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sábado, octubre 25, 2025

Memoria y modernidad: de la primera vivienda con luz eléctrica al origen de un edificio que ilumina la cultura

Por Héctor José Iaconis.

A pocos días de conmemorar el 162° aniversario de la fundación de nuestra ciudad, resulta oportuno volver la mirada hacia aquellos edificios que, aunque ya no forman parte del paisaje urbano, dejaron una huella imborrable en la memoria colectiva de 9 de Julio.
Entre esos inmuebles desaparecidos merece especial atención la casa solariega que se levantaba en la esquina de la avenida Libertador General San Martín y Mendoza, donde actualmente se encuentra el edificio de la Biblioteca Popular «José Ingenieros». Se trataba de una vivienda que perteneció a don Nicolás Gallo y que los vecinos identificaron posteriormente como casa Taurel, en referencia a Fernando Taurel, su segundo propietario.
Esta construcción no solo constituía un exponente notable de la arquitectura italianizante característica de fines del siglo XIX, sino que además guarda el mérito histórico de haber sido la primera vivienda particular de 9 de Julio en contar con iluminación eléctrica, adelanto tecnológico introducido por el propio Gallo en 1891.
El destino de aquel solar, desde su función original como residencia vinculada al molino harinero hasta su transformación en sede de nuestra principal institución cultural, encierra una historia que merece ser conocida y valorada. Es la historia de un espacio que supo adaptarse a las necesidades de la comunidad y que, en su devenir, refleja las transformaciones que experimentó nuestra ciudad a lo largo de más de un siglo.

LA PRIMERA VIVIENDA ILUMINADA CON ENERGIA ELECTRICA
Donde actualmente se encuentra el edificio de la Biblioteca Popular “José Ingenieros”, en la esquina de la avenida Libertador General San Martín y Mendoza, se levantaba una casa solariega, peculiar para su tiempo, erigida en la década de 1880, con adecuaciones edilicias posteriores. Se trataba de la vivienda perteneciente a don Nicolás Gallo la cual, más tarde, pasó a manos de Fernando Taurel, razón por la cual los vecinos la identificaron por el nombre de su segundo morador. Ambos, respectivamente, fueron propietarios del molino harinero que se hallaba contiguo.
Esta casa constituía un ejemplo notable de la arquitectura italianizante urbana de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Se trataba de una vivienda de esquina, implantada en la manzana con desarrollo en “L”, cuya volumetría reforzaba el carácter representativo de la propiedad.
La estructura portante estaba compuesta por muros de mampostería maciza, seguramente de ladrillo cocido, revocados y ornamentados, mientras que la cubierta respondía al modelo de azotea plana, oculta tras un pretil continuo con pináculos y remates decorativos, solución propia del lenguaje academicista que buscaba enfatizar la solidez volumétrica.
La fachada estaba organizada bajo un estricto criterio de simetría axial y modulación rítmica de los vanos. La esquina adquiría jerarquía mediante relieves geométricos esgrafiados, mientras que la cornisa moldurada con dentículos y el friso superior reforzaban la horizontalidad de la composición. El zócalo, en revoque trabajado imitando piedra, protegía al muro de la humedad ascendente y elevaba la vivienda respecto de la acera.
Los elementos ornamentales respondían al eclecticismo característico del período: molduras, guardapolvos, relieves murales y pináculos sobre el pretil. Las aberturas, en madera maciza, eran de proporción vertical y enmarcadas por rejas de hierro forjado de factura artesanal, configurando balcones a la francesa que otorgaban un aire europeo a la fachada.
Sin bien no se conservan registros fotográficos cromáticos, al menos no los conocemos, del edificio original, puede inferirse que la fachada poseía terminaciones con revoque trabajado con esgrafiados y pintura a la cal, probablemente diferenciando cromáticamente los paños del zócalo y los cuerpos ornamentales.

Aquella vivienda tenía un mérito particular: se trataba de la primera casa que, en 9 de Julio, había contado con luz eléctrica.
En 1891, Nicolás Gallo instaló un generador de energía eléctrica, con el objeto de proporcional iluminación al molino. Se trataba de una dínamo que podía alcanzar a abastecer unas ciento veinte lámparas de dieciséis bujías cada una.
Se presume que esa máquina fue la primera, en su género, en ser instalada en 9 de Julio. Desde esa fuente de energía fueron tendidos conductores, con la misma finalidad, hacia la vivienda particular de Gallo.

EN MANOS DE GUILLERMO LARRAÑAGA
Con el correr de los años, el edifico, ya en estado ruinoso, pasó a pertenecer a Guillermo Larrañaga, acaudalado comerciante.
En 1939, la comisión directiva de la Biblioteca Popular “José Ingenieros”, comenzó a advertir la necesidad de contar con una sede propia, pues la misma ocupaba una dependencia dentro del Palacio Municipal, lo cual traería aparejados diferentes inconvenientes. En primer término, integrantes de la Comisión se dirigieron a algunos vecinos que, a la sazón, eran propietarios de varios inmuebles en la ciudad o que poseían una posición acomodada ciudad. Entre ellos, fueron visitados el empresario Aurelio Tomás y Florentino Valenzuela. En mayo del mismo año, el concejal Ambrosio Martínez, director del periódico «El Orden», solicitó un terreno municipal en carácter de donación, para la construcción de la sede de la Biblioteca.
Concerniente a la construcción del edificio, indudablemente, el hecho más destacable acontece a comienzos de junio de 1939, cuando el presidente de la comisión directiva, doctor Rogelio Rivero, mantiene las primeras entrevistas con quien será el benefactor de la institución, con la donación del solar donde actualmente se encuentra el edificio: Guillermo Larrañaga. En esta ocasión cobró especial protagonismo la intervención, en esas gestiones realizadas ante Larrañaga, del profesor Armando Palacios y del maestro Enrique Cano.
Para mayo de 1940 la donación se había hecho efectiva.

EL EDIFICIO DE LA BIBLIOTECA
En 1941, el ingeniero Luis Herbín, quien venía proyectando las principales obras públicas realizadas en la ciudad en las últimas décadas, había elaborado un presupuesto para la construcción del edificio propio de la Biblioteca. Sobre la base del anteproyecto de Herlín, el arquitecto Gabriel Barroso elaboró los planos correspondientes.
Si bien las diferentes comisiones directivas trabajaron con empeño en el proyecto de construcción del nuevo edificio, debió transcurrir más de una década hasta que, en 1952, fue conformada una subcomisión de vecinos encargados de efectuar los estudios vinculados con este punto. Rodrigo Lezca, Blas Abdala, Aníbal Monti, Edmundo Benedetti, Ramón Miglierina y Pedro Anselmi encargaron la elaboración de nuevos planos al ingeniero Abel Vázquez. En virtud de la inutilidad que presentaba el antiguo edificio donado por Larrañaga, se resolvió su inmediata demolición a los efectos de levantar una nueva edificación en ese solar.
En 1954, el albañil Luis Lora comenzaba la construcción de la base de hormigón armado del nuevo edificio; aunque, al cabo de un par de años, por falta de recursos o por diferencias con el constructor de la obra, los trabajos fueron paralizados.
En 1959 la dirección técnica de las obras de edificación de la nueva sede fue adjudicada Rubén Arrastia. A partir de entonces comenzaron a soplar vientos un tanto más favorables a la situación; sobre todo cuando se obtuvieron algunos subsidios obtenidos por legisladores locales y acordados por el gobierno provincial.
En 1961, finalizada la construcción de la estructura de hormigón, los hermanos Rumi, propietarios de una antigua empresa constructora local, se encargaron de proseguir los trabajos de albañilería. Al mismo tiempo, la carpintería, le fue encomendada a Domingo Villar y los mosaicos a la fábrica de los hermanos Braccalente.
Entre 1962 y 1963, la comisión directiva realizó un esfuerzo especial para la adquisición de los fondos que permitieran la conclusión las obras. En este sentido debe mencionarse de manera especial el aporte realizado por los legisladores Juan Ticera y Antonio Mussari, como así también un subsidio que acordara el gobierno provincial en tiempos de Oscar Alende.


Para la inauguración del nuevo edificio se escogió el día 27 de octubre de 1963, haciéndolo coincidir con la celebración del Centenario de la fundación de 9 de Julio. Entre las autoridades que concurrieron al acto inaugural se encontraba en gobernador de la Provincia de Buenos Aires doctor Anselmo Marini, el intendente municipal de entonces, escribano Santos Abel de la Plaza y diversas autoridades del ámbito provincial y nacional.
«La inauguración -refleja el diario «El 9 de Julio», en su edición del 29 de octubre de 1963- del flamante local de la Biblioteca José ingenieros alcanzó destacados relieves con la presencia de delegaciones escolares. Tras entonarse el himno nacional habló el actual presidente de la institución, Francisco Cassani, quien reseñó cómo se logró el actual edificio. Después lo hizo la primera presidenta de la institución Adela S. de Caplán [nótese aquí un error del cronista, pues Adela Berta S. de Caplan lo fue de la comisión organizadora] quien recordó los nombres de los fundadores.
Seguidamente fue el gobernador quien pronunció breves palabras destacando la importancia de la obra. Mereció elogios la muestra didáctica ‘Y la lanza se trocó el arado'».
Tal como lo indican Haydée E. Adobato de Rastelli y Ricardo G. López, en su excelente recopilación acerca de la historia de la Biblioteca, «la inauguración del nuevo edificio fue simbólica, pues no hubo tiempo para trasladar al nuevo local todos los muebles, libros y demás enseres de la biblioteca, continuando posteriormente el desplazamiento desde el lugar que ocupara durante treinta años en la municipalidad».
«Este período -añaden Adobato y López- debe ser calificado de excepción y con justicia ya que durante el mismo, un proyecto tan largamente acariciado como el de ver instalada la biblioteca en su local propio se convirtió en realidad. Sus asociados contaron con las comodidades necesarias. Se recibieron subsidio de orden nacional, provincial y municipal y fue muy importante el apoyo brindado por el vecindario en aportes pecuniarios y donación de libros».

PALABRAS FINALES
El recorrido que hemos trazado por la historia de este emblemático solar nuevejuliense nos permite comprender cómo los espacios urbanos se resignifican con el paso del tiempo, adaptándose a las necesidades y aspiraciones de cada época.
La antigua casa de Nicolás Gallo, con sus pináculos, sus molduras italianizantes y su innovadora instalación eléctrica, representaba el espíritu emprendedor y modernizador de aquellos pioneros que forjaron el progreso material de nuestra ciudad en las últimas décadas del siglo XIX. Su demolición, si bien significó la pérdida de un valioso testimonio arquitectónico, abrió paso a un proyecto que la comunidad había acariciado durante años: dotar a la Biblioteca Popular «José Ingenieros» de un edificio propio.
El proceso de construcción del nuevo edificio, que demandó más de una década y requirió el esfuerzo mancomunado de sucesivas comisiones directivas, profesionales locales, legisladores y vecinos comprometidos, constituye un ejemplo elocuente de lo que puede lograrse cuando una comunidad se moviliza en pos de un objetivo común. La inauguración en 1963, coincidiendo con el centenario de la fundación de 9 de Julio, representó el coronamiento de ese esfuerzo colectivo.
Rescatar estas historias no es un ejercicio de nostalgia estéril, sino un acto necesario para comprender quiénes somos como comunidad y valorar el legado que hemos recibido. En tiempos en que la vorágine del presente suele difuminar los vínculos con nuestro pasado, volver sobre estos episodios nos permite reconocernos en una tradición de esfuerzo, solidaridad y compromiso que debe servirnos de inspiración para enfrentar los desafíos del presente y del futuro.

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