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jueves, marzo 28, 2024

Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires. Juan Manuel Blanes

Juan Manuel BlanesEscribe Cristina Moscato
Hacia la segunda mitad del siglo XIX y tras varias décadas de enfrentamiento entre las oligarquías unitarias porteñas y del interior contra los caudillos federales, se consolida un régimen republicano que aspira a modernizar el país en conexión con intereses neocoloniales británicos.
Las elites políticas del momento consideran que la inmigración, especialmente de origen anglosajón, será unos de los componentes claves para cumplir sus objetivos y desarrollan políticas que alientan la llegada masiva de europeos.
Entre 1857 y 1890 arriban al puerto de Buenos Aires casi 1.300.000 inmigrantes. Sin embargo, lejos de lo esperado por la dirigencia, la mayor proporción proviene de los países más pobres del Viejo continente dónde la Revolución Industrial ha prescindido de mano de obra.
Como consecuencia, Buenos Aires, crece vertiginosamente. Según el primer censo nacional (1869) la ciudad cuenta con casi 180.000 habitantes. De ellos, la mitad son extranjeros, italianos en una gran proporción, españoles en menor medida y unos pocos afroamericanos.
Por entonces, conviven en la urbe porteña el Gobierno Nacional, presidio por Domingo Faustino Sarmiento, el de la Provincia de Buenos Aires encabezado por el Gobernador Emilio Castro y el municipal a cargo de Narciso Martínez de Hoz, con los consiguientes enfrentamientos políticos y jurisdiccionales.
La ciudad, situada sobre una llanura, no cuenta con un sistema de drenaje lo que la hace particularmente anegable. Si bien existen admirables edificios de corte europeo, dos ramales de ferrocarril, tranvías con tracción a sangre que cubren más de 300 cuadras, el servicio de agua potable es casi inexistente. No hay red cloacal, no se recolectan los residuos y la basura se usa para rellenar las calles o se acumula en los barrios bajos. Los sala- deros ubicados en el sur, arrojan los desperdicios a la cuenca del riachuelo que, además, los días de lluvia recibe los efluvios de los cadáveres inhumados casi al ras del suelo.
En suma, las condiciones higiénico- sanitarias del conjunto de los porteños es sumamente precaria, en especial, la de los anegados barrios de la zona sur a dónde ha ido a recalar la empobrecida población que llega de Europa.
Precisamente, los primeros casos de fiebre amarilla aparecen en los inquilinatos o conven- tillos de San Telmo y Monserrat (enero 1871) para extenderse luego por toda la ciudad. Una Comisión Popular conformada ante la ausencia e inacción del estado, se organiza para paliar los efectos de la peste cuando la mayor parte de las autoridades, incluso el Presidente, han huido de la ciudad.
La ignorancia sobre los mecanismos de transmisión de la enfermedad (faltaba una década para que el Dr Carlos Finlay descubriera que la causa era la picadura del mosquito Ae- des aegypti y que el mal no se contagiaba de persona a persona), unido a la teoría de los miasmas que imperaba por entonces (elementos contaminantes en suelo, aire, agua como causa), más el miedo a morir, lleva a comisionados y a policías a tomar medidas de carácter coercitivo que atacan, especialmente, los ¨focos infecciosos¨ de los barrios del sur. La epidemia que dura casi un semestre, se cobra la vida de 13.614 personas, de las cuales el 75% son italianos.

Mardoqueo Navarro, un comerciante catamar- queño que escribe una serie de notas sobre la aparición de la fiebre y la desidia de las autoridades y, finalmente, acaba haciendo la crónica más valiosa de este desastre sanitario, dice al respecto:
«Fueron los conventillos los que padecieron este tipo peculiar de requisa. Los desdichados inmi- grantes, desarraigados, perdidos en medio de la locura en que se hallaban sumergidos, contemplaban entre desolados y temerosos a esos señores que les impartían órdenes incomprensibles. Recién comenzaban a entenderse cuando a empujones los echaban a la calle, muchas veces  sin dejarles recoger sus pertenencias. Es natural que se resistieran, que gritaran su desvalimiento, que intentaran salvar lo poco que tenían. Pero todo cuanto había en la casa estaba condenado. Policías y comisionados recogían las míseras camas, los tristes muebles, los pobres enseres e incluso la ropa de los inquilinos, los apilaban en el patio y encendían una estupenda hoguera, verdadero auto de fe. El conventillo era encalado, desinfectado y cerrado. Los comisionados y la policía se iban y quedaban los inmigran- tes en la calle librados a su suerte»
¨Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires¨ , óleo sobre tela de 230 cm x 180 cm fue realizado por Juan Manuel Blanes en 1871, pintor uruguayo que reside en la ciudad en tiempos de la epidemia.
EL Dr Roque Pérez (centro) y Manuel Arge- rich (a su derecha), presidente y vicepresidente de la Comisión Popular, respectivamente, acaban de entrar en un inquilinato dónde hallan a una mujer muerta junto a un niño que se aferra a su seno. Consternados, entre un joven descalzo que se apoya contra la puerta y un hombre humilde que asoma en medio de ellos llevándose un pañuelo a la boca, contemplan la pavorosa escena, lamentándose, quizá, haber llegado tarde. Un cuerpo tendido sobre la cama a la derecha del cuadro parece sugerir que también el padre de la criatura ha sido víctima de la fiebre.
Se presume que Blanes se inspiró en una noticia aparecida en el diario ¨La Tribuna¨ de la que también se hizo eco ¨La Nación¨: un sereno de la calle Balcarce había hallado muerta a una mujer italiana (Ana Bristani) que, aún amamantaba a su hijo. Dejando de lado al sereno, nuestro pintor, introduce a modo de tributo a los dos miembros de la Comisión Popular que fallecieron días después de fiebre amarilla, colocándolos como los descubridores de la tragedia.
El cuadro fue exhibido en el Teatro Colón. El pueblo concurrió masivamente a contemplarlo y lejos de los comisionados, la italiana se convirtió en la víctima más famosa y reconocida de la terrible epidemia que azotó la ciudad y desplazó hacia el norte a las clases pudientes.
La pintura se encuentra actualmente en el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo, Uruguay. Puede verse con todo detalle en distintas páginas de la web.

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