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viernes, abril 19, 2024

FORMACIÓN PEDIÁTRICA: ¿SE PUEDE ENSEÑAR EL RESPETO HACIA EL PACIENTE?

* Dr. Levy Mario Néstor , del Hospital de Niños «Debilio Blanco Villegas» de Tandil.

El término currículo(1) se refiere al conjunto de competencias básicas, objetivos, contenidos, criterios metodológicos y de evaluación que los estudiantes deben alcanzar en un determinado nivel educativo. Es el diseño que permite planificar la actividad académica.

Clásicamente, en su estructura se han incluido los saberes que de una disciplina determinada deben alcanzar los educandos. En la formación médica pediátrica los programas incluyen como estructura fundamental, conceptos y procedimientos a alcanzar para ejercer idóneamente la profesión. Sin ninguna duda, los conocimientos conceptuales (el saber propiamente dicho), y los procedimentales (saber hacer), son indispensables, y su dominio y actualización, condición sine qua non para el desempeño correcto y honesto de la disciplina.

Pero en la formación médica, y especialmente en el área infantojuvenil, surge además como trascendente otro tipo de habilidades, innatas en algunas personas, tendientes a establecer contacto emocional con el paciente o su familia. Constituyen los contenidos más difíciles de definir, ya que incluyen múltiples variables subjetivas de importancia para el desempeño profesional. Estos contenidos hacen referencia a valores que traen o deben adquirir los estudiantes y egresados de la carrera: valores afectivos como solidaridad, amor, empatía (ponerse en el lugar del otro), tan importante en las ciencias de la salud, y componentes del comportamiento que se plasman en la interrelación con pares o auxiliares de la actividad. Estos contenidos son los llamados actitudinales, el saber ser de la pedagogía.

En ellos están incluidos también, la manera de responder ante situaciones particulares de la profesión, responsabilidad en el ejercicio de la disciplina, empatía sistemática ante personas o familias que sufren. Constituyen un eje paralelo al aprendizaje tradicional y sirven de guía a los contenidos disciplinares propiamente dichos, posibilitando la incorporación de valores en el sujeto que se está formando, tendientes a promover su desarrollo integral.

Este conjunto de habilidades en la comunicación y promoción de valores de orden moral se ha dado en llamar Currículo oculto.

Precisamente, en nuestro campo de trabajo, es especialmente trascendente aprender a desarrollar, si es que no se lo posee en forma natural, habilidades comunicacionales, valores afectivos y actitudes relacionadas con la solidaridad, humildad, respeto, compromiso con el niño y su familia, en fin, empatía con el grupo humano con el que el profesional deba vincularse.

Como se ha dicho, esta forma de relacionarse, basada en la humildad y fundamentalmente el respeto, debe ser también norma en la relación con el resto de los integrantes del equipo de salud (colegas, técnicos, enfermería, maestranza, o personal directivo), teniendo como máximo valor el bien del paciente.

Podría pensarse, con cierta razón, que este tipo de valores se forman en etapas tempranas de la vida, por lo que no tendría sentido hablar de valores en la formación universitaria o de postgrado. Pero asimismo hay que considerar que en disciplinas como la medicina, y especialmente la pediatría, en la que debe balancearse lo científico y lo humano, la promoción de valores debe estar presente, quizá en lo formal pero, fundamentalmente con el ejemplo de los docentes que actúan como guía en la enseñanza del ejercicio de la profesión.

Recordemos que los cursos universitarios y las residencias están compuestos mayoritariamente por jóvenes, grupo etario en que, además de que el aprendizaje es más fácil, es posible consolidar las motivaciones. La promoción de valores adquiere en este contexto una importancia extraordinaria, con proyección mediata en la vida del médico, contribuyendo a formar su personalidad. Así, con un fundamento pedagógico tácito, se plasmó en la última centuria, la influencia de los maestros en la formación médica.

¿Qué hacer?

La adquisición de habilidades de comunicación resulta un elemento imprescindible para la competencia profesional en un área tan sensible como la que concierne al cuidado de la salud infantil.

En el intercambio comunicacional con la familia, resulta esencial reconocer el nivel social, económico y de instrucción, así como la procedencia cultural de las personas que serán encargadas en forma efectiva del cumplimiento del tratamiento.

Ante una enfermedad, para que se produzca efectivamente la mejoría no basta el reconocimiento de la patología, el establecimiento de un diagnóstico certero, y la institución de un tratamiento oportuno y correcto, que son, ciertamente, una parte imprescindible dentro de la intervención médica. Análogamente, para el cuidado del niño sano, existen una serie de pautas que el pediatra debe recomendar, y que a su vez deben ser adecuadamente comprendidas por los cuidadores para ser efectivas.

Todo médico que atiende niños ha vivido alguna vez, con frustración, la situación en que, luego de un adecuado reconocimiento nosológico e indicación terapéutica correcta, el cuadro no mejora. En la indagación del origen del fallo terapéutico, surge muchas veces como causa un inadecuado cumplimiento de las indicaciones. Si bien el pensamiento lógico elemental ante esta circunstancia, tiende a inculpar a los cuidadores, el profesional que tiene acabada conciencia de su arte/oficio debe considerar la posibilidad de fallas comunicacionales. Dada esta situación, corresponde analizar la transmisión de información que tuvo lugar en la entrevista, ya que seguramente habrá buena parte de “culpa” en alguna fase del proceso de comunicación de la afección que padece el niño. Esto incluye la explicación de la situación problema, así como de la necesidad de realización de estudios complementarios, y fundamentalmente de la prescripción del tratamiento y enumeración de signos de alarma.

Desde el inicio de su formación, los médicos deben conocer, como habilidad de competencia, los procesos de comunicación con la familia, respecto del entendimiento de la patología, la explicación de necesidad, o no, de evaluaciones auxiliares, de interconsultas, y especialmente la adecuada prescripción del tratamiento, en forma ordenada, siempre escrita, con letra clara y legible, fechada y firmada, elementos éstos necesarios para el eventual control por otro profesional.

Paralelamente, el establecimiento del contacto visual con los cuidadores del paciente permite establecer una relación que revela un genuino compromiso con la salud del niño. Especialmente ante cuadros más comprometidos, actitudes corporales del médico como sentarse, e invitar a hacerlo, hablar pausadamente para facilitar la comprensión, o buscar un ámbito privado para el diálogo demuestran respeto y jerarquizan la comunicación. El uso de la computadora durante el proceso de entrevista atenta contra este punto. Si se requiere dejar asiento informatizado de datos, se deberá tratar de hacerlo de la manera que menos interfiera con el proceso comunicacional. Muchas familias suelen quejarse expresando textualmente que “el médico está más atento a la computadora que a lo que me está diciendo”.

Aún en los niveles más bajos de instrucción, y/o en las culturas poco comunicativas, estas sencillas prácticas como búsqueda del contacto visual y la indispensable prestación de tiempo efectivo en este proceso de intercambio es siempre sinceramente percibido, y facilita el cumplimiento del tratamiento.

Estas y muchas otras actitudes de la práctica cotidiana, entre otros recursos, pueden ser enseñadas a los estudiantes de Medicina y médicos en formación, con el ejemplo práctico en el curso de una consulta, o en otros ámbitos de la asistencia, prestando siempre la mayor importancia al respeto por el otro. Demás está decir que el docente debe aplicar este modelo con la más profunda y sincera convicción de que es la mejor manera de llegar al paciente y su familia. Esto permite el establecimiento de un vínculo diáfano con cada entorno familiar, reconociendo que debe estar basado en el entendimiento de la diversidad de las realidades sociales, culturales y educacionales de cada grupo humano. En el ámbito de la consulta diaria existen múltiples oportunidades de reconocer estas diferencias, ya que en tiempos relativamente cortos se pueden suceder varias consultas.

Esta adaptación rápida, que deberá aprender a reconocer el joven médico, debe formar parte del conjunto de habilidades a adquirir en el área de Salud Infantojuvenil.

Si bien el entrenamiento en el desarrollo de habilidades comunicacionales es sumamente importante, cabe destacar nuevamente que es la última parte del proceso de enseñanza, siendo imprescindible conocer acabadamente las pautas de cuidado del niño, en salud y enfermedad, centro del área de estudio, incluyendo el conocimiento actualizado del tema, reconocimiento precoz de patología, modo de evaluación, y características del tratamiento.

La formación de valores en la universidad y en el postgrado inmediato es responsabilidad de todos los docentes y debe realizarse a través de cada una de las actividades curriculares que se desarrollan en el proceso de enseñanza aprendizaje. Es necesario crear espacios en los que los docentes sean guías de sus estudiantes, modelos de profesionales, ejemplos a imitar. De esta manera, en forma natural, humilde, no pretenciosa, se contribuye claramente a la formación actitudinal de los médicos jóvenes.

Resulta muy interesante que ingrese en el plano de la formalidad del diseño curricular el desarrollo de estos contenidos, otorgándoles el mismo perfil de importancia que a los contenidos tradicionales de la disciplina, en nuestro caso, la formación pediátrica.

(1) En español es recomendable el uso de currículo o currículos (plural) en vez de currícula.

* Fuente: Portal de Educación Permanente en Pediatría del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires.

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