spot_img
spot_img
20.5 C
Nueve de Julio
viernes, abril 19, 2024

Antoñito Sánchez

4762384399_9ecae070d9El recuerdo entrañable de un hombre de bien
*  En su kiosco fueron muchos quienes lo conocieron y compartieron su diálogo animado.
*  Amigo leal, de grandiosa sensibilidad hacia sus semejantes, hizo un auténtico culto de la amistad.
* La noche de la ceguera no pudo apagar la fuerte llama que ardía en su corazón.
* Hombre popular en la sociedad de Nueve de Julio, durante su vida se ganó el aprecio de muchos.

Los hombres no son sólo la imagen corpórea que se presenta ante los sentidos. Las dimensiones físicas personales no logran advertir la integridad de la persona humana, que sobrepasa, sustrayéndose a una dimensión superior, todo carácter material.
Sí, es verdad, los seres humanos son materia, pero ¿acaso no existe una esencia que le ofrece la condición fundamental de ser?.
Acaso una limitación física en tal o cual individuo puede condicionarle el desarrollo de sus potencialidades espirituales, si así cabe llamarlas, o más aún, encaminarse a transitar la existencia a que ha sido llamado. Los impedimentos físicos no son condicionantes para acometer actos de heroísmo, haciendo frente a una naturaleza que pudiera presentarse hostil.
Antonio Alberto Sánchez  fue uno de esos seres, ejemplares irrefutablemente, que logró transitar por este mundo sin sentir ni hacer notar que un obstáculo en su condición física podía ser escollo para experimentar  y compartir el gozo de estar vivo.
«Antoñito», como se lo conocía,  nació el 22 de agosto de 1927, en Quiroga. Hijo de doña Tomasa Sánchez, convivió muchos años junto a su padrastro Carlos Aguilar.
En su pueblo natal, siendo muy joven, trabajó como chofer de camiones para la Fábrica River Plate y también realizaba fletes para otras empresas particulares.
En los tiempos en que iba a ser incorporado al servicio de conscripción militar, del que fue exceptuado, cuando contaba cerca de veinte años,  contrajo una ceguera permanente a raíz de una grave enfermedad.

EL KIOSCO DE LA ESTACION DE PLINI
En 1948 se afinca en 9 de Julio junto a sus familiares, en una vivienda de Robbio al 370, entre San Luis y La Rioja. Más tarde, mediante un crédito hipotecario adquirió una nueva vivienda en Mitre casi Gutiérrez donde hubo vivido largo tiempo hasta el final de sus días.
Sin claudicar en ningún momento, haciendo frente a su problema visual, durante varios años, desde finales de la década de 1950, instaló un kiosco en el playón de la estación de servicio de Plini, en la avenida Mitre. Más tarde pasó a realizar igual actividad en el kiosco que se encontraba instalado en la estación de servicio propiamente dicha.
El manejo de este negocio le resultaba muy sencillo, pues todo estaba ordenado teniendo en cuenta una serie que retenía en su memoria privilegiada. Las revistas y publicaciones las hallaba por el tamaño o el espesor de sus páginas.
Por el tacto y el tamaño reconocía el valor de los billetes. Los cambios en la impresión de los papeles moneda le crearon algunas dificultades, especialmente cuando, por ejemplo, surgieron los llamados «Pesos ley», cuya igualdad física era muy grande entre unos y otros. Pero confiaba en la buena fe de sus clientes, quienes le ayudaban a realizar las ventas.

SU PERSONALIDAD
Antonio fue un persona que definirlo resulta un cometido para nada sencillo: Se trataba de un personalidad de un riquísimo caudal humano.
Quienes se allegaban a dialogar, tanto en su lugar de trabajo como en los que frecuentaba, se advertía la grandeza de su corazón. Los más jóvenes le consideraban un hermano mayor, quizá un padre, de arraigado compañerismo.
Su condicionamiento visual jamás influyó en su ánimo, mucho menos pudo hacerle autoestimarse imposibilitado. No aceptaba recibir nada gratuito, siempre estaba dispuesto a retribuir aquello que le era dado. Su grandeza era incalculable.
Reconocía a las personas por la tonalidad de su vos. Muchas veces, aún después de haber trascurrido más de una década sin escuchar a alguien, podía reconocerlos gracias a amplio poder de memorización.
En los almuerzos se le veía siempre atento, y podía ubicar con asombrosa facilidad objetos que se encontraban sobre la mesa.
Entre sus muchas cualidades, una digna de ser destacada es su autonomía. En su hogar solía conducirse con gran destreza, desde la preparación de un desayuno hasta el acto de ducharse.
De igual forma en las calles poseía fuerte sensibilidad. Mientras caminaba podían indicar quien vivía en tal o cual casa que se hallaba cerca; o, por citar, si en la fachada existía un zaguán, un portón, o un banco en la vereda.
Ciertas vez, recuerda Mario Cornucho, su compañero y amigo de muchos años,  lo acompañó al cine. Durante la función no hizo más que relatar el episodio de la pieza cinematográfica antes de que fueran proyectadas.

ENTRE ASADOS Y ENTRE AMIGOS
Habitué en la sede social de Club Juventud Unida,  y simpatizante tenaz de la entidad en materia futbolística, compartía con sus amigos el truco. Alguien le guiaba indicándoles los números de las cartas y el con ingenio realizaba el juego.
También solía recurrir a recrearse a la cancha de bochas de «Pichón» Gentiletti. Allí sorprendía a quienes le observaban, pues con total naturalidad siguiendo las indicaciones de un tercero procuraba arrimar las bochas.
En las cenas de camaradería, guitarreadas, fogones, romerías, o asados entre amigos, «Antoñito» no dejaba de estar presente. No eran pocos quienes esperaban su visita, para escuchar y admirarlo en la profundidad de su humanidad, tan encumbrada en la excelsitud de los grandes hombres.
Amigo de «El Pampa» Domínguez, Cecilio Pedone, «Rivita», Manuel Vázquez, y tantos otros personajes, había hecho un verdadero culto de la amistad, entendida como un don de entrega a los otros. Una amistad que se contempla entre quienes  aman, con autenticidad.

PALABRAS FINALES
La muerte de su padrastro lo dejó sin un gran puntal;  la posterior perdida de su madre, y más tarde la de su única  hermana, María Manuela Sánchez; lo sumieron poco a poco en una inmensa soledad interior. Su ánimo de luchador infatigable fue decayendo, a pesar de los esfuerzos del resto de su familia por acompañarlo y confortarlo. Vivía muy allegado a las familias de  sus primas y tías, Maria Marcela Sánchez de Escuredo y Antonia Sánchez de Dueñas.
«Antoñito» falleció en 9 de Julio, el 4 de mayo de 1986, a los 58 años de edad.
Había vivido con heroísmo, no el grado heroico de los guerreros, sino el de los hombres del pueblo, que combaten día a día por los ideales, en la lucha por la existencia.

Más noticias