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María López: Mil anécdotas, una misma historia de vida

[28 de agosto de 2010]

-Modista aún activa a sus 98 años, en su niñez y juventud vivió el esplendor del ferrocarril y de la localidad de Patricios, de donde le quedan muchísimos recuerdos.

-En su lóngeva vida, tuvo la oportunidad de ver algunos hechos importantes de la historia, conocer a algunos famosos personajes, y es abuela de un ícono de la moda como Araceli González.

-Su memoria es una fuente de conocimientos y relatos que vale la pena leer. Aquí, algunas de ellas.

María López recuerda de esta manera su nacimiento: “mi madre fue a Mulcahy, a lo de una amiga, Saturnina, que no era muy habilidosa, y mi mamá sabía coser muy bien. Entonces ella la llamó y ahí me anuncié. Vine acá a la calle Independencia 141, de un tío mío, Andreu”. Corría 1912.

A sus cinco años, dice, “empezó Patricios a brillar. Y cuando Patricios brilló, mi papá hizo una casa. Y puso una carnicería, porque tenía campo, y seis hijos, cuatro varones, entonces hizo una carnicería, y nos fuimos a vivir. Yo fui el 21 de septiembre, y el 12 de octubre cumplí cinco años ahí”.

De su quinto aniversario, recuerda que “me hicieron una fiesta, y mi hermano Claudio, que con el tiempo sería el presidente del Club Atlético, llevó al compañero de Banco, que después fue mi marido”.

La familia López encontró su lugar en el mundo en esta pujante población que tenía como epicentro el ferrocarril. Su padre y hermanos trabajaban en la carnicería, y su madre era maestra. “Vino de España siendo maestra, y le enseñó a gente gratis. Tal fue así que una vez un estanciero se enteró que mi mamá le enseñaba a los puesteros, y le regaló a mi papá vacas, terneros, y hasta ovejas, por lo que había hecho mi mamá”, evoca.

La infancia en el pueblo

“En ese tiempo –rememora María- no había luz en Patricios, y había tierra, con pozos. Cuando éramos chicos, con las heladas, se hacía un hielo que era como madera”.

“A los ocho años, comencé el colegio, porque en esa época se empezaba a esa edad y duraba cuatro años. Ibamos los sábados también al colegio. Fui al colegio que quedaba a una cuadra de la estación. Cuando hacía frío íbamos todos muy abrigados… para ir a la mañana, al campo, mis hermanos se ponían en el pecho y la espalda papel de diario”.

Recuerda con memoria indeleble los nombres del director de la escuela, “el Sr. Villegas, y la secretaria, Victoria”, y sobre todo de su maestra, “María Luisa Vacarezza, la belleza del mundo. Yo tenía el problema que pronunciaba mal la r, pero en matemática era muy buena. Y venían inspectores todos los años a ver cómo estaban los alumnos. A mí me mandaban a matemática”, cuenta risueñamente.

De aquella exigente escuela de esos años, también se acuerda que “todos los veranos nuestros padres nos mandaban a un hombre que se llamaba Silva, que nos enseñaba mucho, y cuando íbamos al colegio estábamos preparados”.

Otro aspecto que destaca y diferencia de la actualidad es que “cuando éramos chicos no fuimos nunca al doctor. Cuando estábamos resfriados, mamá iba de noche debajo de una planta, agarraba las hojas de tuna, les hacía una zanja, y abajo ponía un plato con azúcar negra. Y tomábamos eso. Mamá nos daba en el invierno una copita de hierro y otro elemento que es fundamental en el organismo. Pero nosotros fuimos sanos”.

“Y cuando estábamos un poco pero, veíamos a don Eduardo, y él adivinaba qué nos pasaba”, afirma, y cuenta varias anécdotas de este hombre a quien recuerda como un personaje especial, que leía el pensamiento. “Cosas que parecen mentira”, asegura.

Amistad y alegría

María López nunca olvidará esa época donde había trabajo y bonhomía del pueblo en el que creció. “Patricios era todo alegría en esa época. Eramos todos amigos. Se hacía la vuelta al perro, que le decíamos”, rememora.

“Nuestra alegría más grande era ir a la estación cuando llegaba el tren. Íbamos todos, era como una fiesta. Entonces, los vecinos más importantes mejoraron la calle más importante. Y el galpón de máquinas de Patricios era una joya. El Secretario General del galpón de máquinas, que después fue mi suegro, era Diego González. También estaba Marcelo Lozano, y Enrique Pastor”.

“Todos los años venía un tren de Buenos Aires, lleno de gente, para festejar el 25 de mayo en Patricios, con gente de Patricios. Todavía no estaba el Prado, entonces se hacían en la cancha de Atlético. Conocimos mucha gente importante que traían los ferroviarios, como Paternosti, y a Zubizarreta, de Racing. Y después vino el Prado, el tren llegaba a las 2 de la mañana del 24, y se iba a la misma hora, el 25. Los trenes tenían comedor, dormitorio…”, destaca.

Puesta a recordar momentos gratos de su niñez y adolescencia, se detiene especialmente una gran fiesta, “cuando llegó el Plus Ultra, el primer avión que llegó a Argentina, hicieron una fiesta inmensa en la plaza. Y yo sabía bailar, y mi hermano le contó a mi papá que yo había bailado. Pero me perdonó”.

Asidua asistente de partidos de fútbol tanto en Patricios como años después en Buenos Aires, tiene también muchos recuerdos del fútbol. “Mi hermano Claudio jugaba de Fullback, y el que después fue marido de mi hermana, Víctor Vuelta, también. Acá yo no era de ningún club. Si estaba en lo de Andreu, iba a Atlético 9 de Julio. Y si estaba con los Robredo, iba a ver a Once Tigres”, comenta.

Del fútbol le queda sobre todo una simpática historia familiar. “Mi hermano era alto pero muy flaco, y un día fue provincia a jugar a Capital. Cuando ven a mi hermano, los porteños empezaron a gritarle ‘Pelusa’. Y mi hermano hizo los dos goles con los que le ganó provincia a Capital, y le quedó de apodo ‘Pelusa’”.

Otro espectáculo que valía la pena era el cinematográfico. “Ibamos al cine de Patricios, mi mamá nos daba 20 centavos, y entrábamos yo, mi hermana y mi hermanito. Y todavía nos daban maníes”· Recuerda especialmente a un hombre, “que no estaba acostumbrado a ir al cine. Y en una película, el hijo iba a matar al padre. Y él le gritaba ‘matalo vos, que si no lo mato yo’. Se posesionó con lo que estaba viendo”, se ríe.

Y por las noches, el pueblo se congregaba en los bailes. “Eran una belleza, se hacían en el Club Atlético, en el salón de baile. Tenía un amigo que se llamaba ‘Lalo’ Crippa, y el vals lo tenía que bailar con él. Creo que bailaba bien”.

Como si sus ojos no hubieran visto mucho, hasta se hace un lugarcito para recordar la famosa historia del caballo que le ganó al tren, aunque admite que “muchas cosas me contaron”. Pero jura que ese día, “mi papá había parado en la estación a comprar el diario”.

Florentino Valenzuela, una historia particular

Otra de las vívidas imágenes de la niñez de María su familia tiene que ver con Florentino Valenzuela. La empieza a narrar de esta manera: “mis padres vivían en una casa y había venido Navidad. Había un señor en una fonda (nombre con que se denominaba antiguamente a una taberna), donde la gente comía y dormía. Mi mamá vio a un hombre ahí sentadito, que había venido de Mercedes. Y le pidió a mi padre que lo invitara a cenar con nosotros”.

Así lo hicieron, y María recuerda con especial afecto a ese extraño en la taberna, que se llamaba Florentino Valenzuela, llegó a ser Intendente de 9 de Julio, realizó importantes obras para la ciudad, “y en la vida se olvidó de lo que mi mamá hizo por él. La llamaba madre, aunque ella no quería. Y a nosotros nos llamaba hermanos, porque le agradeció toda la vida. Cuando murió mi madre, lloraba más que los hijos” evoca. “Y decía que amaba a mi madre por lo que había hecho por él, porque ese día estaba llorando solo, y su padre era un español que había venido de Burgos, España, y no sabía nada de acá, entonces alquiló un campo, y ayudó a que mi papá levantara cabeza. Antes la gente era buena”.

Comienzos de modista

Luego de la escuela en Patricios, María realizó un curso en 9 de Julio, “porque mi madre quería que supiéramos un poco más. Soy zurda, y en el colegio de monjas, que no era un secundario, me ataban la mano atrás para que escribiera con la derecha. Yo escribía con las dos manos”, relata.

Pero ya antes de eso, había comenzado a prepararse en lo que sería su trabajo de toda la vida: modista. “Tenía 11 años y mi madre me enseñaba a aprender a hacer pantalones. A los 11 años y medio me recibí de pantalonera, y después aprendí con Alfarotti, un sastre que había en Patricios”. Y después, se casaría con un sastre, José “Pepe” González, luego de quien vendría en Patricios el sastre Cámara.

De esta familia conformada por un sastre y una modista, nació un único hijo, Ernesto. María tiene una anécdota para todo, y cuenta al respecto que “cuando quedé embarazada de mi hijo, el doctor de Patricios era del ferrocarril, Enrique Dotto. Y el día en que nació Ernesto, había un casamiento, de una señora de apellido De Luisa, y el doctor estaba ahí. Tuvo que venirse a casa y perderse el casamiento”.

Destaca que “los doctores eran una belleza. El doctor de Patricios nos envió al doctor Alvarez Ambrosetti, cuando mi mamá estaba grave. Si vieras cómo la cuidó a mi mamá. Y no me quiero olvidar de Rivero, que cuidó mucho a mi papá”, evoca.

De Patricios a Buenos Aires, y la nieta famosa

La familia se trasladó a Buenos Aires en 1946 -donde “Pepe” fue a trabajar y también siguiendo a su familia, ya que su hermano Rafael era ferroviario, y había sido trasladado como encargado del depósito de Tapiales.

Allí encontraron también un campo propicio para su trabajo, y hasta conocieron algunos famosos. Por estos días, María guarda una tristeza, hacia quien fue uno de sus célebres clientes, “el ‘Negro’ (Hugo Guerrero) Marthineitz. “Hice su casamiento, la primera vez que se casó. Después hice otro con él”.

También hizo un casamiento a un integrante de “Los Chalchaleros”. “La chica era de Buenos Aires, yo estaba probando un vestido de novia y ella estaba ahí. Me dijo que si se casaba, yo le haría el vestido de novia. Y era la novia de uno de Los Chalchaleros. Quedaron tan contentos que hasta me cantaron una canción en la radio, y mientras él vivió, siempre me agradecía cuando cantaban”, narra María.

En Buenos Aires pasó mucho tiempo con sus nietos, que son su orgullo. “Tengo dos nietos, Araceli y Adrián González, y tres bisnietos, Florencia Torrente, Tomás Kissner, y León González”, enumera.

A Araceli, modelo y actriz, le dedica palabras que demuestran un entrañable afecto. “Mi marido tenía locura por Araceli, pero no la conoció más que hasta muy chiquita. Después de su fallecimiento, ella venía a mi casa, me agarraba de la mano, me llevaba donde mi marido trabajaba, y buscaba debajo de la mesa, en todos lados. Nunca me quiso decir a quién buscaba”. Y prosigue con sus recuerdos: “cuando ella era chiquita venía mucho a mi casa. Fui siete años a Haedo desde Lugano, a buscarlos a la salida del colegio”.

Por su parte, expresa que “ella conmigo fue siempre igual; si es linda, es más buena que linda. Navidad la pasamos en la casa de Araceli, en Del Viso. Cuando llegamos hacía calor, y me bañó. A la tarde me volvió a llamar y me bañó de nuevo”, describe.

A la nieta famosa se suma un pariente lejano, deportista reconocido mundialmente. Esta vez, por parte de su madre, Robredo. “El tenista Tommy Robredo es hijo de un sobrino mío. Se llama Tomás, de los que hay muchos en la familia”.

De vuelta al pago

María volvió a 9 de Julio hace cuatro años. Aquí le queda una parte reducida de su familia. “Mi familia en Patricios es Lía Crippa de López, Norma López, Raquel, y en Patricios no tengo otra familia”.

Dice que ve a su localidad de origen “triste”, pero ella, alegre, sigue con sus costumbres de toda la vida: leer, realizar algunas rutinas, una de las cuales es el trabajo. Su último trabajo, señala, “fue una campera, de piel legítima de leopardo, con gamuza, para mi sobrina Raquel. Antes había hecho un vestido. La edad no quiere decir nada, un doctor me decía que si yo seguía, iba a seguir siempre. Aparte, me gusta. Mi problema es mi columna, pero si no, estoy bien, duermo y como bien, con casi 100 años”, destaca.

Días pasados fue a visitar al padre Alfonso Gil, y esto la lleva a contar otro de sus orgullos, con sus ojos azules brillosos de entusiasmo, como ante cada recuerdo: haber contribuido en parte a que 9 de Julio cuente con un colegio marianista. “Mi suegro vino de Málaga, ya mandado por los curas, a trabajar acá. Mi hijo iba a Buenos Aires, al colegio marianista principal. Yo fui, y el señor Saralegui me ayudó, él me aconsejaba. Yo tenía el orgullo de decir que era de 9 de Julio, y me preguntó si en 9 de Julio había colegios religiosos. Le conté que no, y él me dio una carta para el padre Huida. Y ahí se hizo el Colegio San Agustín”, indica.

Palabras finales

Tiene muchas cosas para decir, que se agolpan en su memoria privilegiada, y salen en forma de relatos y anécdotas repletas de afecto y convicción. Cuenta historias lejanas con calidez cercana, y es capaz de hacerlo con gracia, como si hubiera disfrutado cada minuto de ellas. Así es María López, la modista y mujer de familia que vio con sus propios ojos y vivió historias que la mayoría de la gente sólo puede aspirar a escuchar, o ver en un archivo.

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