberación, brinda el testimonio de alguien, habiendo conocido la obscuridad ha encauzado su vida hacia el bien.

Hay historias de vida que pueden  servir como testimonio, no siempre desde un derrotero de paz y armonía, sino muchas veces en la lucha fatigosa por encontrar el camino. El caso de Guillermo Frontini, es el reflejo de una vida de dificultades que, luego de pasar por un camino de la unidad, elige transitar por la senda del bien.
Una vida que cambia, que se transforma, para ayudar a otros a recorrer el mismo sendero.
Nacido en Morón, Guillermo, siendo niño se radicó en esta ciudad, cuando contaba apenas tres años. Junto a su padre vivió primero en la zona rural. Su madre, que no había podido adaptarse a la vida en la zona rural, regresó a Buenos Aires.
La infancia de Guillermo no fue fácil. Sintió la ausencia de su madre a quien, con el correr de los años, pudo perdonar y reconciliarse plenamente. Su padre le brindó la crianza que las difíciles circunstancias de entonces le permitieron.
Siendo casi un niño comenzó, junto a su padre, en el duro trabajo del horno de ladrillos.

EL BOXEO

Guillermo fue boxeador durante unos 18 años. Lo hizo en la categoría liviano-mediano. Néstor Ferrario e Isaías González contribuyeron en su formación como boxeador, con ellos se entrenó.
Tuvo una trayectoria significativa en el boxeo. Promediando la década de 1970 se encontraba entrenando en el  Luna Park. En 1975, entre septiembre y noviembre, peleo con Rodolfo Pereyra, Raúl Paz y Juan Carlos Barraza.
En 1979 realizó una gira por España y, a mediados de la década de 1980, se encontraba en Río de Janeiro. En esta última, peléo con Diógenes Pacheco, entre otros encuentros, el 11 de mayo de 1985.
A lo largo de su carrera también frecuentó México y Venezuela.

LOS MOMENTOS MAS DIFICILES

Los momentos más duros en su vida comenzaron cuando tuvo que abandonar el deporte. Más bien, tal vez, un poco antes, cuando se encontraba inmerso en ese mundo difícil del box.
«Por la cantidad de golpes -recuerda- que estaba recibiendo, el médico me sugirió que debía abandonar el boxeo. Cuando no pude boxear más, paulatinamente me fui insertando en el camino de la delincuencia, en Buenos Aires. Gracias a Dios, un día, del año 2002, la Policía me detuvo».
«En ese momento, había personas a las que ni siquiera conocía y, sin embargo, les robaba. Había equivocado el camino, estaba perdido, por los efectos de la droga, el casino y la vida nocturna», reconoce.
Después que, Guillermo, fue aprehendido, y tras un juicio, debió padecer once años de cárcel. Primero, estuvo en la unidad carcelaria de Villa Devoto, para pasar más tarde a Ezeiza, Rawson, Vietma, Rio Gallegos y, por último, la Unidad 19 de Ezeiza.
«Fueron -comenta- once años difíciles, terribles; pero allí viví, aún en ese mundo tan lleno de dificultades, un momento maravilloso».

UNA LUZ DE ESPERANZA

Efectivamente, encontrándose en el penal de Rawson, uno de los más duros en su tipo, vivió un momento de conversión.
«Me encontraba -relata- muy enfermo, estaba perdiendo peso pero, en realidad, los médicos no encontraban ningún problema de salud. Los análisis y los estudios salían correctos pero iba perdiendo peso cada vez con más notoriedad. Un día, un compañero de mi pabellón, al ver que me estaba muriendo me invitó a ir con ellos a la Iglesia evangélica que se encontraba en la cárcel».
«Accedí a ir -prosigue-. Ellos oraron por mí y, a partir de ese momento, comencé a vivir una experiencia de sanación. Ese día, que se celebraba el Día del Padre, del año 2007, viví esa liberación. Durante mucho tiempo lloraba, porque Dios me había liberado por completo de toda esa susiedad que habitaba en mí; porque mi corazón estaba lleno de resentimiento, de envidia, de maldad».
«A partir de ese momento, comenzaron a pasar cosas lindas, empecé a llorar de alegría. A veces los muchachos me preguntaban si me había vuelto loco; y, sin dudas, había descubierto un mundo nuevo, una manera diferente de ser. A partir de entonces comencé a escribir cartas a mi esposa, a mi familia, a reconocer el mal que había hecho y a pedir perdón», rememora.
Además de esa conversión espiritual, después de aquel momento, Guillermo recuperó su salud plenamente. En apenas dos meses había casi incrementado en  diez kilos su peso.
«No me avergüenza -expresa Guillermo- decir que estuve en la cárcel; porque así, con esa experiencia, pude salvarme. Dentro de la cárcel, acostumbraba andar con armas o con cuchillos, para defenderme. Después qué me pasó esto tan hermoso, ya no necesite armas. Así pude comenzar a hablar con las psicólogas, con los directores de las cárceles donde iba».

LA VERDAD QUE SIEMPRE TRIUNFA

Existen, de su vida en la cárcel, muchos recuerdos. Una anécdota, que acostumbra recordar, refleja cómo expresando la verdad le permitió tener un lugar más apropiado para su trabajo.
A continuación, el relato, tal como lo cita Guillermo:

«La Palabra de Dios  dice, conocerás la verdad y la verdad te hará libre. Precisamente, hubo un día en que descubrí que eso era plenamente cierto. Estando en la cárcel de Viedma, faltó un muchacho que atendía las oficinas del director, entonces me encargaron que lo reemplace. El director me llamó y me encargó que haga algunas tareas de limpieza y, sobre todo, que le mantenga el termo de agua caliente».
«Me encargó, enseguida, que le traiga un termo con agua caliente. Conversando con los muchachos de la cocina se me hierve, la tuve que tirar y volver a cargar, así dos veces el agua. Cuando le voy a llevar el termo, me dice:
« – ¡No puede ser!, Guillermo, vamos a andar mal con vos. El primer día que viniste, me tardas media hora en traerme el termo con agua.
« Entonces, le respondí:
« – Tiene razón, jefe. Discúlpenme. Ocurre que se me hirvió el agua dos veces, tuve que cargar la pava nuevamente y ponerla a calentar.
« El director, entonces, se quedó en silencio y me dijo:
«- ¡Me estás diciendo la verdad!. Otro en tu lugar, cuando se hirvió el agua, hubiera puesto un poco de agua de la canilla y listo. A partir de ahora, vas a quedarte acá, conmigo».
«De esa manera, me di cuenta que cuando comenzamos a ser sinceros se nos abren muchas puertas».

AYUDANDO A OTROS
A partir del año 2007, en las diferentes unidades carcelarias en las que Guillermo Frontini estuvo, dedicó buena parte de su tiempo a ayudar a otros. En efecto, en cada una de las cárceles en las que residía, solicitaba autorización para organizar un taller de charlas y reflexiones. Gracias a esos espacios que creó, muchos compañeros suyos comenzaron a aprender modales, escribir cartas, pedir perdón. Así, ellos comenzaron también a recibir visitas.
«Por supuesto -admite-, al principio fui rechazado por esos grupos que se dedican al narcotráfico dentro de la cárcel. Me decían: ‘Mirá, Guillermo, nos está complicando el negocio, estás avivando giles, deja que ellos hagan lo que quieran, que se maten o se droguen’. Sin embargo, yo le respondía: ‘Dejame que yo haga lo mío, aún estando dentro de la cárcel elegís seguir envenenando a la juventud, hay otra forma de vivir’».
Guillermo ayudó a muchos jóvenes a salir del camino de la droga y a reconciliarse con su familia y con su vida. Lo hizo de una manera absolutamente generosa, aún estando en la cárcel, en un contexto atroz.

EL MUNDO TERRIBLE DE LA CARCEL

Con su testimonio, Guillermo, quiere manifestar a los jóvenes la importancia de alejarse del camino equivocado, para evitar caer en las cárceles. Al respecto, agrega que «hay cárceles en las que una persona pelea diariamente por su vida»
«Además -dice-, hay momentos que son aún más difíciles, cuando la persona que está privado de su libertad comienza a perderse los cumpleaños de sus hijos, las Navidades en familia; la cercanía de los padres, de la esposa, de los hermanos».
«Hubo momentos, en la cárcel, en lo que quería suicidarme. En una oportunidad de tuve ocasión de tener contacto con enfermería y robé gran cantidad de psicofármacos. Una noche los ingerí, con la finalidad de quitarme la vida; pero a raíz de la pelea de otros dos internos, vino una requisa y me encontraron casi sin vida. Los médicos me salvaron la vida», manifiesta.
Tal como lo señala Guillermo, «en la cárcel, se habla permanentemente de la muerte; hay quienes, estando adentro, piensan en salir para matar a su esposa, que se fue con otro; para matar al abogado, que se llevó el dinero; existe mucho resentimiento».

EN LIBERTAD

El 10 de noviembre de 2013, Guillermo, recuperó su libertad. Se encontraba en Ezeiza, trabajando en el buffet y, fue el director del establecimiento quien le notificó que, tres días antes, le habían dado su libertad.
En la vida de Guillermo ese fue un momento trascendente. Desde entonces, no deja de manifestar su testimonio en el que se refleja su amor hacia Dios, hacia su familia y un corazón renovado que ha trascendido hacia la virtud.

PALABRAS FINALES

En la actualidad, Guillermo, radicado en esta ciudad, realiza trabajos de jardinería y, por las mañana, vende biscochos y pan casero. No escatima esfuerzo en el trabajo.
Guillermo contrajo enlace, encontrándose en la cárcel, el 19 de diciembre de 2007, con Balbina González, la compañera fiel que lo esperó durante once años.
Además, tiene el cariño de sus tres hijos y de sus cuatro nietos.
Asimismo, siente especial gratitud hacia muchas personas que lo acompañaron en estos años díficiles y que lo siguen ayudando. Su – Tía, quien construyó con sus ahorros el departamento donde hoy vive y su hermano Daniel, que lo edificó. También, un amigo suyo le procuró los medios para realizar la tarea de jardinería, comprándole las herramientas que utiliza en este oficio.
«En una época -expresa Guillermo-, era muy egoísta, no valoraba la familia que tengo, el amor de la familia. Gracias a mi esposa, también, pude soportar la cárcel. Cuántas veces ella se quedó acampando desde la noche anterior, esperando para entrar al penal para visitarme. ¡Cuánto sacrificio que hizo!, ¡cuántas veces se quedó sin comer para traerme a mí algo, en el día de la visita».
Hoy, la vida de Gui llermo es un testimonio de esperanza que, por doquier, demuestra cuán importante es elegir el camino del bien.

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