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sábado, abril 20, 2024

Elsa Polo de Defooz, enfermera abnegada de la ciudad

deffoz04-2El 31 de mayo último, cuando contaba 92 años de edad, falleció en esta ciudad la convecina Elsa Polo de Defooz, una persona estimada por quienes tuvieron la grata dicha de conocerla y compartir su trato.

Bastaba que algún vecino le dijera: “Elsita, no me siento bien”, para que saliera corriendo a ayudarlo. Así era Elsa. Luchadora incansable, trabajadora de la salud, celosa de su familia, siempre velando por la salud de los otros. Hija de Fermina Teresa Solan y Toribio Polo –oriundos de Zaragoza, España- nació un 6 de Junio de 1920 en Carlos María Naón, ubicado a 45 Km de esta localidad, donde vivió su niñez y parte de la adolescencia. Más tarde se trasladaría por trabajo de sus padres a esta ciudad, donde se desarrolló profesional-mente y formó su familia. Tenía 25 años cuando se recibió de enfermera en la Escuela de Enfermeros de “Nueve de Julio” que por aquel entonces funcionaba en el Hospital “Julio de Vedia”. Fue una de las primeras egresadas y apenas terminó sus estudios comenzó a trabajar, entregando su vida al cuidado de los enfermos. Siempre contaba a los suyos que en ese tiempo conoció a su esposo, Ramón José Defooz. Artesano, primero y enfermero, después. Trabajaba en el “Pabellón de Tubercu- losos” –en el actual edificio del Asilo de Ancianos- cuando lo conoció.
Cuenta la leyenda familiar que la primera salida fue toda una historia. Según comenta su hija, Estela Defooz, en una entrevista mantenida con EL 9 DE JULIO, Ramón Defooz “no se animaba a invitarla a salir, tampoco tenía ropa adecuada para la ocasión, pero a veces la vida se parece a una película y un personaje entra en escena para darle un empujón al protagonista”.
“El doctor Labandeyra -prosigue Estela- le prestó un traje a papá, la invitación se concretó y todo salió de parabienes. Lo que sigue es una historia de amor: se casaron en 1949 y formaron una buena dupla como pareja y enfermeros”.
Elsa y Ramón se complementaban, siempre. Aún se los recuerda esterilizando las jeringas y agujas con las que se ganaban la vida. Antes no todo era tan fácil. Antes de que se inventaran las primeras desechables en 1954, las jeringas estaban hechas de vidrio y tenían agujas separadas que se esterilizaban después de cada uso, además se tenían que afilar frecuentemente.  Y así, entre jeringas y nebulizadores llegaros sus hijas, primero, Teresa Cristina (“Cascarita”) y luego María Estela.
“Ellos -afirma Estela- nos enseñaron, sobre todo, a querernos, acompañarnos y ese es el cariño que hoy nos tenemos. Cuando no iban a controlar un suero, eran las inyecciones a horario, sino las nebulizaciones sin importar si era de día o de noche. Eran una dupla imparable y contaban con un equipo que hasta tenía una carpa de oxígeno”.
Ramón trabajó en el Hospital en el Laboratorio de Análisis Clínicos hasta que se jubiló y siguió su labor en forma particular. Elsa continuó con su trabajo en el Hospital hasta que le ofrecieron ser serena en la Clínica Independencia.
“¡Qué años aquellos! Corría la década del ´60,  la época del “mal de los rastrojos”, la época del trabajo agotador. Entraba a las 22 horas  y salía a las 6 de la mañana. Se recostaba pero ante cualquier llamado siempre estaba firme, lista para ayudar a los demás. No había nacido para descansar. Al menos así la recordamos sus hijas”, rememora la entrevistada.
Elsa junto a su esposo Ramón vivieron muchos años en la avenida Eva Perón entre Frondizi y Edison.
Deja, Elsa Polo, el recuerdo de su abnegación como enfermera y pasa a integrar la nómina de estos profesionales que sirvieron con abnegación a la comunidad, de manera generosa y altruista.

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