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Nueve de Julio
martes, abril 23, 2024

Al maestro Dn. Víctor Frustaci

(Por Roberto Rossi, nuevejuliense radicado en Buenos Aires)

Guardo en mi corazón un cariñoso recuerdo para mi primer maestro de bandoneón, Don Víctor Frustaci. Hace poco, revolviendo unos papeles, me encuentro con un ajado recibo cuyo texto me llevò en un viaje de vuelta al pasado, cuando comenzaba a atisbar tímidamente el complejo y apasionante “mundo del bandoneón”. El documento dice asì: “9 de Julio…, Julio 11 de 1956.- Recibì del señor Pedro Rossi la cantidad de Cuatro Mil Trescientos Pesos moneda nacional, por un Bandoneón “AA”, liso , negro, con su estuche, que le vendí de mi propiedad. Dicho instrumento tiene dos años de garantía, que cualquier desperfecto que tenga se le arregla gratis, teniendo derecho a dos afinaciones completas en los dos años.- Son: $ 4300 m/n.-“.- En la parte superior del recibo está impreso lo siguiente: “Taller de Composturas y Afinación de Pianos, Bandoneòn, Acordeón a Piano y toda clase de instrumentos – Acordeones a Piano antiguos se modernizan y se enchapan en Nacarol – Vìctor Frustaci – Còrdoba 372 – T.E. 655 –9 de Julio”.- Don Vìctor fue, además de maestro y guìa de prácticamente todos los que en el 9 acunamos un “fueye” sobre las rodillas, un autèntico – y tal vez el ùnico – luthier de su tiempo. Por supuesto que tambièn integró importantes conjuntos musicales, como el que ilustra una vieja fotografía publicada en “El 9 de Julio” de fines de 1990. Allì lo vemos a nuestro profesor (¡ah tiempos!), muy joven y elegantemente ataviado junto a los legendarios Castronuovo, Chièffari, Doga, Gariboldi, Perico Avalos y Bettoli, entre otros. El “AA” – doble A – que aún conservo y al que alude el recibo transcripto, lo pagó mi padre con esfuerzo, en varias cuotas. En el espacioso “living” de aquélla casa, al que se accedìa luego de trasponer el zaguán, el maestro atendìa a sus alumnos o se dedicaba en exclusiva atención, a la tarea quizá más delicada y sutil de su arte: la afinaciòn de instrumentos. Era comùn verlo sentado en un amplio sillón, con una especie de silbato de metal comparando a través del mismo y su oído privilegiado, la exacta correspondencia con las vibraciones de las notas que iba pulsando (una por una) en los distintos teclados. Ese trabajo requería tiempo, paciencia y conocimientos. Una afinación de Don Víctor tenía la garantía de las cosas bien hechas. Conocía el secreto de las voces que el “fueye” atesora en las planchas de zinc internas. Hoy las ventajas de la computación y otros medios avanzados casi han reemplazado aquellos métodos artesanales. En un cuarto del fondo, con estantes abarrotados de elementos afines, su hijo “Nino”, trabajador incesante y gran tipo, se acupaba de la reparación propiamente dicha de las diversas piezas incluídas pérdidas de aire del fuelle –pulmón del instrumento fabricado con cartón, cuero y papel- el enchapado para acordeones, varillaje, esquineros, pulido y restauración completa de botoneras, lengüetas y “zapatillas”. También podían confeccionarse estuches. El prensado de los pliegues estaba a la orden del dìa. De ese lugar llegaba un penetrante olor de las sustancias para encolado y lustre “a muñeca”, esto para preservar la madera original. Lo que fuere quedaba como nuevo. Frustaci viajaba periódicamente a Buenos Aires a fin de adquirir repuestos e insumos para el taller. Lo suyo fue un emprendimiento familiar bien organizado con base en la música. En cuanto a los cursos, la hija del maestro se encargaba en ocasiones de las lecciones de solfeo, dedicándose Dn.Víctor a enseñar el manejo de los endiablados “AA”, “E.L.A” o “GERMANIA” de industria alemana. Los interesados eran muchísimos. Poseía un carácter afable no exento de autoridad. Trataba siempre de “usted” (pese a que éramos chicos) marcando distancias. No obstante sus consejos respecto de cómo encarar los estudios nos resultaron muy útiles y atinados. Siempre recomendaba no apurarse y poner más el acento en los ejercicios de digitación, dominio y lectura para adquirir seguridad en la ejecución más que en tocar piezas en boga, lo cual vendría luego por decantación y se nos haría por ello más fácil en esa etapa posterior. Cuando ejecutaba algo a modo de ejemplo, el maestro lo hacía de forma tal que quienes lo escuchábamos quedábamos fascinados con esos acordes armoniosos que acariciaban los oìdos y nos permitìan asomarnos un poco a hurtadillas todavìa al mágico mundo del bandoneón. “¡Con ese dedo no!”, solía reprobar, incluso estando de espaldas o atendiendo otro asunto, cuando su oreja entrenada percibìa algún error de digitaciòn al practicar el alumno las escalas cromáticas. La tenìa muy clara. Hace ya mucho que Don Víctor se fue de este mundo, pero estàn sus hijos, si no me equivoco. Para el y ellos vaya este afectuoso recuerdo de los que alguna vez pasamos por la casa de la calle Córdoba y tuvimos el gusto de conocerlos y aprender.

Foto: Victor Frustacci integrando la Orquesta Castronuovo. En la imágen aparecen Bettoli (cornetín), Eusebio Martínez (violín), Adolfo Castronuovo (director y violinista), Salvador Chieffari (saxo), José Gariboldi (clarinete), José Doga (contrabajo), señora de Castronuovo (piano), Perico Avalos (bandoneón), Víctor Frustacci (bandoneón) y Michiniche “Casarense” (batería).

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