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martes, abril 23, 2024

Un homenaje merecido

image description* Por Ana María Vivani (en nombre de todos los niñenses)

Tenía un compromiso, (como tantas veces) de ser la voz de muchos: escribir unas palabras, no de despedida sino de agradecimiento, a quien dedicara tantos años de su trabajo a la gente de La Niña.
Lejos estaba de imaginar que mis palabras volarían hacia otro rumbo, tendrían que ampliarse, hacerse cielo y rezo, deberían ser mucho más abarcativas que, el hecho de dar gracias al Dr. Hector Mario Leal, con motivo de retirarse definitivamente de la medicina.
Es verdad que el Dr. Leal estuvo “una vida” en La Niña: llegó muy joven y, los que lo conocimos desde su inicio, tenemos aún en la retina su pequeña y humilde casita de los primeros tiempos., su viejo automóvil azul, al que él mismo gustaba arreglar.
Venía de la Capital Federal, tal vez pudo buscar otro rumbo en una ciudad más populosa, que le ofreciera mayores posibilidades, no sólo de trabajo sino de distracciones, de ampliar sus conocimientos. Sin embargo, eligió el pueblito rural y allí se quedó, un pueblo acostumbrado a la peculiaridad de la medicina que el viejo y tan querido Doctor Cesáreo Lozano, había instalado. Y de su gran sabiduría ya que, era el médico del “ojo clínico”, temible por sus diagnósticos (sin aparatología entonces).
Imagino que, no habrá sido fácil para El Dr. Leal romper con las prácticas de este veterano facultativo, arraigadas en el lugar a partir de su modo de curar casi doméstico, popular.
Hector Mario Leal llegó con su flamante título, un montón de proyectos e ilusiones y, nuevos modos de tratar la enfermedad. Recuerdo muy bien su gusto por la psicología (o la psiquiatría).
Allí, tuvo que adaptar sus jóvenes ansias a los recursos disponibles; escasos y difíciles de acercar a la localidad. Supo arreglarse con lo que tenía, quizá el viejo médico, que estaba partiendo, le alcanzó algún consejo útil, como al pasar; solían hablar.
Lo cierto es que se arraigó en un pueblo muy distinto a su lugar de origen, hizo amigos, seguro que generó también alguna antipatía porque eso es vivir; imposible ser querido y admirado por todos. Pero, repito, dedicó “su vida” a luchar contra el dolor en La Niña. En las buenas y en las malas; con buen tiempo y en época de grandes inundaciones, con recursos o sin ellos.
No era persona de mucha vida social pero ocupó un cargo público y tuvo trato cordial con todos; hombre de humor, solía hacer chistes frecuentemente.
En verano o en invierno se lo veía con su chaqueta celeste, mangas corta, rara vez abrigado. Siempre decía que era el primero en contraer una gripe. Pero todo esto, si él me lo permite, pudo hacerlo gracias al acompañamiento de su compañera de siempre: Teresita, la que acaba de partir, justamente cuando él deja la profesión, como si hubiera cumplido una ardua tarea, agotadora y, decidiera tomarse un merecido descanso.
Teresita también era joven y llena de vida cuando se casaron y se instalaron en la casita que él ocupaba de soltero. Esa casa era su desvelo, brillante como ninguna. Amaba los perros, gatos y, hasta cuidaba sapos que saltaban por su patio, más tarde, en una nueva casa, que ella convertía en más bonita por el cuidado que le dispensaba.
Me doy permiso para dedicar a Teresita un gran homenaje. No fue fácil seguramente para ella acompañar a este hombre, muy digno de toda estima, pero con su carácter y su peculiar modo de mirar y vivir la vida.
Ella estaba. Siempre. Para todo. Para atenderlo y cuidarlo. Para protegerlo a veces, lo que le valía alguna queja de un paciente presuroso.
Sé del temor que le provocaba el aislamiento cuando La Niña estuvo rodeada por las aguas. Pero allí se quedó, junto a su hombre, su amigo, su compañero, su fortaleza.
Dos amigos se han ido: Hector, de la profesión y Teresita también. Porque ¿quién puede decir que una compañera de tantos años no compartió también su trabajo?
Sentimos mucho su pérdida, los niñenses y todos los que lo trataron y, aunque Hector no apruebe mis palabras, porque sé que piensa diferente, diré que sólo Dios sabe por qué ella se fue ahora.
Tienen muchísimos años vividos y sufridos juntos en el “activo” de la experiencia. Por eso, estará presente de algún modo en su vida, para continuar su tarea.
También él sigue vigente, en el recuerdo de tanta gente agradecida, a la que acompañó en el dolor, otros, con quienes compartió una alegría, aquellos a quienes dio un consejo o muchos que todavía lo extrañan.
Te acompañamos Héctor (perdón por el atrevimiento del tuteo) pero me parece que hoy nuestro “doctor” se merece un trato afectivo, fraterno, un abrazo interminable, un “lo sentimos”, un GRACIAS verdadero, grande, profundo.
Y decirle que, en ese pueblo que eligieron hace más de medio siglo, él y su esposa, no han pasado simplemente sino que, HAN DEJADO HUELLAS.
Ojalá alguien pueda verlas e imitarlas.
Un abrazo grande, Hector Mario Leal y el respeto para ambos.

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