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viernes, abril 19, 2024

El arte de la pintura. Johannes Vermeer de Delf

Jan_Vermeer_van_Delft_011Escribe Cristina Moscato
Durante el siglo XVII, las provincias unidas de los Países Bajos, libres de la corona española, viven su edad dorada. El libre comercio da lugar a una burguesía que, en ascenso meteórico, desea que su buen vivir quede reflejado en el arte. Muchos artistas locales se dedican a retratar a los miembros de éstas familias. Rembrandt ya ha alcanzado la inmortalidad y Pieter de Hooch está en su apogeo.
El joven Vermeer, en cambio, no corre la misma suerte. A pesar de tener una buena formación y presidir el gremio de pintores de Delft, su ciudad natal, sobrevive a duras penas con lo poco que pinta y, a colmo de males, tiene once bocas que alimentar. Tan frágil llega a ser su situación económica que se ve obligado a mudar estudio y familia a casa de su suegra.
La obra que hoy nos ocupa data de aquellas difíciles épocas (1666) y es, por decirlo de algún modo, hija de la necesidad. En efecto, Vermeer, apremiado por las deudas y la manutención de la familia, vende con premura todo lo que pinta. El día que pierde un rico cliente por no tener en su poder un solo cuadro para mostrar su estilo y su talento, surge ¨El arte de la pintura¨, óleo sobre lienzo de 120 cm x 100 cm que permanecerá en su estudio hasta el día de su muerte.
La cortina, sostenida por una mano invisible, nos introduce en la intimidad de su taller. El artista ( suponemos que es Vermeer) nos da la espalda. Viste al grito de la moda y pinta sobre el lienzo utilizando una vara que le ayuda a mantener el pulso firme.
La luz que llega desde la izquierda, a través de una ventana que no vemos por la presencia del cortinado, recae sobre la máscara que está sobre la mesa – atributo de la personificación de la pintura- y, especialmente, sobre la modelo que posa para el artista. La corona de laureles (gloria y vida eterna), la trompeta en la mano derecha (fama) y el libro que guarda la historia, ha permitido identificarla –recién en 1950- como Clío, hija de Zeus y Mnemosine, musa de la historia y de la poesía.
El mapa que reviste casi toda la pared del fondo, corresponde a las diecisiete provincias de los Países Bajos y muestra en algunas figuras a la antigua Holanda católica. En las arrugas que aparecen en él se ha querido ver una alusión a las divisiones político-religiosas (Protestantismo).
El candelabro coronado por el águila de la casa real de los Habsburgo que carece de velas, parece decir que la luz del cristianismo se ha apagado y, siendo Vermeer católico a partir del matrimonio, hay quienes postulan que todo el cuadro está consagrado a la historia de los católicos holandeses.
El suelo ajedrezado es un motivo recurrente de la obra del artista y su característico patrón contribuye a crear una sensación de profundidad.
La firma del autor Yo-Ver- Meer está estampada en el mapa a la altura de la modelo.
A pesar de vivir acosado por las deudas, Vermeer, jamás vendió esta pintura. A su muerte, acontecida a los 43 años, su viuda, lo transfiere a la madre para evitar que se lo lleven los acreedores.
La obra cae en el olvido y, recién en el siglo XIX, reaparece falsificada –llevaba la firma de Hooch- en la pinacoteca de un conde austríaco.
Hasta bien entrado el siglo XX no se recupera la identidad del autor.
Durante la invasión de la Alemania nazi a Austria, Hitler se hizo del cuadro a un bajo precio tras amenazar a los descendientes del conde con enviarlos a un campo de concentración.
Después de la caída Berlín, el cuadro fue hallado por el ejército aliado en una mina de sal junto a otras tantas obras de arte robadas durante la guerra.
Actualmente se halla en el Museo de Historia del Arte de Viena. El cuadro puede verse con su magnífico colorido en varias páginas de la web. —

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