spot_img
spot_img
18.3 C
Nueve de Julio
sábado, abril 20, 2024

Recuerdos de otros tiempos… Tormenta

[30 de julio de 2011]

Por el Dr. Roberto Rossi (escribe desde Buenos Aires)

Ultimos meses de 1956. Estoy cursando el mítico  6to. de la primaria de entonces, aquél que preparaba para casi todas las exigencias de la época. Me había propuesto no  faltar en todo el año, porque éste era el último en la querida Escuela Nº1. Pero ese día, desde la madrugada, llovía que daba gusto. Era la hora de salir para el colegio y  si bien la lluvia cesaba de a ratos, la mañana seguía oscura, cargada de tormenta y una sucesión ininterrumpida de relámpagos rasgaban siniestramente el horizonte allá, por el suroeste, acompañada por el retumbar  de los truenos. La ira de Júpiter se descargaba con todo en el 9 y aledaños. Venía una correntada por la cuneta de La Rioja ( sin asfalto aún ni sistema cloacal), doblaba  a toda velocidad formando remolinos burbujeantes por la Coronel González,  para salir luego despedida  con fuerza y ruidosamente hacia la laguna del parque. Yo dudaba entre ir a la escuela y/o  pegar el faltazo porque, la verdad, estaba como para quedarse. No obstante a mi me gustaba  concurrir porque, sobre todo, se había formado un muy lindo grupo de compañeros de estudios, juegos y vínculos de genuina amistad juvenil que incluso perduró, en muchos casos, a lo largo de los años. Allí estaban entre otros, el “vasco” Galañena, “Pompona” Choy, “angeli” Marino, el “gordito” Después, Pablo Kirchner, “pocholo” Cheverry, el “tiburón” Fazio, Pedro Peralta, Soto (el de Pesci y Rossi), Crosa (Alicia?), Ledesma, Mignes, Carlos Olivieri, Pedro Escuredo,Luisito Guiet, Vanina, Leguizamón, “conejo” Clerc, Horacio Tamborenea, Pirulo Nicastro, Guillermo Potetti, Coquito Palumbo, el  “flaco” Gutiérrez, Dileo (luego contrabajista), Barbutti, Mario Mileo (entonaba muy bien en las clases de música con Elba Tatasciore), Onagoity. Bueno, pasaron 55 años; perdón si me olvido de alguno. Nelly Caramello era la maestra y el señor Tapia habìa reemplazado no hacìa mucho a don Amìlcar R.Linch (cariñosamente “siete pelos”) en la Dirección del colegio. “Me voy corriendo”, le digo a mi madre, aprovechando una tregua en la tormenta. Son 7 cuadras hasta la plaza y la cuestión era llegar, sorteando barro y charcos, al asfalto reciente de la Rìo Uruguay. Yo corría rápido y en  un santiamén estaba frente a Mondelli por la vereda opuesta. La semioscuridad de un cielo amenazador  realzaba el halo de misterio que parecía envolver al majestuoso caserón. Solo titilaba una tenue lucecita en la bohardilla del piso superior. El resto estaba en penumbras.  Me cruzaba de tanto en tanto con figuras embozadas, trabadas como yo en lucha el chubasco que ya ganaba por afano. Cuando estaba por el Sanatorio “9 de Julio” se levantó un ventarrón de aquellos, que desparramaba a diestra y siniestra una llovizna fría que me castigaba la cara y empapaba el guardapolvo. Los útiles iban protegidos por la cartera de cuero con bandolera, tal la usanza de la época. La fuerza del viento –como para hacerme desistir – me zarandeaba, empujaba, zamarreaba, me hacía retroceder y  trastabillar (yo era chico y delgado) a tal punto que en un momento tuve que aferrarme a la reja del ventanal de AMEPO y buscar refugio momentáneo en el kiosko de Alegre (Mitre casi Corrientes). Me encontraba a menos de la mitad de camino, no me iba a volver ahora. Así que  – con tozudez sarmientina -, pese a la adversidad de los elementos, me mandé a toda máquina hasta Gobelli, donde hice un alto mientras el delicioso aroma de los bizcochitos sin émulo y factura de antología me penetraban la pituitaria. Ya tenía la meta a cuadra y media. Otro pique en profundidad y llegaba. Cruzo a “Los Inglesitos” que ya abría y veo a Labriola y De Luca que entraban apurados por la lluvia y por el horario. Doblo el codo hacia la derecha en Mitre e Yrigoyen a todo correr, dejo atrás – perseguido por los refucilos y agua a chorros – la farmacia  “Prieto”, con Vergarita de impecable guardapolvo níveo, ya en su puesto de trabajo. La luz de la entrada al colegio se proyecta hacia la calle lustrosa por el aguacero. Enfrente, en la plaza, los bustos de Sarmiento y Almafuerte inaugurados en  1954 (si mal no recuerdo) en un acto en el cual tuvimos el honor de estar presentes como alumnos de la primaria, desde el bronce aprobaban mi esfuerzo por no faltar a clase pese a la inclemencia del tiempo. Era como si Almafuerte –implacable -me azuzara al oído: “Si este vientito te tira diez veces, te levantas otras diez, otras cien y las que sean; no es cuestión de “amainar el plumaje al primer ruido” o  cualquier chaparrón  de morondanga que  te quiera amedrentar. Menos mal que, no obstante algún titubeo circunstancial, seguí ese consejo que me sirvió en todos los órdenes de la vida.

Ya estaba en el ambiente acogedor de la Escuela, mojado pero feliz. No muchos se animaron a salir con semejante día. Sí, el intrépido de Tito Zárate, que también dijo presente. Junto a la puerta de la Dirección conversaban las inolvidables maestras de entonces: Haydeé Gobelli, Alonso de Vázquez, Gaig, Vegezzi, Ferrere, Amaya, Caramello, Hernández comentando el escaso número de asistentes a clase debido al temporal. A fin de año tuve el premio a la constancia: una lapicera fuente y la satisfacción de no haber faltado un solo día a clase (pese a jornadas como la relatada), con las felicitaciones de las autoridades del colegio. No cabía en mi de orgullo.

Transcurrieron casi 50 años y  un buen día  – otoñando la existencia – entré de nuevo a la querida Escuela Nº 1 Bernardino Rivadavia. Recorrí con emoción las viejas galerías,  las aulas de planta baja donde había cursado tercero, cuarto y quinto grado; la de sexto en el piso alto; el cuartito donde se guardaba el esqueleto para estudiar la estructura ósea, los mapas; percibo voces, jolgorio infantil,  aquél “¡A formar alumnos! , tomar distancias!”, “¡ Silencio en la fila!”; oigo reír al “Vasco”, a “Cochengo”, veo jugar a los “cowboys” parapetados detrás de las columnas a “Angeli”, al “Gordo”, a Pablito, “tiro” va “tiro” viene; la incipiente sensualidad de Norma;  me veo otra vez izando la celeste y blanca mientras de fondo la afinada voz de Mario entona “Alta en el cielo, un águila guerrera…..”. Me despide el “¡Hasta mañana alumnos!” de otrora y salgo a la calle. Desde el bronce de enfrente me fulmina la mirada de don Domingo que me increpa  con voz tonante: “..la pucha que tardó en volver..creíamos que se había olvidado de nosotros..”.-  Nunca, Maestro; se lo juro.-

Más noticias