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Nueve de Julio
lunes, mayo 6, 2024

Historias de vida – Salvador Chiéfari y Pedro Sabetto

banda2Por Héctor José Iaconis.

La orquestación, según el profesor Waldemar Axel Roldán, «es el arte de determinar el uso de los instrumentos en una composición. Implica un acabado conocimiento de cada uno de ellos y sus efectos en combinación con otros» (1). De ahí que muy pocos sean quienes alcancen acabado su acabado dominio.
Nueve de Julio  tiene, en su rica historia, el privilegio de haber contado con valiosos exponentes y cultores de la música, cuyo renombre, muchas veces ha sobrepasado los límites geográficos del Partido. Pero aún así, pocos alcanzaron ese grado superior en el dominio de este arte.
Salvador Chiéfari, quien hoy nos ocupa, en nuestra semanal sección, fue aquel maestro, que había logrado reunir, en sus dotes dechados de músico, una singular maestría en la composición y la orquestación.
En la figura de Chiéfari, pudieron conjugarse -en ello coinciden cuantos le conocieron- todas aquellas virtudes que hacen y conforman a los hombres elegidos: Al amplísimo conocimiento, se aglutinaban una generosidad sobremanera exigente para consigo mismo, una capacidad de trabajo notable; y un intenso amor a la vocación que había nacido en su interior: la música.
Había nacido en Soverato, Catanzaro, el 30 de mayo de 1896, hijo de Juan Chiéfari y de María Antonia Chiéfari. En su tierra natal,  se familiarizó con el oficio de telegrafista, que habría de desempeñar hasta su partida a América.
Al estallar la Primera Guerra Mundial se alistó en una de las divisiones del ejercito italiano. Entre 1916 y 1918, en que concluyó el enfrentamiento bélico, permaneció en campaña, alistado en la Legión Territorial de Bari, primero; en el Batallón 16ª y en la Legión Catanzara, más tarde.
Siendo todavía joven, experimentó su vocación hacia el arte que habría de atrapar su inquietud a lo largo de toda su existencia. No sólo ello, sino también una fuerte atracción hacia todas aquellas expresiones artísticas. En este sentido, pudo filmar una representación de « La Pasión de Cristo», en cuyo elenco realizó la personificación principal.
EN NUEVE DE JULIO.  LA BANDA MUNICIPAL
En 1926 Salvador Chiéfari emigró a la República Argentina, instalándose primero en la ciudad de Buenos Aires. El 27 de febrero del año siguiente se radicó en Nueve de Julio. Venía con el objeto de incorporarse a la banda municipal que habría de crearse, por iniciativa del intendente municipal, Ramón N. Poratti.
En abril de 1927, realizó el debut, en el Teatro «Rossini», dirigida por Juan B. Belli, oficiando Chiéfari de segundo maestro. Por entonces integraban ese grupo musical, Pedro Sabetto, Julio Comas, Santos Chiarello, Nicanor Tellechea, Pedro Celo, los hermanos Fregapane, Antonio Provensale, Pascual Arturi, y los señores Doga, Trincabelli, Gariboldi, Barroso, Iscaro, Cingolani y Rossina.
Más tarde, hacia mediado de la década de 1930, Salvador Chiefari reemplazo a Belli en la dirección de la banda. La continuidad de la misma se prolongó hasta 1955, con algunos pausas hacia 1940.
La dirección de este maestro fue gravitante para esta. Muchos músicos recogieron sus conocimientos… Les enseñaba gratuitamente, sin requerir remuneración alguna.

LA ORQUESTA SINFÓNICA
Una de sus obras más importantes fue la conformación de la Orquesta Sinfónica, a instancias de Teatro del Pueblo, en noviembre de 1943. La compuso de músicos de primer orden: Alberto Bagnati, piano; José María Andino, Juan Gabriel Arrom, Manuel Barroso, Julio T. Garbiso, Juan Sánchez Moreno y Osvaldo Ticera, violines; Juan Armando Boujour, violonchelo; José Doga, contrabajo; Victor Emilio García, Vicente Mantenga y Carlos Alberto García, clarinetes; Rodolfo Fonseca, flauta; Otelo Sist, saxofón; José Gariboldi, pistón; José Ceriatti, trombón; y Adolfo Cingolani, batería.
A la prensa escrita le cupo recibir  al conjunto  con una buena crítica. «El imparcial», expresó: «La orquesta sinfónica es una de aquellas iniciativas que han entrado en el plano de las realidades por el tesón y el cariño de los músicos locales que se dieron a la tarea de organizarla… Por nuestra parte, instamos a los componentes […] que prosigan sin desmayos en ese propósito de contribuir en la faz musical a la cultura nuevejuliense…».
Más tarde, el mismo periódico proseguiría sosteniendo que «el cariño, el entusiasmo y el anhelo de perfección que alienta a los componentes de la orquesta, que deben olvidar las fatigas de las tareas diarias ajenas al arte, es cosa de tenerse en cuenta. Ese esfuerzo simpático de superación constituye un verdadero elemento cultural para nuestro medio…» (2).
Esta orquesta participó en cuantioso número de conciertos y espectáculos de primer orden. Muchos de ellos a beneficio de instituciones de bien público, sin que los músicos recibieran paga.
El 14 de octubre de 1948, su amigo el doctor Manuel Barroso le escribía desde Buenos Aires: «Para la Sinfónica voy a solicitar un subsidio anual , para que tengan la obligación de cuatro o cinco conciertos, por lo menos…». A esa altura, todo cuanto fuera menester debía procurárselos por el propio medio. Esas empresas culturas debían subsistir gracias al esfuerzo personal de sus integrantes.

EL MAESTRO Y  LA MÚSICA
Como se dijo, la pasión de Chiéfari por la música fue sumamente intensa. Tanto así que se prolongaba largas horas escribiendo o componiendo. Tanto así que, si se encontraba descansando y llegaba a su mente una melodía, se levantaba para apuntarla.
De su trazo son las numerosas partituras empleadas tanto por la banda como por las orquestas. Él mismo las orquestaba, haciéndoles numerosos arreglos.
El 5 de junio de 1937 había adquirido su saxofón. Presumiblemente fue entonces cuando se incorporó a la orquesta del profesor Castronuovo. También integró la orquesta típica de Failache, ampliamente reconocida.
En enero de 1950, formó otra orquesta, «Estrella Azul». La iniciación de esta tuvo lugar en la pista del Club Atlético «9 de Julio», en un baile a beneficio de las cooperadoras escolares.

UN RECUERDO
En octubre de 1953, Chiéfari, se acogió a los beneficios de la jubilación. Había trabajado durante varios años en la zapatería «Rolando», que existía en el local de Libertad y La Rioja. Aún así continuó dirigiendo la banda, hasta su desaparición definitiva.
Unos años antes había comenzado a afectar su salud el mal de parkinson. Debía tomar un remedio de origen francés que pronto comenzó a escasear al punto de tornarse inaccesible. Antonio Aita, por intermedio de sus familiares en el Brasil, lo adquiría importándolo… Muchas veces, pudo expresar: «¿Cómo pagaré a este hombre tamaño favor?.
Salvador Chiéfari, falleció el 3 de abril de 1964. Tres años antes, se había apagado la existencia de la mujer a la que había unido su vida: María Rosa Bologna.
La muerte de este auténtico maestro despojó a la vida cultural de Nueve de Julio de una personalidad valiosa.

PEDRO SABETTO
Leonfonte es una pequeña localidad situada en la Provincia de Catania, en la isla de Sicilia, en el centro del sistema montañoso del Erei, a 600 metros sobre el nivel del mar y a 22 kilómetros de Enna. Algunos historiadores remontan su origen comunitario a tiempos de Bizancio, cuando fuera edificado una especie de cartillo o fortificación en las inmediaciones de lugar. Pero lo cierto es que su fundación recién aparece registrada en 1610, y atribuida a Nicolás Plácido Branciforte.
A lo largo de más de tres siglos de historia, este terruño italiano ha conservado la escudería del palacio del príncipe Branciforte;  la Iglesia de San Giovanni Battista, donde se halla la famosa  pintura de Marcantonio Raimondi, que representa la “Expulsión de los mercaderes del templo”; y la Iglesia de los Padres Franciscanos Capuchinos, edificada –como la “Granfonte”- por los Branciforte, que custodia algunas tumbas de esta familia y una bella tela de Pietro Novelli, que representa la Elección de San Matías como apóstol.
En esa aldea, por entonces, pequeña y humilde, nació Pedro Sabetto, en septiembre de 1904, en el hogar formado por Nuncio Sabetto y Juana Valentti.
Siendo todavía niño, junto a sus padres y sus hermanos, emigró a la Argentina, desembarcando en el puerto de Buenos Aires alrededor de 1908.
De inmediato, la familia se hubo afincado en 9 de Julio, ocupando una vivienda –que hasta hace algunos años aún seguía en pié- en la calle Corrientes entre Tucumán y Río Negro (hoy Cardenal Pironio).
Sus primeros estudios los hubo cursado en la Escuela nº 1, donde fue alumno, entre otros, de la maestra Güerina Monti. Más tarde, siendo ya adolescente, los prosiguió en turno vespertino con el maestro Enrique Patricio Cano, por quien guardaba una especial estimación.

LA MUSICA, UNA VOCACION
Desde niño, Pedro Sabetto, había sentido una fuerte inclinación hacia la música. Cuando apenas contaba cinco años había fabricado un rudimentario violín; y cuando asistía al cinematógrafo del Teatro “Rossini”, donde proyectaban películas mudas, amenizadas con las ejecuciones en  piano y cuerdas por los hermanos Luppo, Sabetto se extasiaba mirando a estos notables músicos. Solía decir, ya en su ancianidad, recordando este hecho: “Me quedaba impactado viendo como tocaban las piezas musicales, eran verdaderos maestros; a veces, pasaba más tiempo observándolos a ellos y deleitándome con la música que viendo la función de cine”.
Apenas había pasado los diez años de edad cuando comenzó a frecuentar el conservatorio del notable maestro Ubaldino Lafranconi, que por entonces se hallaba ubicado en su propio domicilio, de Córdoba entre La Rioja y Mitre. Este, desde bastante tiempo atrás, poseía una banda infanto-juvenil, en algún tiempo subvencionada por la Municipalidad de 9 de Julio, que solía participar en los actos oficiales o brindar conciertos en los “paseos” dominicales.
Lafranconi, advirtiendo el temprano talento de Sabetto, lo incorporó a su banda; enseñándole, como a muchos otros niños de su época, la teoría, el solfeo y la técnica instrumental sin cobrarles dinero alguno.
Desde siempre, Pedro Sabetto, conservó un gran sentimiento de gratitud y admiración hacia su maestro. De hecho, el día de su muerte –ocurrida en 1926- su discipulo, junto a otros alumnos, se hallaba cerca del lecho de su maestro.
En cada diálogo que mantenía con sus amigos o familiares, evocando el tiempo de su juventud, no podía dejar de citar la figura de Lafranconi con visible emoción.
Poco antes de la muerte de Lafranconi, y ante la avanzada edad de su director, la banda había tenido que disolverse. La esposa del maestro, Ana Madruga, había vendido a alguno de sus alumnos los respectivos instrumentos que cada uno ejecutaba.
Por iniciativa del progresista intendente, Ramón N. Poratti, en abril de 1927, fue creada la Banda de Música Municipal, confiándole la dirección el cuerpo al profesor Juan B. Belli y la segunda maestría a Salvador Chieffari. Sabetto fue convocado para integrar la nueva banda, encomendándosele  la ejecución del trombón de pistones.
Promediando la década de 1930, en tiempo de la gestión municipal de Angel Maldonado, cuando la banda fue fragmentada, por breve tiempo, Sabetto permaneció bajo la dirección del profesor Belli; hasta que pasó bajo la maestría de Chieffari.
Durante más de dos décadas, el maestro Chieffari, a quien unía a quien nos ocupa, una entrañable amistad, dirigió los destinos de la banda.
Alrededor de 1940, al reestructurar el cuerpo, Chieffari encargó a Sabetto la ejecución del bombardino, un instrumento de viento metálico,  también conocido como  «euphonium» (término Griego, que significa «voz suave»), que consiste en un tubo cónico que se ensancha desde la boquilla hasta el pabellón, provisto de 3 o 4 cilintros.
A mediados de la década de 1950, durante la comisión municipal del capitán Roberto Latino Córdoba,  la banda municipal fue disuelta.
Si bien Sabetto, ya extinguida la banda, vendió su bombardino -por un valor muy pequeño- a la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima, donde se proyectaba organizar una banda-lisa, no perdió contando con el arte.
A penas logró acogerse a los beneficios de la jubilación, con el primer remuneración que recibía en esta condición, adquirió una guitarra de concierto y comenzó, junto a la profesora Brussa, el estudio de este instrumento.
La música, de un modo u otro, le acompañó durante toda su vida. Podía distinguir, con una maestría singular, tonos u errores en cualquier ejecución musical que escuchara.

LA EMPRESA CONSTRUCTORA
“SABETTO HERMANOS”
Ciertamente, la construcción y la albañilería fueron, así como la música, oficios que formaron parte de su vida de una forma plena.
En los primeros años de su juventud había ingresado al personal de la empresa constructora de los hermanos Luis y Roque Rumi. Allí, puede decirse, adquirió los conocimientos en esta área.
Junto a su hermano José, hacia la década de 1940, constituyó una sociedad que giró con la denominación de “Empresa Constructora Sabetto Hermanos”. Con ella, realizó importantes trabajos, tanto en la ciudad como en otras localidades del partido de 9 de Julio.
Uno de los trabajos más destacados fueron en la estancia “La Idalina”, en la localidad de El Tejar, donde participaron de la construcción de la cremería que funcionara en ese establecimiento. Allí había conocido y frecuentado un cercano trato  con  uno de sus propietarios, el doctor Honorio Pueyrredón (fallecido en 1945), quien durante el gobierno de Yrigoyen, había sido ministro de Agricultura, de Relaciones Exteriores, y embajador en los Estados Unidos y en Cuba.
Hasta poco tiempo antes de su fallecimiento, contando con más de ochenta años de edad, Pedro, seguía trabajando en su oficio. No podía imaginarse en su vida un día si el trabajo.  Su día comenzaba a las cinco de la mañana, y la totalidad de la jornada era dedicado hasta el atardecer, mediando un descanso de mediodía, para las labores en albañilería o para su huerta.
Era admirable observándole, con espíritu incansable, ya habiendo pasado los ochenta años de edad, elevando en andamios,  realizando un cielorraso con material desplegado, con el mismo acierto y la destreza con que lo hacía en su juventud.
SABETTO, UN EJEMPLO DE TRABAJO Y LABORIOSIDAD
Pedro Sabetto falleció en 9 de Julio, 2 de julio de 1991. Fue, para muchos, un claro ejemplo de trabajo y laboriosidad. Poseía una eximia memoria que le permitía recordar, con precisión matemática, hechos, cifras y referencias ocurridas seis décadas atrás.
Su generosidad innata le impulsaba a transmitir su rica sabiduría a todo aquel que frecuentaba su entorno. De hecho, en otros tiempos, no habían sido pocos quienes había aprendido el oficio de su mano, a el lo consultaban acerca de aspectos técnicos relacionados con el mismo.
Su hombría de bien, sus virtudes de padre noble y amigo leal, y su predisposición siempre magnánima en bien de sus semejantes, fueron características de su personalidad.
Quienes tuvieron el privilegio de conocerle no pueden evitar recordarle, no sólo con estimación sino también con gran admiración.

NOTAS
(1) «Diccionario de música y músicos», 2ª edición, Buenos Aires, El Ateneo, 1999, p. 303.
(2) «El Imparcial», año XIV, nº 1489, 9 de Julio, 5 de julio de 1944, p. 1.

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