[14 de septiembre de 2010]
* Por Carlos Crosa, escritor nuevejuliense

Tal cual lo señala el excelente prólogo de la convecina Graciela Ferrario, Dora ha propuesto en esta obra a la poesía como canal hacia los contenidos del lenguaje.
“No es moco e’pavo”, diría ante esto, Wimpi, aquel humorista y pensador que día a día abría su radial “Ventana a la calle” y cuyo pestillo de cierre era “hasta mañana y que todo sea para bien”.
Para bien también, es esta obra “enriquece-dora” de la “hace-dora” que es nuestra Dora, para seguir su instancia a jugar con el lenguaje.
“La palabra traiciona, subyuga o engaña. Creada para testimoniar la inestabilidad de las sensaciones, les impone a las mismas su propia estabilidad. Entonces el pensamiento, en vez de salir cual agua de manantial -continuo, limpio, libre-, nos sale como salen las conservas de la fábrica: envasado en la palabra. Según la forma y tamaño de la palabra en que se manifiesta, a veces, le queda grande a la palabra y hay que cortarlo. A veces, le queda chico, lo cual se nota cuando sobra palabra”, decía Wimpi desde su ventana radial.
Dicho de otro modo: la idea no está en la palabra como el sembrador no está en la semilla que florece cual azulina alfalfa o “Dora-do” trigal. Es una sana contienda jugar con ella como lo propone Dora y lo refrendan Adriana Romano y Graciela Ferrario sin que por ello todo quede en familia. Pues el nivel intelectual de la cosa, trasciende para bien, las fronteras de nuestro querido pago chico.