* Escribe Guillermo Blanco
Que en un partido bonaerense de casi 50.000 personas el diez por ciento acuda al reconocimiento a un payador local no es para la rima barata. Por eso no fue una frase tirada entre los árboles del frondoso parque San Martín al azar aquella de “ahora ya me puedo morir tranquilo”, sacada de lo más profundo de su garganta por el gigante Jorge Alberto Soccodato. Ocurre que uno no tiene un encuestador propio para saber si vendrán o no, y de pronto se encuentra con gente vecina que como goteo se va acercando con la humildad pueblerina que se anima más a la sombra de la noche para ofrecer su presencia y su gratitud, como homenaje mayor.
Fecundo referente de su 9 de Julio natal, el Socco ha pasado la mayor parte de sus seis décadas sacudiendo bordonas para acompañar sus versos, aprendidos por maestros del lugar como Juan P. Carrizo, y solidificados en el andar con lo mejor de los improvisadores rioplatenses, famosos en el ramo o no, como Carlos Molina, Roberto Ayrala, José Curbelo, Carlitos Rodríguez, el “Indio” Bares, Carlos López Terra y otros nuevos que vienen afirmados a la grupa y piden cancha.
Esta noche han llegado de Lobería el Topo Lauga; de Chivilcoy, Carlitos Marchesini; de aquí nomás, de Bragado, Carlos Colombo; de Santa Rosa el exquisito René García y del Uruguay la ‘donosa Mariela Acevedo, veterana del verso aunque no de larga edad, y su compatriota Raúl Romero. Ellos han recordado la mano que el homenajeado le diera al colega Wenceslao Vareta, caído en desgracia en tiempos complicados. Hasta se ha prendido Juan Carlos Ramos, firme rama del lindo pago del Socco (y también de quien esto escribe, qué tanto), con tres CDs. por los vientos y un formato clásico, gustador y solvente.
Todos han querido demostrar el afecto hacia este payador, animador de jineteadas de primerísimo nivel, y cuentista criollo que siempre va a cautivar a su gente por el modo de entrarle sin rebencazos ni golpes bajos. Sus espectáculos empiezan y terminan impecables, como los que suelen ocurrir en los teatros Alvear y Regio de Buenos Aires o el mismísimo Macció, obra cultural madre uruguaya ubicada en San José de Mayo. Diez décimas enviadas por ese prócer llamado Abel Soria para Soccodato le dan más vuelo a una jornada que de por sí anda bien arriba, como la voz del payador que arremete y al instante su gente ya está envuelta en el poncho de su espectáculo, del cual quedarán en el recuerdo lo que cada mente pueda almacenar, entre otras cosas los versos de Soria.
SOCCODATO, EMBAJADOR ARGENTINO EN URUGUAY
Y ésta forma parte de otra historia en la vida del Socco, fue cuando quien esto escribe lo acompañó al Uruguay y de aquella singular experiencia musical surgieron estas letras, con la misma devoción con la que tantos paisanos campesinos y de los barrios de San José de Mayo se fueron acercando al teatro Macció:
El que enhebra los versos es Jorge Alberto Soccodato, uno de los troncos más firmes que tiene el suelo nuevejuliense, quien en la húmeda noche uruguaya del sábado 23 hace vibrar con su voz todos los recovecos de ese lujo de la cultura llamado teatro Macció, escenario que cobija la 7ma. edición del encuentro en la “Capital oriental de la payada”.
“Acá me trajo la huella tras una eclosión de rosas,
y en la noche tormentosa hay que inventar las estrellas.
La alegría me atropella de andar en suelo uruguayo
y en un poético ensayo armo un verso floreciente
que se lo dejo a la gente que hay en San José de Mayo”.
El aplauso cae con la misma intensidad de la lluvia que aterriza sobre la plaza “Treinta y tres orientales”, y por la cual hace un rato han pasado los 800 espectadores que disfrutan de las payadas en coincidencia y contrapunto a las que invita el poeta y conductor Abel Soria.
La inauguración ha recaído en los locales Gabino Sosa y Juan Carlos López. Al primero se le corta la bordona antes de abrir la boca y su oponente demuestra que el arte de la improvisación no es cuento…
“Una cuerda reventó al hermano payador
que le alcancen por favor otra lira pido yo”, comienza López, y al terminar la décima arriba la respuesta de Sosa con la guitarra renga:
“En las primeras nomás se me revienta una cuerda
no esperen que el rumbo pierda ni que pierda yo el compás
quiero agregar además esta noche y con razón
que al vibrar del diapasón voy a mostrarme por bueno
qué importa una cuerda menos cuando sobra corazón”.
Después llega la invitación para hablar de los héroes nacionales y se atolondran los versos para nombrar a Artigas, Lavalleja, Rivera, Sarabia, Leandro Gómez, Aparicio, el chasqui De los Santos y otros orientales de ésos que por aquí se recuerdan con respeto y veneración. La noche se resume en el reconocimiento a don Carlos Rodríguez, poeta, payador, fundador e impulsor de la fiesta a quien la vida le cortó una cuerda aunque él ya anda de nuevo afinando el instrumento.
El lujo mayor de la noche es la guitarra y la voz de esa reliquia llamada Víctor Santurio, aquel de Los Carreteros, clásico exponente de la música autóctona. También están el siempre firme José Curbelo, el eximio botija Gabriel Luceno (quien estuviera hace poco en el Salón Blanco nuevejuliense) y la sobria Mariela Acevedo por el lado de los “celestes”, mientras que para sudar la “celeste y blanca” han llegado la genuina Martita Suint y nuestro querido Soccodato, este embajador argentino que ahora paya con el experimentado local Miguel Angel Olivera.
El tema es el de “trabajadores rurales”, Olivera recuerda muchos de sus oficios y el Socco lo “carga” ironizando: “de los tantos que ha tenido no duró mucho en ninguno”. Y a la pregunta del uruguayo sobre cuáles han sido los suyos, el de barrio Diamantina le aclara que él es payador y no trabajador rural.
De haber un resultado deportivo, ha ganado el visitante al menos por 3 a 1. Pero lo más fuerte llega cuando le toca actuar solo, y después de unos chistes bien recibidos (“Le preguntan a un viejito cuánto dura haciendo el amor, y él contesta: el amor dura lo que dura dura”), se pone serio y sorprende con el relato de su autoría “Aunque les parezca cuento”, que trata sobre una fábula ocurrida en el monte pampeano, suelo en el que Soccodato es mucho más reconocido que en su propio terruño, algo que puede llegar a ser discutido si se tiene en cuenta lo que vivió una semana antes en la propia casa, donde después de mucho tiempo la gente del pueblo lo reconoció como uno de sus hijos dilectos.