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miércoles, abril 24, 2024

Juzgado de Paz: Raúl Granzella, «SECRETARIO con mayúsculas»


Días pasados se llevó a cabo un encuentro de despedida organizado con motivo de culminar su etapa como Secretario del Juzgado de Paz al Dr. Raúl A. Granzella, al recibir el beneficio jubilatorio. En ese marco la Asociación de Abogados de 9 de Julio brindó un mensaje como emotivas palabras que definen a Granzella como un «SECRETARIO con mayúsculas», después de más de 37 años.

EL MENSAJE DE LOS ABOGADOS
A Raúl A. Granzella
Querido Raúl: Un sentimiento espontáneo de gratitud nos invade, y necesitamos exteriorizarlo, compartirlo. Raúl, Raulito, el Secre, SECRETARIO con mayúsculas: Hoy venimos a tributar, con todos, el merecido reconocimiento a la labor fecunda y generosa que cumpliste durante más de treinta y siete años en el Juzgado de Paz Letrado de 9 de JULIO.
Alguien podría observar, no sin razón, que el correcto desempeño de la función pública es un deber y que, por lo tanto, todo agradecimiento resulta impropio, excesivo. Es cierto. Lo mínimo que cabe esperar de un funcionario estatal es que honre la investidura que se le ha confiado. Cumplir con el deber, se sabe, no es una opción entre varias. Es la única esperable, máxime cuando se trata de ennoblecer uno de los pilares sobre los que se asienta la república.
Pero hay un detalle que no podemos obviar, Raúl: Y es el modo como has ejercido la insigne función de secretario. Nos referimos a tu dedicación plena, sin escatimar energía ni tiempo.
Tu escucha atenta y permanente a los problemas e inquietudes de todos -ya sea de los abogados, auxiliares de justicia, compañeros de trabajo, de los ciudadanos en general- ha sido una marca registrada, un sello que te identifica. Una forma de ser que te distingue más allá del deber impuesto por las leyes, las resoluciones y las acordadas de la Suprema Corte. Siempre defendiendo los valores humanos, acervo inapreciable cuando el vacío de la ley o una situación ardua o intrincada dificultan la solución.
Raúl, si bien los profesionales del derecho -en todas sus ramas y especializaciones-, hemos sido beneficiarios directos de tu labor diligente, son los vecinos -los ciudadanos de a pie como se dice- los destinatarios últimos de tu abnegada entrega. Sin arrogarnos representación exclusiva de ellos, nos atrevemos a incluirlos en este reconocimiento.
Que surgen sentimientos encontrados, no hay duda. Por supuesto que los hombres y mujeres de bien desearíamos seguir contando siempre con un baluarte de la equidad, de la entrega constante. Pero no podemos pecar de egoístas. El beneficio jubilatorio es un premio nunca tan merecido. Seguramente afrontarás esta etapa con la misma sabiduría de siempre. Uno no se retira del estilo de vida que lo ha guiado, que ha elegido.
Tenemos que estar tranquilos, tu impronta es una estela que subyace y que va a permanecer en el tiempo. Un recurso latente al que se podrá recurrir en todo momento. Has trazado una senda digna de seguirse. Gracias una vez más, Raúl. Te agradecemos el no haberte atrincherado detrás de un escritorio escudándote en el trajín ciclópeo, por momentos desgastante que implica la tarea de secretario.
Reconocer tus méritos no opaca en nada la infatigable labor que cumplen los demás miembros del Juzgado de Paz Letrado de 9 de Julio, sean superiores en jerarquía o inferiores. Tus inmediatos colaboradores -ahora ex compañeros-, con su entrega silenciosa y constante han contribuido a que te desempeñaras de la manera que lo hiciste. Sencillamente sentimos la necesidad de resaltar que lograste sostener de manera inquebrantable en el tiempo, y en distintas circunstancias, un elevado nivel de compromiso.
Raúl, fuiste llamado a desempeñar un cargo sensible y caro a los intereses sociales. La justicia propende a la paz social, y así lo entendiste desde el primer momento cuando, allá por el año 1985, ingresaste como oficial en el juzgado de Paz Letrado de nuestra ciudad -dependencia ubicada en la calle Robbio-. Suele decirse, no sin acierto, que todo trabajo -y la función pública en especial- forja la personalidad, la modifica. Que ocupar un estamento elevado en uno de los poderes públicos tensa la convivencia entre el ser humano y el cargo ejercido. Incluso que este último modifica a la persona. Lo encomiable deviene cuando es el propio cargo el que se ve influido, para bien, por quien lo ejerce.
Rápidamente supiste que no alcanzaba con saber de leyes. Que la tarea a cumplir desbordaba los tecnicismos jurídicos. No hay equidad sin una ética que la sustente. Raúl, más que trabajar “en la justicia” has sido un servidor de la justicia.
Has hecho todo lo que estaba a tu alcance, y más, para que el juzgado funcione orgánicamente. Lo que no es tarea fácil. Cuando parecía que se lograba un estándar de trabajo acorde, enseguida aparecían los cambios: Por caso la ampliación de la competencia, el cúmulo de trabajo siempre en aumento, la renovación del personal, la informatización, etc. Y vos siempre adelante, abriendo camino. Aprendiendo rápido. Con matices e improntas personales, siempre enriquecedoras, quienes siguen al pie del cañón en el juzgado seguramente sabrán capitalizar todo lo hecho. Hay un legado ahí, seguramente te lo van a agradecer.
Raúl: Es común escuchar que nadie -en ningún ámbito- es imprescindible. No hay duda que es así. Es más, debe ser de ese modo. Lo que no quiere decir que no te extrañaremos. Como un reflejo, tu persona aparece en nuestra mente cada vez que nombramos la palabra audiencia. En este punto nos animamos a confiarte un secreto: Hay quien jura haber escuchado -en estos días- el taconeo de tus pasos firmes y seguros transitando los pasillos del juzgado. Ecos del recorrido maratónico que hacías de un extremo a otro de un edificio al que se le fueron agregando más y más dependencias. Prolongación edilicia curiosamente alegórica, viva metáfora de lo lerda e intrincada que suele tornarse la justicia.
Esta evocación nos remite a una anécdota del pasado reciente. Nos referimos a los dichos ocurrentes de un colega que, apostado en la mesa de entrada y absorto por tu ir y venir, soltaba comentarios del tipo: “Créanlo o no, el Secretario hoy metió tres parques en su ida y vuelta -¡5.400 metros-¡” Y nunca faltaba el que, distraído, observaba: «Pero si la computadora te permite estar en distintos lugares sin moverte del escritorio”. Había un detalle a considerar: Urgido como estabas por las torres de expedientes en espera, no tenías tiempo material para calzarte las zapatillas y costearte hasta el parque Gral. San Martín. Versátil como siempre, hacías dos por uno. Mientras agilizabas expedientes practicabas aerobismo de oficina. Carrera con obstáculos nos animaríamos a decir. Como puede verse, sos un precursor del Gym Office, variante aeróbica tan en boga en estos tiempos post modernos.
Bromas aparte, decíamos que ahí estabas cada día, impulsando la maquinaria de la justicia con fuerza renovada. Así las cosas es inevitable asociar tu denuedo al de una figura clásica, arquetípica. Tu incansable labor nos remite a una interpretación -optimista por cierto- del mito de Sísifo. El titán que rodaba la pesada roca cuesta arriba, intentando llegar a una empinada cima para, breves centímetros antes de la meta, bajar irremisible y abruptamente a causa del peso excesivo de la piedra y vuelta a empezar el día siguiente. Así una y otra vez. Constante trajinar en pos de levantar un edificio en permanente construcción, que si no se lo apuntala tiende a derrumbarse. Siempre la seguidilla interminable. Pero jamás desfalleciendo, nunca en vano, siempre creyendo en el imaginario de un mundo mejor.
¿Cuál es la clave de tanta abnegación? Ya lo dijimos, tu hombría de bien, la dedicación y el respeto por el prójimo. Pero hay algo más, Raúl. Tu virtud no se consigue en un claustro universitario donde, tampoco cabe duda, también te ganaste el respeto de compañeros y profesores. Así sucedió allá en la universidad Nacional del Litoral en Santa Fe, la primera que se formó siguiendo los principios de la reforma universitaria. El quid de todo, decíamos, es nada más y nada menos que la cuna sencilla, honesta y trabajadora en la que te forjaste como persona, la de papá Tilo y mamá Rosita. Y que supiste plasmar uniéndote a Olivia, tu esposa y que, juntos, volcaron a vuestros hijos.
Lo que sos se aprende en casa, se recrea con los amigos, se expande por el barrio, luego en el club de tus amores y finalmente se vuelca a la sociedad que, confiada, te llamó para servir. No es posible hacer tanto por mera obligación. Hace falta estar plenamente convencido de que una sociedad mejor es posible, de que la realización del ser humano es una meta alcanzable. Gracias una vez más, Raúl.
Gracias por tu entrega natural, tu sencillez y sabiduría puesta al servicio de los demás.
Te queremos mucho, siempre.
Asociación de Abogados de 9 de Julio.

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