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sábado, abril 20, 2024

Delfo Cabrera, medalla de oro en la Maratón de los Juegos Olímpicos de Londres

Por Carlos Graziolo

El 7 de agosto de 1948 Delfo Cabrera, un atleta argentino de 29 años nacido en Armstrong (Santa Fe), conquistó la medalla de oro en la Maratón de los Juegos Olímpicos de Londres. En aquella competencia, además, dos argentinos estuvieron entre los diez primeros: Eusebio Guiñez (5to) y Armando Sensini (9no). Tres argentinos en los primeros diez puestos, una postal irrepetible.
Hoy se cumple un nuevo aniversario de una de las mayores hazañas de un atleta nacional en el exterior: el oro olímpico en la maratón de Londres 1948. Fue el cuarto de seis hijos de Claro Cabrera y Juana Gómez. Quisieron anotarlo como Delfor, pero el empleado del registro civil se equivocó y quedó Delfo para siempre. El día que nació, su padre plantó un naranjo, una ceremonia que repetía ante la llegada de cada hijo. Su futuro de corredor se forjó cubriendo la distancia que separaba su hogar de los lugares en los que conseguiría alguna changa en el campo santafesino.
Sus progresos como atleta lo llevaron a Buenos Aires. Lo federaron en San Lorenzo de Almagro y, bajo las ordenes de Francisco Mura, tal vez el más brillante maestro del atletismo nacional, empezaron a llegar las conquistas locales, sudamericanas y panamericanas.
El viaje a los Juegos de Londres en 1948 fue en barco: tres semanas que en buque no eran lo más indicado para mejorar la preparación de los tres argentinos inscriptos en la maratón.
Las modestas esperanzas de una medalla estaban puestas en Guiñez y Sensini cuando se largó la carrera. El consejo de Francisco Mura para Cabrera fue que no forzara la marcha, que no se dejara llevar por el impulso de ser un corredor acostumbrado a las distancias cortas. Intervinieron cuarenta y tres atletas en representación de veintitrés países. La maratón era y es una de las pruebas más importante de los Juegos Olímpicos. La largada dentro del estadio Wembley fue a las tres de la tarde de un día infernal de ese verano europeo, “con sol, mucho calor y altísima humedad”, según relata en un video de impecable conservación la nadadora argentina Enriqueta Duarte también participante de aquellos juegos. Hay tres argentinos en la línea de largada: Cabrera, con el número 233; Guíñez, un veterano mendocino, con el 234; y Sensini, el bahiense, con el 251. Después que sonara el disparo de largada los maratonistas recorren trescientos metros y van saliendo hacia la calle por el mismo lugar donde arde la llama olímpica. La multitud los despide con aplausos El tren de carrera no es muy fuerte. Guíñez va entre los primeros. Sensini marcha más retrasado y Cabrera entre los últimos.
Recorridos algo más de veinte kilómetros Delfo Cabrera, empezaba a apurar el paso y pasaba atletas como si fuesen postes; el argentino venía más entero que todos los demás. Varios argentinos se instalaron en el estadio, junto a la pista –porque allí, desde donde se había partido, sería la llegada-; había periodistas y entrenadores de otros deportistas en el sitio reservado a las delegaciones extranjeras. Se veían entre sí pero no estaban juntos. Quizá haya sido mejor, porque entonces Cabrera pudo oír muchos gritos de aliento, escalonados y durante un largo trecho en la vuelta final.
“El sol se había ocultado. De pronto se abrieron las nubes para asistir a un acontecimiento sensacional. Por la misma puerta por donde el día de la inauguración habían entrado los reyes, apareció en la pista el belga Gailly, con su casaca roja de vivos azules a los tropezones, extenuado, a punto de desmoronarse, vacilantes sus piernas, extraviada su mirada y perdido casi por completo su sentido de orientación” escribía Félix Daniel Frascara en El Gráfico.. Hubo una salva de aplausos aprobando aquel ingreso pero unos segundos después los 70 mil espectadores se sacudieron con la aparición en escena de otro atleta, de marcha firme e indudable, el número 233, que piso la pista rojiza de Wembley; era un atleta morrudo, fuerte, morocho, bombero de profesión, que pisaba seguro y miraba con claridad. Era Cabrera. Era un argentino.
Enseguida lo pasó al belga, dio una vuelta completa a la pista y tomo la recta final. El pecho de Cabrera cortó el hilo de llegada. Había empleado 2 horas 34 minutos 51 segundos 6 décimas desde la largada. Ese día, la bandera y el nombre de la patria junto a su apellido, Delfo Cabrera, había llegado a lo más alto. Cerca del podio donde recibió la medalla, los argentinos que lo habían alentado al pisar la pista de Wembley, cantaron el Himno. Frascara, diría: “Lo cantamos para todos los argentinos, llevándolos en la garganta y sintiéndolos en el corazón. Yo, con mi Argentina en el corazón, con todos mis amigos gritando en mi voz, viví unos minutos que jamás había soñado y que nunca olvidaré. Mentiría si pretendiera escapar a los lugares comunes y decir que no hice cuestión de patria. ¡Cómo no! No creo que nadie pueda ver a un compatriota triunfante en la máxima competencia deportiva del mundo y detenerse a pensar que no es nada más que un juego. Podrá manifestarse el júbilo en forma desbordante o con discreta sobriedad. Pero la patria «está ahí». Se oye su voz y se siente su latido. Yo no lloré. Tampoco podía hablar. Grité -ustedes conmigo- hasta el instante en que Cabrera cruzó la meta, llevándose con el pecho ese hilo que se extiende a lo ancho de la pista, como barrera que cierra el paso hacia los campos de la fama y sólo se abre ante la grandeza de los vencedores. Desde ese instante ya no grité más. Algo significa el nombre de Delfo Cabrera en el deporte argentino. Era lógico, natural, esperar que significara también algo en el deporte mundial. Lo que difícilmente hubiéramos podido imaginar es que llegara a significar tanto para nosotros. Porque, llevados por nuestro entusiasmo, no debemos caer en el error de olvidar la causa fundamental de ese momento inolvidable: si gritamos primero y enmudecimos después, si sentimos que Wembley era nuestro y vimos cómo brillaba un rectángulo celeste y blanco sobre el gris del horizonte, eso se lo debemos a Delfo Cabrera. A su esfuerzo y a su calidad”. En el mismo video mencionado al comienzo las imágenes muestran la llegada de un barco al puerto de Buenos Aires y mucha gente saludando. La voz del locutor –el actor Eduardo Rudy- del noticiero Sucesos Argentinos resalta la hazaña de Delfo Cabrera: “Los pañuelos agitados al viento saludan a los bravos muchachos criollos que demostraron en Londres el valor del deporte nacional. Una compacta muchedumbre le testimonia el reconocimiento del pueblo argentinos que supo aquilatar el esfuerzo de esta juventud que enfrentó con éxito a rivales de Europa y América». Cambio de imagen y el locutor sigue ceremonioso: “Delfo Cabrera, el humilde bombero que deslumbró a Europa en el final electrizante de la maratón, es agasajado en el Departamento Central de Policía”.
Cuatro años más tarde, Cabrera fue el abanderado de la delegación en los Juegos de Helsinki y en la maratón bajó ocho minutos su marca, pero terminó sexto en la prueba que ganó el checo Emile Zatopek, la “Locomotora Humana”. El sueño de participar de los Juegos de Melbourne en el 56 se lo truncó la autodenominada Revolución Libertadora del 55. Y como estaba tan identificado con el peronismo además de proscribirlo como deportista, lo dejaron cesante en su trabajo y luego lo confinaron a una tarea de pincha papeles en el Jardín Botánico. Con los años se recibió de profesor de educación física
Murió trágicamente, el 2 de agosto de 1981, en un accidente automovilístico en el kilómetro 187 de la Ruta 5 cuando regresaba de un homenaje en la ciudad de Lincoln. La medalla de Cabrera fue el último gran logró del atletismo nacional. Diría el locutor de Sucesos Argentinos: “Es menester que lo recordemos como lo que fue, un cabal campeón, que vivirá eternamente en el corazón del deporte argentino”.

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