La cercanía del final del año suele ser un momento para reflexiones sobre lo que hicimos y sobre lo que queremos hacer al año siguiente, como si nuestras vidas cambiaran mágicamente a partir del 31 de diciembre. Más allá de esa creencia ilusoria de cambio, no deja de ser una oportunidad para repasar más detenidamente algunas cosas siempre que nos tomemos un momento de serenidad en medio del bullicio y el caos que esta época del año genera.
Vivimos tiempos difíciles de crisis de valores que son necesarios para convivir en sociedad: tolerancia y respeto, aún en la diversidad; diálogo escuchando al otro y no sólo a nosotros mismos; y no usar la violencia –verbal o física-, para dirimir nuestras diferencias y conflictos.
La degradación de estos valores y sus consecuencias tanto en la vida cotidiana como en el mediano y largo plazo, podría ser un buen tema para reflexionar porque, aunque parezca una verdad de Perogrullo, con esa degradación estamos perdiendo los pilares más importantes de la sociedad y estamos poniendo en serio riesgo la vida y el futuro de nuestros hijos y de las generaciones que vienen.
Por supuesto que la pérdida de estos valores es mundial y que eso debe preocuparnos porque somos parte de este mundo (otra verdad de Perogrullo). Pero la “caridad empieza por casa”, decían sabiamente nuestros abuelos. Y en este caso diríamos: la “reflexión empieza por casa”, o sea, por nuestro país, por nuestra provincia, por nuestro pueblo y por todos aquellos ámbitos en los que nos movemos a diario.
¿Qué nos pasó para haber llegado a la degradación de estos valores? Seguramente esta pregunta nos llevaría a un largo e interminable debate que paradójicamente contribuiría a exacerbar la violencia, la intolerancia y el diálogo sin escucha. Por eso me parece más pertinente plantearnos los siguientes interrogantes: ¿qué nos está pasando? ¿Hacia dónde nos lleva esto que nos está pasando? Y, ¿cómo salimos de esta situación?
Días atrás en el país se vivieron hechos graves de violencia en Buenos Aires y en La Plata que no fueron otra cosa más que manifestaciones extremas del mismo contexto de conflicto social que venimos atravesando los argentinos hace algunos años, y que se manifiestan a diario en hechos tan simples como la reacción de quien conduce un automóvil, o quien está realizando un trámite en alguna oficina pública, o un vecino ante un comportamiento que le disgusta del otro.
Como es de conocimiento público, en el Juzgado de Paz a mi cargo vivimos también un hecho de extrema violencia que puso en riesgo la vida del personal y de los abogados que estaban presentes en ese momento, además de poner en riesgo la existencia de todos los expedientes en los que también hay partes importantes de la vida de los nuevejulienses.
Sin la misma magnitud y gravedad, son cada vez más frecuentes las reacciones violentas en el ámbito de la actividad del Juzgado, como seguramente ocurrirá en otras oficinas públicas de nuestro medio.
Suele decirse que la violencia de arriba provoca la violencia de abajo. La problemática que vivimos es mucho más compleja.
Pienso que todos, sin excepción, debemos reflexionar a conciencia sobre los que nos está pasando, tanto en el ámbito individual y cercano de nuestras vidas, como en el más amplio ámbito social. Y que estos días del año que concluye, además de los encuentros con amigos y familiares (o incluyendo esos encuentros), sirvan también para revisar nuestros propios comportamientos como individuos y como ciudadanos, imaginando qué podemos hacer cada uno de nosotros para recuperar los valores fundamentales de una convivencia pacífica: tolerancia, respeto, diálogo y comprensión.
No nos pondremos de acuerdo sobre cuándo comenzó a gestarse esta situación, pero es fundamental que nos pongamos de acuerdo en que debemos recuperar sin más demora esos valores, sabiendo que no lo conseguiremos de un día para el otro, y que sólo podremos lograrlo proponiéndonos todos los días tomarlos como guía de nuestros comportamientos.
Que tengamos un buen año 2018.