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viernes, marzo 29, 2024

Roberto Rossi: Un nuevejuliense con alma de tango

[3 de octubre de 2009]

-Nacido en 9 de Julio, se crió en una chacra cercana a Dennehy, donde descubrió el tango desde muy pequeño.

-Tras estudiar con el maestro Frustacci, participó con su bandoneón en distintas agrupaciones musicales, en las que tocó junto a los mejores músicos locales.

-Devoto de la literatura y ávido de conocimientos, tuvo grandes profesores, conoció famosos personajes, y se hizo un espacio en la música y obligaciones familiares para terminar sus estudios de abogacía en la Universidad de Buenos Aires.

-Desde su casa de Palermo Viejo, donde reside actualmente, recuerda en esta breve autobiografía su interesante vida.

Roberto Rossi.
Roberto Rossi.

Nací en 9 de Julio, cuando ya se iba 1942, en casa de la calle Hipólito Yrigoyen (Independencia), entre La Rioja y  la actual Cavallari. Mis padres fueron María Cura (hermana del famoso “Turco”, que marcó una época en el Club San Martín) y Pedro Antonio Rossi, empleado de Vialidad Nacional (“caminero”) encargado del mantenimiento del tramo Dennhey-9 de Julio por el camino de tierra, ya que no existía aún la Ruta 5. A los pocos días me llevaron a la chacra paterna cercana a Dennhey, donde transcurriría mi infancia muy feliz. Es seguro que ese ámbito libérrimo con todo el esplendor de la naturaleza a mi alrededor, sin otros compañeros de juegos que 3 perros de comprobada fidelidad y ternura, el temprano aprendizaje de andar a caballo para ir a la Escuela N° 10, la revista “Billiken”, entonces señera publicación que abarcaba una amplia temática  histórico-literaria muy útil al espíritu juvenil en formación, el cotidiano y duro quehacer de la gente del campo, el contacto con los animales, los pájaros y el bicherío del monte, el espectáculo grandioso del amanecer , los atardeceres incomparables, la tormenta, la frescura penetrante del viento pampero, el perfume de los pastos, los cuervos de la laguna, la algarabía de las gaviotas revoloteando detrás del arado, el escándalo de los teros vigilantes, el soterrado retumbar del “tucu-tucu”, las liebres  gozando el almibarado festín con melones y sandías, el banquete de los cerdos en el zapallar, el incansable ir y venir de los horneros construyendo sus nidos sin otros motivos que el amor, el silbido de la perdiz, aquél cielo tan azul, las  noches calladas, tachonadas de estrellas bajo un firmamento inconmensurable, el susurro del trigal acariciado por la leve brisa, estimuló mis sentidos de manera tal, que en ese hábitat encontré todo lo que necesitaba para ser feliz en el despertar de la vida.

Entre la música y la abogacía

Además leía todo lo que caía en mis manos, interesado sobremanera por la historia argentina, el campo y sus tradiciones, la geografía, La Conquista del Desierto, sus personajes y su drama. He charlado largamente con los descendientes de Juan Manuel de Rosas, con los de Lucio Mansilla, con sobrinos del Dr. Frondizi, conocí al General Raúl Tanco, uno de los líderes de la contrarrevolución de Valle en 1956 y que escapó de milagro  de ser fusilado, conversé con Osvaldo Pugliese, saludé a Mariano Mores, estreché la diestra de Rodolfo Mederos. Más tarde, me atrapó la literatura hispano-americana, principalmente la filosofía, desde Platón y Aristóteles, pasando por Azorín, Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, José Hernández, Rafael Obligado, la musa mistonga de Evaristo Carriego, La Crencha engrasada de Carlos De la Púa, Homero Manzi, Discépolo y Julián Centeya. Luego, en la Universidad de Buenos Aires, me interesó el Derecho Político, la Filosofía del Derecho, la Politología, el Derecho Penal y el estudio a fondo de la Constitución Nacional. Tuve como profesores a Raúl Zaffaroni, Gregorio Badeni, José Ignacio García Hamilton (recientemente fallecido y con quien nos hicimos muy amigos) y al inefable Héctor Sandler, entre otros muy ilustrados.

En una oportunidad, estando de niño con mis padres de visita en una chacra vecina, ví y escuché por primera vez, tocar el bandoneón. No sé que me pasó, pero quedé –místico embrujo – como en un estado de éxtasis. Desde aquél lejano día, el sonido profundo del fuelle se me prendió en el alma y allí se quedó por siempre. Y estoy seguro –como dice un tango – que al dar mi último aliento “moriremos a un tiempo, mi bandoneón y yo”. Fui a la escuelita de Dennhey hasta 2do. Grado. Quiero dejar un emocionado recuerdo para aquellas esforzadas maestras que enseñaban allí en esa época, principalmente a la inolvidable Celina Pérez de 1ro. Inferior (linda, rubia, de 19 años, venía desde Bragado) y Ruth Arriazu, suplente de segundo grado. En 1953, mi padre es trasladado por Vialidad a 9 de Julio para desempeñarse en la flamante Ruta Nacional N° 5 y nos fuimos del campo. Continué la primaria – hasta finalizar sexto – en la histórica Escuela N° 1 “Bernardino Rivadavia”. Otro entorno, otros compañeros, y me encuentro todavía con alguno, tal como Luisito Guiet, hace poco. Era el comienzo de un capítulo nuevo en mi historia personal. El niño que fui se quedó correteando con sus perros, retozando por los pastizales o al galope de la yegua mansa. En la ciudad estudié música con el querido maestro Víctor Frustacci y con mucho esfuerzo mi padre me compró un bandoneón, legítimo “AA” (doble A) que aún conservo. Tuve la suerte de que un amigo me acercara en 1958, por intermedio de Tito Bianchi, a la orquesta del joven pianista Héctor Mambelli, que había integrado los primeros “Zorros Grises” y ahora armaba su propio conjunto. La orquesta estaba formada por Mambelli en piano y dirección, José Doga en contrabajo, García Rivadavia y “Fitín” Barreau en violines, la voz de Tito Bianchi y Aldo Zunino y el que escribe en bandoneones. Yo estaba muy verde y era medio remolón para estudiar, pero me aguantaron y al final salí tocando. Tuve un fugaz paso por la Escuela Nacional de Comercio pero la calle, en esa oportunidad, ganó la partida. Años después, ya en la Capital, comprendí que si quería jugar en primera debía hacer obligadamente las inferiores. En buena ahora retomé en serio los estudios, fui bachiller, y luego, con gran esfuerzo, porque trabajaba, estudiaba y mantenía una familia, me recibí de abogado. Me ayudaron mucho y yo puse lo mío, quemando las naves en la circunstancia.

De las orquestas de 9 de Julio al Café Tortoni

En el 9 pasé por distintas agrupaciones musicales, alternando con casi todos los músicos locales. Luego de Mambelli, Típica Fénix (en dos oportunidades), Típica Boedo, Los Caballeros del Tango (Erfor Castearena y Edgar Utello), alguna actuación esporádica con Típica 9 de Julio, ensayos con Chepo Fileccia. Pero, muchacho andariego y con aspiraciones, buscaba un cambio, la “rendija de la jaula”. La idea de irme a la gran urbe me rondaba desde que fui a la “colimba” y algo pude ver entonces del fascinante mundo que bullía pasando Mercedes. El Buenos Aires nocturno (y diurno) me atraía como un imán. Y me largué nomás, sin tener trabajo, no obstante con una fe ciega en mi mismo. Claro que eran otros tiempos en que abundaban las oportunidades y espíritus generosos me ayudaron mucho, pero yo puse lo mío a cara o cruz. Hasta que por fin la suerte, que es mujer, y Buenos Aires, ciudad  que amo, me abrieron los brazos y aquí estoy, a metros de la Plaza de Mayo, tocando el bandoneón en los altos del Café Tortoni, aprendiendo de grandes maestros y con mi viejo fuelle caminando por Florida para tomar el subte.

Palabras finales

Yo, que pasé mi infancia en la calidez de un rancho de adobe, que estuve de guardia en el ejército bajo la nieve en Neuquén, que he cuidado un cementerio a las 3 de la madrugada o recorrido el regimiento en mula de noche y en pleno invierno, que me “comí” más de un sablazo por el lomo y una patada de punta en el traste (que cuando la recuerdo me duele) dada con borceguí  por un cabo del ejército, a raíz de lo cual no me pude sentar durante una semana, que he frecuentado como cliente fijo el lupanar Zapalero, que lloré como el mejor cuando los milicos que me “fajaron” me despidieron muy tristes el día de la baja, que supe lo que es pasar hambre en alguna ocasión, que aprendí duramente “cuántos pares son tres botas” , que tuve a mi cargo en ocasiones nada menos que el Planetario de la Ciudad Autónoma, que por golpes de suerte, algo de “facha” y mucho de audacia he vivido como un duque en varios departamentos de barrio norte y ahora lo hago en Palermo Viejo, en casa ya propia de patio embaldosado que data de 1900, bien de tango; que de ir a caballo a la inolvidable Escuelita de Dennhey, aterido de frío por esos campos de Dios, he llegado al Aula Magna de Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires donde una brillante mañana me entregó el Decano mi título de Abogado, puedo decir, como el poeta. “Vida, nada me debes; estamos en paz”. Un abrazo fraterno a todos los nuevejulienses. Los llevo en el corazón.

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