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sábado, abril 27, 2024

Elpidio González – Antonio Aita. Cuando la ética y la honradez son la primera elección

Hace pocos días atrás, un lector nos acercó la historia de Elpidio González (1875-1951), que ha sido difundida a lo largo de los años como paradigma de la honradez y virtud en el ejercicio de la función pública. Sin dudas, en estos tiempos en que la clase política es severamente cuestionada, el modelo de González refuerza el ideal de los patriotas que construyeron la nación: nada debe estar por encima del bien común.

Elpidio González – Antonio Aita.

UN HOMBRE AL SERVICIO DEL PUEBLO
Elpidio González fue vicepresidente, ministro de Guerra y jefe de policía. Cuando le tocó desempeñarse como vicepresidente, entre 1922 y 1928, rehusó tener sueldo porque consideraba que estaba mal cobrar por algo para lo que el pueblo lo había elegido.
Su padre, el coronel Domingo González, un viejo soldado federal del Chacho Peñaloza, había participado en 1893 de la revolución radical de Rosario. Y Elpidio estuvo a su lado. Él mismo volvería a jugársela en la provincia mediterránea en la revolución del 4 de febrero de 1905. Para entonces, se convirtió en el referente del radicalismo local.
Luego de ejercer los cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y jefe de policía, después de declinar ser legislador y gobernador de la provincia de Buenos Aires, volvió a la vida civil lleno de deudas. Le fue rematada su vivienda y, sumido en la pobreza, se negó a cobrar una jubilación de privilegio.
Su amigo Germán Ortkras, propietario de la empresa Anilinas “Colibrí”, al saber de su paupérrima situación financiera, le ofreció una ayuda económica que también se negó a recibir. En cambio aceptó trabajar para esa empresa. Por ello, ya en la edad avanzada, transitaba por la Avenida de Mayo, en la ciudad de Buenos Aires, vestido con un viejo traje obscuro y larga barba blanca, recorriendo algunos comercios amigos, entregando anilinas que vendía.
Trabajó también en las oficinas de la misma fábrica de anilinas, donde era muy respetado y querido por sus compañeros de trabajo.
Hay quienes aseguraron también haberle visto vender, de manera ambulante, ballenitas para cuellos de camisas.
En el barrio de la Avenida de Mayo era conocido, ya que vivía en una modesta pensión de la zona. Cuando su madre falleció, el propio González debió subirse a la carroza fúnebre, ya que no disponía de dinero para contratar un mejor servicio.
A diferencia de lo que ocurre en la época actual, cuando Elpidio González asumió los cargos públicos hacia 1916 poseía un patrimonio de 350.000 pesos. Para 1930, cuando debió dejarla, al ser destituido por el Golpe de Estado, ya no tenía capital, sino una sucesión de deudas que ascendían a los 65.000 pesos.

SU CARTA AL PRESIDENTE
A instancias del legislador Adrián Escobar, en 1938, se le acordó una jubilación vitalicia. También la rechazó. Ha transcendido en el tiempo, gracias a Arturo Frondizi, su carta del 6 de octubre de 1938 al presidente Ortiz, en la que señalaba: «Habiendo sido promulgada la Ley que concede una asignación vitalicia a los ex Presidentes y Vicepresidentes de la Nación, cúmpleme dejar constancia al señor Presidente, en su carácter de ‘jefe Supremo de la Nación, que tiene a su cargo la Administración General del País’, de mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha Ley».
«Al adoptar –añadía- esta actitud sigo íntimas convicciones de mi espíritu. Entregado desde los albores de mi vida a las inquietudes de la Unión Cívica Radical, persiguiendo anhelos de bien público, jamás me puse a meditar, en la larga trayectoria recorrida, acerca de las contingencias adversas o beneficiosas que los acontecimientos podían depararme. No esperaba, pues, esta recompensa, ni la deseo y, al renunciarla, me complace comprobar que estoy de acuerdo con mis sentimientos más arraigados».
«Confío en que, Dios mediante, he de poder sobrellevar la vida con mi trabajo, sin acogerme a la ayuda de la República por cuya grandeza he luchado y que, si alguna vez, he recogido amarguras y sinsabores me siento recompensado con creces por la fortuna de haberlo dado todo por la felicidad de mi Patria. Saludo al Señor Presidente», concluía.
Elpidio González falleció el 18 de octubre de 1951 en la mayor pobreza.

ANTONIO AITA, POLITICO Y PERIODISTA AL SERVICIO DE SU COMUNIDAD
En nuestra historia nuevejuliense, podemos hallar un paralelo entre la historia de Elpidio González y la trayectoria de Antonio Aita (1911-1995). Periodista y dirigente político, fue legislador en la Provincia de Buenos Aires.
Antonio también objetó de plano toda vez que se le ofreció la posibilidad de obtener una jubilación o retribución por haber desempeñado la función pública. A fuerza de una persistencia de parte de Jesús Abel Blanco, quien le insistía que debía cobrar su jubilación como legislador, percibió ese salario por unos pocos meses, antes de su fallecimiento
Nunca percibió retribución por los servicios prestados a la comunidad. Más aún, con una entrega absoluta fue mentor de instituciones de bien público, fomentó la construcción de vivienda de manera cooperativa, fue un pilar del desarrollismo en 9 de Julio y dio impulso a obras que marcaron un jalón en la historia de 9 de Julio.
Dedicado a la labor periodística, como co-propietario de Diario “EL 9 DE JULIO”, desde su espacio, con su pluma combativa y su palabra señera, defendió los intereses de la comunidad contra el atropello de los poderosos que pretendieron silenciarlo. Rechazó amenazas y cohechos y, así como lo había hecho Elpidio González, vivió honradamente sin pretender amasar fortuna.
En cierta ocasión, siendo legislador, a cambio de su voto a un proyecto de dudosa legitimidad que se impulsaba en ese momento, recibió la oferta millonaria. Su negativa a aceptar tamaño soborno, le valió enemigos.
Antonio donó su casa paterna a la comunidad de 9 de Julio. Merced a ese legado, tiene su sede la Sociedad de Fomento de Barrio Luján. En ese edificio también funciona la Biblioteca Popular y Asociación Cultural «Antonio Aita».
Antonio Aita, así como Elpidio González honraron la función pública y el ejercicio legítimo de la política. El ejemplo de ambos, faro de luz que la historia devuelve a los tiempos actuales, debería orientar a quienes hoy ejercen, en los diferentes estratos, las funciones que le ha confiado el pueblo soberano.

 

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