Profesores y alumnos del Colegio Marianista «San Agustín» de 9 de Julio, unidos en una simpática hazaña
– Primera Parte –
Hace cinco o seis décadas atrás no era del todo frecuente, como hoy lo es, poder captar un registro fotográfico de los hechos cotidianos. Menos aún lo era de aquellos acontecimientos infrecuentes o de situaciones fortuitas acaecidas en escenarios particularmente insólitos.
Para tomar una fotografía instantánea era menester contar con una cámara que, no siempre, estaba al alcance de quienes protagonizaban el episodio. Quizá por ello no se conserven imágenes del singular suceso que narraremos. No obstante, por fortuna, sus protagonistas han podido brindar sus testimonios, permitiendo trazar esta semblanza que publicaremos a partir de hoy. De otra manera, no tendríamos noticias de la asombrosa corrida de toros que fue ensayada por dos religiosos marianistas, profesores del Colegio “San Agustín”, Fernando Bringas Trueba y Enrique Barbudo y de la que fueron testigos directos dos alumnos, Juan Carlos Vieta y Sergio Corral.
En efecto, hacia 1969, un grupo de alumnos del Colegio, encabezados por Juan Carlos Vieta, les comentaron a sus profesores que deseaban hallar la forma de recaudar fondos para el viaje que pensaban hacer a fin de curso. Ante ello, Barbudo y Bringas, les propusieron organizar una corrida de toros, ofreciéndose ellos mismos para oficiar como toreros.
Lanzada la idea, con el ímpetu juvenil que ambos religiosos tenían y el entusiasmo de los alumnos, decidieron realizar primero un ensayo, antes de acometer el lance de manera definitiva. Si bien el azaroso envite se vio frustrado, este hecho quedó grabado a fuego en la memoria de aquellos alumnos y, desde luego, también en la de sus profesores.
Corresponde, acaso, aclarar que con esta semblanza se desea evocar un hecho a la luz de la historia, observándolo con el prisma de su tiempo, de su contexto histórico y enfatizando en su singularidad y en las mociones que lo determinaron. En absoluto se desea hacer una apología de la práctica de la tauromaquia o de cualquiera otra forma de maltrato o abuso animal, manifestaciones estas que han sido siempre severamente reprobadas desde las páginas de EL 9 DE JULIO.

LOS PRIMEROS MARIANISTAS Y SU LEGADO
Fernando Bringas Trueba y Enrique Barbudo Escobar formaban parte de la Compañía de María y de la comunidad que, desde hacía seis años, se encontraba a cargo del Colegio “San Agustín” . Un sacerdote, el padre Angel Rojo, y cuatro hermanos, Fermín Fernández, quien ocuparía el cargo de director del nuevo instituto hasta 1965; Lorenzo Aspe (“El Vasco”), Juan Carlos Moreno y Martín Rivas, habían iniciado en 1963 una historia educativa en 9 de Julio, a la que sumaron poco a poco otros marianistas que también dejaron su legado: Agustín Calzada, Luis Díaz Varela (aún se recuerda la gol que conquistó con la mano), Vidal Ochoa (rector del Colegio entre 1966 y 1967), Rafael Morales, Carlos Ruiz, Secundino Martínez, Eliseo González, Arturo Pérez, Juan Atucha (rector entre 1968 y 1969) y José Luis Fernández (“Manija”), entre otros.
En aquellos primeros años de vida del Colegio, en la década de 1960, la presencia de los marianistas en 9 de Julio constituyó un hito sustancial para la ciudad, para la Diócesis recién erigida y para la educación. Convocados a fundar el Colegio por el primer obispo diocesano, monseñor Agustín Herrera, respondieron a esa llamada durante el gobierno pastoral de su sucesor, monseñor Antonio Quarracino, en tiempos en que se desarrollaba el Concilio Vaticano II y comenzaba el gran desafío de transmitir las nuevas orientaciones conciliares a una sociedad local un tanto reacia a recibirlas. Los marianistas coincidieron y fueron parte de la labor evangelizadora y educativa diocesana inspirada por Quarracino y, más tarde, fueron partícipes predilectos de las actividades juveniles diocesanas. Precisamente, uno de los actores de esta historia, Enrique Barbudo, tuvo en la organización de la Pastoral Juvenil un papel preponderante.
Los nuevejulienses advertían, en esos primeros marianistas, un estilo eclesial diferente, un carisma propio completamente distinto al que la mayoría de los vecinos conocían, más bien ligada a la figura del cura párroco del lugar y a la de las dos comunidades religiosas femeninas que, entonces, existían en la ciudad. Aquellos eran distintos: pertenecían a una congregación religiosa pero no vestían hábito talar sino la indumentaria propia de los seglares; incistían en el espíritu de familia y buscaban crear vínculos entre el Colegio y el entorno familiar de los alumnos; tenían la visión de educar cristianos íntegramente humanos y hablaban del método de formar la mente y el corazón de los alumnos al mismo tiempo que se les enseñaba a leer y a escribir. En otras palabras, contaban con una pedagogía muy innovadora para entonces y un programa educativo centrado en las humanidades. La mayoría de ellos formados en Friburgo tenían, naturalmente, una formación intelectual sólida y marcadamente europea. Llegaba con ellos a la comunidad nuevejuliense y, particularmente, a los alumnos que pasaban por sus aulas, el rico universo de las letras, de la filosofía, de la latinidad clásica y de las ciencias aplicadas.
Contraponiéndose al diseño curricular casi obsolescente y a los métodos tradicionales de la educación estatal en los años ´60, la pedagogía marianista traía una bocanada de aire fresco. Poco antes, había sido publicado el monumental y famoso libro Pédagogie marianiste, una obra mítica escrita por Paul- Joseph Hoffer, el mismo superior general que incentivó la fundación del Colegio en 9 de Julio, donde se describe copiosamente la rica tradición de la educación marianista y los alcances de sus líneas pedagógicas.
Decía Hoffer que, “toda educación que combate el egoísmo, favorece la expansión de las virtudes sociales”. Por ello, los marianistas de entonces habían enfocado el papel de la educación, “inspirando el espíritu de equipo y de solidaridad; la formación pura y simple de la inteligencia, dando a la cultura desinteresada la primacía sobre la utilidad y favoreciendo el conocimiento objetivo y universal de la realidad integral; la formación moral, creando hábitos cristianos de obediencia, de orden, de disciplina, de respeto a la autoridad y educando en el sentido del esfuerzo, de la veracidad, de la responsabilidad, del trabajo y de la fidelidad al deber de estado”. Para aquellos primeros profesores, todos esos componentes junto con una consistente formación religiosa, colocaban en el alma de los alumnos los fundamentos del espíritu social y de las cualidades humanas y cristianas.
Esa era, pues, la fuente –iluminada por su fundador Guillermo José Chaminade-, de la cual bebían aquellos educadores, religiosos españoles, que tanta riqueza cultural trajeron a 9 de Julio y que tanto gravitaron con su método educativo.
Continuará…