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jueves, octubre 2, 2025

La noche en que el fútbol argentino rompió su récord más aburrido

El fútbol es un verdadero cóctel de emociones, donde vemos gambetas que rompen rodillas, atajadas imposibles que sirven para ganar un campeonato mundial y, aún más comúnmente, el grito sagrado del gol. Sin embargo, hubo un fin de semana donde la hinchada quedó casi muda. Una fecha del calendario que pasará a la historia no por sus hazañas, sino por su silencio.

Fue la jornada en la que el fútbol argentino, en sus 134 años de profesionalismo, se miró al espejo y se encontró con un rostro sin alegría, reflejado en el marcador más apático y frustrante de todos, el cero a cero.

Ocho partidos, de los catorce que componían la fecha 19 de la Liga Profesional, terminaron como empezaron, es decir, sin goles. El resultado fue tan anómalo que destrozó cualquier pronóstico e, incluso, en el mundo de las apuestas de futbol, acertar a que ocho de los catorce partidos terminarían sin goles habría pagado una cifra astronómica, en plataformas seguras como esta.

Sin embargo, nadie podría haber pronosticado este improbable suceso, en especial en una tierra que vive y respira por el gol. La estadística final fue un golpe a la mandíbula, con un promedio de apenas 0.57 goles por encuentro, pulverizando todos los registros negativos anteriores.

Una estadística que duele más que una derrota

Para entender por qué se trata de un evento tan importante y, al mismo tiempo, tan anómalo, es necesario repasar un poco la historia del futbol argentino. Hasta ahora, el récord pertenecía a una lejana fecha del Torneo Clausura de 1989, que había registrado siete empates sin goles.

Otros torneos, como el Metropolitano de 1972, también habían tenido jornadas de sequía, pero ninguna se acercó a esta parálisis ofensiva. Y si bien antes era más una anécdota que otra cosa, hoy es un récord absoluto que está llamando la atención de todos.

Y es que no fue un hecho aislado de un par de equipos mezquinos; era casi una epidemia de aburrimiento que había contagiado las canchas de todo el país. Grandes y chicos, candidatos al título y equipos que pelean por no descender, todos parecieron sufrir de la misma incapacidad para lastimar al rival.

El murmullo de las tribunas se fue transformando en un bostezo colectivo, una sensación de tiempo perdido que dejó a hinchas y analistas con la misma pregunta flotando en el aire: ¿qué nos está pasando?

El miedo a perder golea a las ganas de ganar

Este récord histórico no es fruto de la casualidad, ya que en realidad se trata de un síntoma de una serie de problemas que el fútbol argentino arrastra desde hace tiempo.

El principal sospechoso es, sin lugar a dudas, el miedo a perder. Tenemos que tener en cuenta que en un torneo tan competitivo y castigador, donde la tabla de promedios sigue siendo un fantasma que aterroriza, muchos entrenadores prefieren la seguridad de un punto antes que arriesgarse a volver a casa con las manos vacías. El famoso «punto sirve» se ha convertido en un dogma que atenta directamente contra el espectáculo.

A esto se suma una creciente tiranía de la táctica defensiva. Los sistemas con cinco defensores, los dobles pivotes de contención y la presión asfixiante en el mediocampo han ganado la batalla contra la creatividad. El talento individual, ese jugador distinto capaz de inventar una jugada de la nada, se encuentra cada vez más ahogado entre esquemas rígidos que priorizan el orden por sobre la anarquía de la gambeta. El resultado es un juego predecible, trabado y con muy pocas sorpresas.

Además, no se puede ignorar el factor del desgaste, y es que con un calendario apretado, con partidos entre semana y viajes constantes, es evidente que los jugadores se enfrentarán con una frescura física y mental mínima, por lo que sus capacidades para desequilibrar al rival son mínimas. Cuando las piernas pesan, la mente se nubla, y la primera decisión suele ser la más conservadora.

Un espejo de nuestra realidad futbolística

Esta fecha histórica ha arrojado una enorme discusión que habla sobre si la paridad que se ve en la liga es producto de una competitividad sana o de una mediocridad generalizada. ¿Son todos los equipos tan buenos que se anulan entre sí, o es que el nivel ha bajado tanto que nadie logra imponerse con claridad?

Sea cual sea la respuesta, este fin de semana de empates sin goles funciona como un poderoso llamado de atención. Es un recordatorio de que el fútbol, antes que un negocio o una ciencia táctica, es un juego y un espectáculo.

Un fin de semana sin goles es como un asado sin carne. Es una postal triste de lo que nunca deberíamos llegar a ser. La pasión sigue intacta en las tribunas, pero es urgente que esa misma pasión vuelva a reflejarse dentro del campo de juego.

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