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jueves, abril 25, 2024

El matrimonio Arnolfini. Jan Van Eyck.

En su apogeo, la Liga Hanseática (1150-1630) estuvo formada por unas doscientas ciudades repartidas en el norte de Europa, entre la costa del mar Báltico y tierra adentro. A pesar de su poder y tamaño, durante sus casi quinientos años de historia, esta corporación económica nunca alcanzó la soberanía; su fortaleza se basó exclusivamente en monopolizar el comercio de la región.

Van_Eyck_-_Arnolfini_Portrait

La liga que nació con el objeto de proteger del pillaje y la piratería, el traslado de preciados productos desde tierras lejanas, desapareció cuando dejó de ser útil a sus miembros.
Durante la primera mitad del siglo XV, Brujas (entonces Flandes, actual Bélgica) kontor u oficina de la liga, se convierte en espacio neurálgico de los hombres de negocios. Además de ser uno de los centros financieros más importantes de Europa, es una de las estancias preferidas de Felipe III, el Bueno, duque de Borgoña (1419-1467), a cuyo condado pertenece la ciudad.
Para entonces, Jan Van Eyck es el pintor oficial de la corte, y Giovanni di Arrigo de Arnolfini, natural de Italia y heredero de un próspero comercio de telas y sedas, un exitoso financista que se ha ganado el favor del noble, prestándole dinero.
Es probable que la pintura que hoy nos convoca, sea el resultado de un encargo del comerciante al pintor en esos momentos en que la corte permanecía en Brujas, o simplemente, un obsequio de Van Eyck al matrimonio.
Sin embargo, a falta de certezas, abundan hipótesis que se descartan entre sí. Una de ellas, incluso, sostiene que el hombre del retrato no sería Giovanni si no otro miembro de la familia.
En un óleo sobre tabla de 82,2 cm x 60 cm, una pareja posa a los pies de la cama. La intensa luz que penetra por la ventana, ilumina al hombre que luce enorme sombrero negro y tabardo oscuro con remates en pieles de marta. Su mirada, dura y baja, no se condice con el tierno gesto de tomar la mano de su mujer.
Ella, que tampoco nos mira, lleva un hermoso tocado de lino blanco, sumamente fino y un vestido de terciopelo verde cuyos pliegues y fruncidos refuerzan la impresión del lujo y la opulencia del matrimonio.
La mano que apoya sobre su abultado vientre parece sugerirnos que está embarazada. La aparición de Santa Margarita con un dragón en la cabecera de la cama, considerada patrona de los partos, viene en auxilio de esta teoría, lo mismo que las naranjas que aparecen en este y muchos cuadros de la época como símbolo de fertilidad.
Las cerezas del árbol, florecido en pleno invierno (período en el que decrecían los viajes y los mercaderes estaban en sus casas), aporta una simbología similar.
En la esquina inferior izquierda del cuadro se ven los zuecos del esposo. Las manchas de barro que se aprecian en la suela aludirían al contacto del hombre con el mundo exterior. Los zapatos de la esposa, en cambio, de color rojo, asoman limpios y cercanos a la cama, detalle que relacionaría a la mujer con el mundo hogareño, igual que el cepillo que cuelga a la izquierda de la talla, asociado a Santa Marta patrona de las amas de casa. (El estar sin calzado abonaría el concepto de suelo sagrado, en este caso el del hogar).
El hermoso candelabro que pende del techo con una sola vela encendida, puede interpretarse como el ojo de Dios que todo lo ve. El rosario colgado en la pared y las diez miniaturas de la Pasión de Cristo pintadas en el marco del espejo, un testimonio de la fe cristiana.
El perro, dada su reputación de compañero fiel, se considera símbolo de la lealtad. Ubicado entre los pies de sus dueños, aludiría a la fidelidad de la pareja.
Las figuras que vemos reflejarse en el espejo del fondo de la habitación son los retratados, el pintor, y una cuarta persona que contempla la escena, probablemente, usted mismo.
En la inscripción latina de la pared acompañada de la fecha 1434 se lee: ¨Jan Van Eyck, estuvo aquí¨.
La obra, a lo largo de sus cinco siglos de existencia, no sólo ha generado controversias por la identidad de los protagonistas, sino también por lo que el pintor quiso significar con ella. En un principio, la pareja, el hogar, los testigos reflejados en el espejo, la firma de Van Eyck, llevaron a la conclusión que se trataba del acta testifical de un matrimonio que, por alguna razón que desconocemos, se realizaba en secreto.
Últimamente, en base a nuevas investigaciones, cobra fuerza la teoría de que el retrato sería el tributo de un esposo a su esposa muerta en el parto, hecho sumamente frecuente por aquella época. De ser así, la pintura dejaría de ser la celebración de un matrimonio para convertirse en una suerte de Anunciación póstuma.
El matrimonio Arnolfini se halla actualmente en la National Gallery de Londres. Puede verse en todo detalle y colorido en distintas páginas de la web.

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