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Nueve de Julio
jueves, mayo 2, 2024

Primeros pobladores de 9 de Julio

Por Héctor José Iaconis
En pocos días, la ciudad de 9 de Julio celebrará el 160º aniversario de su fundación. En los últimos veinte años se ha ahondado de manera muy notable en la historia de la comunidad, surgiendo una variedad de publicaciones y textos que refieren a los orígenes de 9 de Julio.
Sin dudas, todos citan una fuente ineludible: la gran obra historiográfica desarrollada por el primer historiador de 9 de Julio, Buenaventura N. Vita (1884-1954), su “Crónica Vecinal de Nueve de Julio”.
En rigor, uno de los primeros textos referidos a la fundación de 9 de Julio es la llamada “Memoria de Carballeda” escrita por quien arribara a estas tierras, hacia octubre de 1863, con las tropas del coronel Julio de Vedia. Curiosamente, esta fuente, de incalculable valor para el conocimiento del pasado histórico de 9 de Julio, fue difundida masivamente recién en octubre de 2001, merced al Archivo de Publicaciones Periodísticas de Diario EL 9 DE JULIO, que la recuperó y reeditó.
El texto completo de la Memoria, hasta el momento se encuentra perdido. Ocurre que, ya muerto su autor, el manuscrito pasó a manos de Mariano Rumi, quien se alejó de esta ciudad antes de 1920, llevándolo consigo.
Al parecer, el primero -y tal vez el único- que pudo consultarla integramente con fines historiográficos, por así decirlo, fue Buenaventura Vita.
Los fragmentos que se conocen son los que, a mediados de 1903, Emilio Carballeda publicó en el periódico «El Porvenir», a modo de Crónica Retrospectiva.

LOS PRIMEROS VECINOS
Un documento que se conserva en el Archivo General del Ejército nos permite conocer la nómina de las personas que, el coronel Vedia, movilizó para establecer el campamento y comandancia militar en octubre de 1863.
Esta lista y otras posteriores ponen especial énfasis en la población militar y en sus familias. Sin embargo, el texto de Carballeda nos permite acceder a los nombre de algunos de los primeros pobladores civiles.
Considerado el primer comerciante de 9 de Julio, el autor de la Memoria, abrió su precario almacén el 15 de noviembre de 1863. Poco después, arribaron otros tenderos que se ubicaron cerca del campamento, vendiendo artículos variados de primera necesidad: Cayetano Urbero, Pedro Salazar, Anselmo Díaz, Antonio Guilino, José Molleda, Francisco Aguirre, Manuel Castellanos y Juan Rodríguez.
Vita nos ofrece noticias acerca de cómo se desarorllaba el comercio en esos años iniciales: «En los primeros tiempos primaron las familias de los militares y el principal comercio se hacía con éstos y los indios amigos teniendo las transacciones como base un sistema muy rudimentario. Consistía en el cambio de las mercaderías por los productos del país que traían de las boleadas los indios y los gauchos, siendo el principal renglón las plumas de ñandú…».
Entre los primeros horneros de ladrillos se destacaron Antonio Maya, Domingo Iraizos, Graciano Yriarte y Martín Baztarrica.
En febrero de 1864, Iraizos también incursionó en el rubro gastronómico, abriendo una de las primeras fondas instaladas en el pueblo. El mismo Carballeda la consideraba “el punto de reunión de los pocos vecinos con que contaba la formación del pueblo, amén de algunos oficiales de la guarnición que concurrían, fuera de las horas de servicio”.
“Con pocos días de intervalo, también poblaron y se establecieron en el centro del pueblo, don Alejandro Cruz, don José Molleda [sic], don Cornelio López, don Manuel Lafulla, don Luis Melinos, don Domingo Duhart y don Abelardo Gigena”, recuerda Carballeda.
Si bien a Bernardo Sathicq se lo asociará más tarde a la fonda u hostería que poseyó, su primera labor apenas instalado el campamento militar fue la carpintería. Así, se convirtió en el primero en ejercer el oficio de carpintero en 9 de Julio.
En enero de 1864, Tomás Vío, de quien aún existen descendientes en 9 de Julio, instaló una panadería, frente a la actual plaza “General Belgrano”. Allí, de acuerdo con las impresiones recogidas por Carballeda, se vendía pan de carosillo, como si se tratara de pan blanco, aunque “siempre era preferible a la galleta dura que, para partirla, había que hacer uso de un martillo”.

LAS PRIMERAS VIVIENDAS
Emilio Carballeda recuerda las primitivas construcciones edilicias levantadas en el lugar: “Simultáneamente don Antonio Maya hizo edificar la primera casa de azotea que se construyó en el pueblo, con albañiles costeados de Buenos Aires; y para las obras de carpintería, a don Bernardo Sathicq”.
Entre las viviendas edificadas con ladrillo, añade Carballeda, “descollaba la del teniente coronel don Benjamín Calvete, en un ángulo de la plaza, por la posición y extensión del edificio”.
En diciembre de 1864, Luis Rumi junto a sus hermanos Eugenio, Modesto y Juan junto a una cuadrilla de obreros, se establecieron en el pueblo para construir otra casa con azotea. La misma fue destinada para uso particular del coronel Vedia.
A pesar de las situaciones adversas vividas en el pueblo, expuesto a las contingencias de la frontera, a poco más de un año de la fundación, se contaba con un centenar y medio de casas, construidas de adobe, madera y ladrillos.

Retrato de Domingo Iraizos o Yraizos, uno de los primeros pobladores de 9 de Julio.
Este vecino desapareció el 4 de julio de 1870, sin que se pueda dar con su paradero. Debido a su condición moral y en consideración a la cantidad de enemigos que se había granjeado por su propensión a los deleites carnales con mujeres casadas y por la manera tramposa con que se conducía en los negocios, el hecho de su desaparición se investigó con ligereza.
Según Buenaventura N. Vita, “don Domingo Iraizos, era un hombre joven […], de profesión fabricante de ladrillos, teniendo en una de las quintas de la traza del pueblo un horno y era conocido en el vecindario con el mote de ‘Cacique’ por ser muy afecto a violar el sexto y noveno mandamientos de la Ley de Dios”.
“Tenía –agrega Vita- el defecto de hacer una competencia desleal a sus colegas. Cuando los otros horneros, después de mucho trabajo, lograban conseguir el combustible necesario para encender una hornalla de ladrillos, por la noche, Iraizos se les anticipada y generaba una fogata dantesca, quedando todo reducido a cenizas”.
Cuando desapareció contaba con treinta y cinco años de edad, estaba casado y tenía una hija (con el tiempo, esposa del educador Manuel María Pérez).
De acuerdo a un relato oral, publicado en 1938, Iraizos fue asesinado y su cadáver arrojado a una hornalla de ladrillos. Oficialmente, su desaparición nunca pudo ser esclarecida y a comienzos del siglo XX se concluyó su juicio sucesorio, fraccionándose la quinta n° 4, que había sido de su propiedad.

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