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martes, abril 23, 2024

Disputa entre Santo Domingo y los Albigenses o La prueba de fuego. Pedro Berruguette

moscato17-10

Escribe Cristina Moscato

Durante la segunda mitad del siglo XI  surgen  por dentro y fuera de la iglesia católica, movimientos reformadores que se propagan  por toda Europa.  Aunque con  distintas denominaciones, ¨patrinos ¨ en el norte de Italia, ¨piphles¨ en Flandes, ¨publicanos¨ en Champa ña y Borgoña, ¨tejedores¨ en el  Languedoc , ¨pobres de Cristo¨ en Renania,  todos tienen en común,  la lectura del  Evangelio,  la pobreza   y el  rito cristiano primitivo del bautismo por imposición de manos. Surgidos  como respuesta a un clero que vive sus horas más críticas, (venta de indulgencias, comercio de sacramentos,  portación de armas,  apropiación de bienes, etc, etc),  la Santa Sede romana  verá en estos nuevos ¨apóstoles¨  una verdadera amenaza y, acusándolos de cometer  herejía (sostener errores en materia de fe),  va a dar  comienzo  a una violenta oleada  represiva. Hacia principios  del siglo XII,  arderán las primeras hogueras  multitudinarias y  una intensa prédica  contra  sus seguidores  equipará  la apostasía a la peste o a la lepra, y a los apóstatas  a lobos, perros, hienas o chacales.  Pero  en algunas regiones  estos movimientos  logran sobrevivir  al extermino.  Localidades como Toulouse y, particularmente  Albi,  han  sido ganadas por el evangelismo disidente.  Los  predicadores ¨albigenses¨  llamados  por el pueblo como  ¨Buenos Hombres y Buenas mujeres¨  (más tarde conocidos  cátaros), comienzan a esparcirse  por los condados del sur de Francia  que tienen en común la lengua de Oc  (de allí Languedoc) , bajo la protección  de la nobleza  local tan anticlerical como simpatizante de la herejía.
Hacia principios del siglo XIII, los Buenos Hombres y las Buenas mujeres que predican con el ejemplo, que traducen los  evangelios  a la lengua vernácula para que pueda ser oída y comprendida por todo el pueblo y que,  a través de la práctica y difusión de distintos oficios (tejido, hilado, albañilería, carpintería) introducen a la plebe  en  los  circuitos económicos de producción  e intercambio de la próspera región, aventajan notoriamente, en número y predicamento,  a los clérigos de la iglesia católica. En el año 1206 Domingo de Guzmán  se encuentra junto a Diego de Acebes, obispo de Osma, en “la sede de Satanás” según sentencia de San Bernardo.  El papa Inocencio III (1198 -1216) los ha enviado al Languedoc  a  sumarse a las huestes de  la Orden del Cister, que combate  la herejía desde hace casi un siglo, sin éxito alguno.
Convencidos de la necesidad de hacerse creíbles y queribles, los sacerdotes castellanos instan a  los cistercienses  a dejar pompa y boato (se trasladaba con cuantioso séquito)  y copiando la práctica de sus  enemigos, se lanzan a  predicar aldea por aldea y casa por casa, como un milenio atrás lo había hecho el Divino maestro.
Con la ¨Santa Predicación¨ en marcha,  las dos iglesias comienzan a confrontar.  La localidad de Montréal será el escenario de uno de los más importantes debates  que se celebre por entonces.
Por un lado, se hallan Domingo, Diego y sus  hermanos, por el otro, la flor y nata de la jerarquía  cátara, la mayoría provenientes de las filas del catolicismo y con una sólida formación teológica.
La disputa arbitrada por dos nobles y dos burgueses es  presenciada por una multitud. Según los cronistas de la época,  en una de las jornadas del debate, un adversario de  Domingo de Guzmán propone dirimir la discusión teológica que llevan adelante, con la prueba del fuego, argumento de carácter Divino superior a cualquier razón.
Los papeles del santo, arrojados a la hoguera por tres veces,  se elevan indemnes sobre las llamas hasta alcanzan el techo, milagro con el que se interpreta que la verdad asiste a Domingo  y a la ortodoxia.
Sin embargo, como dice el cronista:¨…A pesar de ello, los herejes, no se convirtieron y continuaron con su maldad…¨. (En la actualidad la viga  a dónde se dice llegaron las hojas  de papel, se conserva en la iglesia de la Asunción de la localidad de Fanjeaux  a 10 km de Montreal ).
Hacia fines del siglo XV (1493),  Pedro Berruguete,  en  óleo sobre tabla de 122 cm x  83 cm, en un intento por recuperar el prestigio de la orden de los dominicos, vulnerado por su actuación en la inquisición española , recrea el milagro trayéndolo a su época.  En el medio del cuadro se ve una hoguera encendida. Un hombre aviva las llamas con un atizador, mientras otro, de rodillas, arroja los libros, uno por uno, a la fogata. Domingo de Guzmán y los suyos observan desde  la izquierda.  A la derecha,  están los albigenses o cátaros.  Prodigiosamente, el libro del santo asciende  sobre las llamas, al tiempo que se consumen los textos heréticos.
Sin embargo, la propia historia de la Inquisición hará fracasar  las intenciones propagandísticas  del artista.  Efectivamente,  la pintura, cercenada en su parte superior, acabará por echar al olvido el milagro del fuego para mudar,  con el correr de los siglos,  en ícono de la intolerancia religiosa.
¨La prueba del fuego¨ o ¨Santo Domingo y los Albigenses¨ se halla en el Museo del Prado y puede verse con todo detalle en varias páginas de la web.

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