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viernes, abril 26, 2024

El tres de mayo de 1808. Francisco de Goya

A principios del siglo XIX varias monarquías europeas lideradas por Inglaterra se coligan con el propósito de frenar el avance de Napoleón Bonaparte. El reino de España, que pretende resguardar las colonias americanas y recuperar Gibraltar, es la excepción y le brinda todo el apoyo.

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Ahora bien. A pesar de la derrota de la armada franco- española en Trafalgar (1805), Napoleón insiste en ir contra los ingleses. Esta vez, la propuesta es bloquear el comercio británico por tierra, para lo que acuerda con el rey Carlos IV, a través de su ministro Godoy, una invasión conjunta a Portugal, el reparto de las tierras conquistadas, y el libre tránsito por todo el territorio peninsular.
A fines de 1807, los soldados franceses cruzan los Pirineos y junto al ejército real, concretan la ocupación. Pero la presencia francesa en España, tras la victoria sobre los lusitanos, es sofocante.
A principios de 1808, Napoleón y sus tropas controlan las comunicaciones con Portugal, la frontera con Francia y ocupan las principales ciudades de la península. Es vox populi – a pesar del silencio oficial- que el emperador urde un plan para desplazar a los Borbones y coronar a su hermano José, acontecimiento que, efectivamente, sucederá meses después.
El pueblo español no quiere un monarca francés y diversos focos de insurrección surgen en todo el reino. Carlos IV se ve forzado a deponer a su ministro Godoy, –literalmente para que no lo linchen-, y abdica en favor de su hijo Fernando VII, inmediatamente apresado por las fuerzas invasoras.
Cuando el 2 de mayo de 1808 se rumorea que los franceses secuestran del palacio a los últimos Borbones, el pueblo madrileño, ofuscado por la pasividad de la nobleza y del ejército real, gana las calles.
En la Puerta del Sol –corazón de Madrid-, una multitud se alza contra la facción egipcia del ejército invasor que ha llegado para reprimirlos.
Hacia las dos de la tarde de ese mismo día, tras feroz enfrentamiento, la revuelta de ¨Los mamelucos¨ es sofocada. (Inicio a la Guerra de la Independencia española).
Joaquín Murat, comandante del ejército francés, escribe a su jefe:
¨El pueblo de Madrid se ha levantado en armas, dándose al saqueo y la barbarie. Corrieron ríos de sangre. Nuestro ejército demanda venganza. Todos los saqueadores han sido arrestados y serán fusilados¨.
La misma noche de los sucesos da comienzo a una persecución implacable. Cualquiera que llevase una navaja –utensilio común entre los artesanos-, es un condenado a muerte.
Un lustro más tarde Goya, pintor de la corte, bajo el título de ¨El tres de mayo de 1808¨ -óleo sobre lienzo de 268 cm x 347 cm- dará a conocer la ejecución que tuvo lugar en la montaña del Príncipe Pío. (Los Recoletos, La Moncloa, Paseo del Prado, la Puerta de Alcalá fueron escenarios de otras ejecuciones).
Un hombre indefenso cae de rodillas ante el pelotón de fusilamiento. La linterna colocada a los pies de los soldados ilumina la camisa blanca del condenado y el rostro cargado de estupor. Los brazos en alto, como los estigmas que observamos en las palmas de las manos, evocan a Cristo crucificado
Tres cadáveres tendidos sobre la sangre derramada y seca –uno de ellos también con los brazos abiertos-, le anticipan su suerte.
Otros condenados, detrás de nuestro mártir, se ven aterrorizados. No hay uniformidad en sus expresiones. Cada quién, reacciona de un modo diferente. Uno se tapa los ojos, otro se toma la cabeza. No falta el que mira desafiante a sus verdugos. El colorido oscuro de las ropas, se confunde con la negrura de la noche.
Un monje de rodillas y con las manos cruzadas dice una oración, mientras espera su turno. Nadie está a salvo de la represión.
Hacia el otro lado, una larga fila de condenados asciende la colina. Rostros y gestos sólo muestran desesperación.
Los soldados franceses con caras ocultas, en fila, uniformados y en idéntica postura, representan la brutal maquinaria de la muerte, que refuerza el intenso brillo de las bayonetas.
Una ciudad aparece bajo el cielo nocturno. Destaca la torre de una iglesia. Algunos identifican el convento de Doña María de Aragón, sitio que los franceses habrían utilizado para detener a los revolucionarios.
En el año 1814 –ya repuesta la monarquía- la obra de Goya presentada con su par “El dos de mayo o la carga de los mamelucos”, es bien recibida por el público, no así por Fernando VII quién ve en ellos un estandarte de los republicanos y de los liberales opositores a su reinado.
Enviada al sótano de la colección real, permanece allí por más de cuarenta años, para ser traslada luego a los fondos del Prado.
Cuando, finalmente, sale a la luz, resulta una verdadera fuente de inspiración para otros artistas. Idealizada por los románticos, sus huellas pueden seguirse en ¨El fusilamiento de Maximi- liano¨ de Manet; en el ¨Guernica¨ de Picasso – y en toda obra de arte, artículo periodístico, libro o panfleto, toda vez que alguien intenta denunciar los horrores y la brutalidad de la guerra.

Actualmente, se exhibe –junto con su par- en el Museo del Prado. Puede verse en todo su esplendor en varias páginas de la web.-

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