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martes, abril 16, 2024

El ombú de la Plaza Italia de 9 de Julio posee un valor histórico

De cómo la ignorancia también mata: CLAUDIO NEGRETE para Perfil
Después de 500 años desapareció el ombú de la calle Gaspar Campos en Vicente López
Durante dos siglos una antigua costumbre selló amores eternos. Cuando una pareja quería juramentarse estar juntos para siempre se encontraba en el añoso ombú de la calle Gaspar Campos al 200, Vicente López, y bajo su amplia y frondosa copa que derramaba una sombra de una redondez perfecta, cumplía el rito de prometerse un amor indestructible. El ombú hacía las veces de testigo y protector silencioso de ese pacto.
El origen de esa ceremonia se remonta a los años de cuando el país empezaba un dificultoso camino hacia su independencia. El ombú en cuestión estaba en tierras que pertenecían a Cornelio Saavedra, y la familia Morales era, con su modesto rancho en la zona alta de una barranca que caída hacia el Río de la Plata, ahí nomás de la actual avenida General Paz, custodio de esas tierras y anfitriona de todos los que venían de Buenos Aires y se dirigían al norte del incipiente país. Un día falleció el jefe de la familia quedando solo su viuda y tres jóvenes hijas. Cuentan los historiadores que el frondoso ombú, que estaba a escasos veinte metros de la vivienda, servía de referencia y de descanso obligado para quienes a caballo, carreta o dirigencia tenían que continuar viaje. Se decía de las Morales que era una familia de gente muy amable y hospitalaria, que el ombú marcaba a lo lejos el lugar de un descanso postergado, amenizado por estas mujeres que ofrecían agua reparadora, algo de comer, y la sombra del arbusto que ayudaba a mitigar el calor y recompensar a los animales. Al rato, los viajeros esperaban la oferta que le hacían cada vez que pasaban por allí: si querían tomar unos mates mientras se reponían. Entonces, las Morales se quedan conversando con los forasteros conociendo las noticias frescas de lo que estaba sucediendo en Buenos Aires. Pero el mate prometido nunca llegaba y, finalmente, los jinetes y pasajeros reto- maban el camino. Así se fue construyendo un dicho muy popular que llegó hasta la ciudad: “como mate de las Morales”. Era la cita obligada de cuando se prometía algo y no se cumplía. Otra historia revela ocultas intenciones. La demora en traer el mate era para que las jóvenes Morales pudieran relacionarse con esos hombres del poder porteño, políticos, profesionales y militares, conquistar un esposo que las hiciera feliz. De allí la ilusión del amor eterno.
Los investigadores señalan que entre los personajes que conocieron ese ombú estuvieron Miguel Cané, Carlos Tejedor y Juan Bautista Alberdi, quien iba de visita a la quinta de la familia Castro en Olivos. También el autor del Himno Nacional, Vicente López y Planes, y su hijo Vicente Fidel, que pasaban por ahí con un doble motivo. En lo que hoy es La Lucila vivían los Riera, cuya hija se había casado con el poeta; y para visitar a María Gregoria López y Planes, hermana del prócer que vivía en un campo cerca de las Morales. El ombú logró su reconocimiento en letra de molde cuando el historiador Enrique Udaondo lo incluyó entre los árboles más importantes de la historia del país.
Pero la noticia hoy es otra.
El ombú no está más. Después de 500 años desapareció de donde estuvo siempre. La impericia suele ser peor que la maldad y por eso también se mata por ignorancia. Mucho de esto hubo en la decisión de la Municipalidad de Vicente López a cargo de Jorge Macri al decidir en forma unilateral, y sin consultar a la comunidad, derribar el añoso arbusto tras una secuencia de manoseos que lo llevaron a un final indeseado y resistido. Primero, la idea frívola de transformarlo en una especie de pelotero para que jueguen los chicos con un mirador en su copa. Intento fallido al conocer los funcionarios su valor histórico y simbólico. Luego, el bandazo que suelen hacer los que se equivocan: ponerlo en valor, identificarlo, contar su historia, iluminarlo y hacer un nuevo paseo. Y qué mejor entonces que podarlo para que venga más fuerte, vieja y equivocada creencia popular. Lo talaron de tal manera que no resistió la embestida inexperta. En pocos meses la humedad invadió sus huecos y troncos mochos, se multiplicaron hongos e insectos. Solución de emergencia: inyecciones de fósforo en las raíces para intentar resucitarlo desde abajo, decisión que terminó llevándolo a una terapia intensiva innecesaria, según explicaron a La Nación y Clarín ingenieros agrónomos expertos en árboles que criticaron lo que hizo el municipio y coincidieron en que no hacía falta derribarlo porque se podía regenerar por sí solo. Así, un par de funcionarios decidieron como un trámite más terminar con cinco siglos de historia en cinco días de furiosas sierras y hachas. Ni siquiera lo dejaron morir de pie. Ahora los enamorados ya no tienen dónde jurarse amor eterno.
OMBUDEPLAZAITALIA

 

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