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Nueve de Julio
miércoles, abril 24, 2024

A «Pichón» De Risio

de risio* Por Carlos Crosa.

¿Cómo empezar, Pichón, tu semblanza? ¿Por los días de pantalón cortito y picados en el baldío cercano a la cancha de Once Tigres que ya no está? Recuerdo tu enojo por mi mano intencional, el boleo que te esquivé, el ponernos en guardia; y que gracias al “Monedita”, el “Capitan Oreja”, y el “Condongo”, no saltó “la chocolata”.

Viví tres años en ese tu barrio natal, donde algo de natal quedó en el alma itinerante, que a pesar mío y sin saberlo, se me iba gestando.
Hoy, me asoma ese interregno que parece un siglo y sólo es suspiro, en que fuiste “che pibe” del telégrafo y lazarillo de Arturo Cano (¡Qué no hubiera dado yo por serlo para asomarme al mundo a través de su otra visión!).
Chica, después, la bicileta del telégrafo, pedaleaste el pintoresco triciclo con parlantes para bocear el latido de este pago y, luego, presentabas las orquestas ganándote el mango que paliaba tu hambre alimentando sueños de otros en aquellos bailes.
En otro suspiro más largo donde parto sin irme del todo, vuelvo un día y en una entrevista radial, fuera de cabina, el dueño de la radio me miraba como junándome. Y te reconocí en la sonrisa imborrable y la forma de pararte con las manos en los bolsillos pues el almanaque se había llevado tus dos jopos.
Este diario publicaría entonces mi primer cuento. Te lo dediqué porque hablaba de un parlanchín que se abría camino con el micrófono. No había pensado en vos al escribirlo. No sé por qué. Tal vez, por estar escrito en el agua que me tocaría despedirte.
Hecha tu semblanza, el dilema es cómo terminarla. ¿Por qué no con nuestra reconciliación luego de aquel picado, en la vereda de la imprenta de tu viejo?
Te di cuatro de mis mejores canicas. Vos, el bochón que tanto atesorabas. Era un hermoso anochecer veraniego pese a la lista de nubes, porque, detrás de ellas, la luna entregaba la sonrisa sin gato de Alicia en el país de las maravillas.

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