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jueves, abril 25, 2024

Semana del Padre Severiano en el Colegio Marianista «San Agustín»

[9 de noviembre de 2009] Conocí al P. Severiano Ayastuy  cuando yo era muy chico;  él tenía unos  28 años y era ya Marianista y yo aspirante a serlo.  La ocasión se dio cuando en 1942 se celebró en la pequeña localidad de Aozaraza (Guipúzcoa, España, de donde era originaria la  familia Ayastuy), un homenaje-recuerdo a su hermano Sabino, también Marianista,  que  dio su vida por Cristo en 1936, fusilado, durante la persecución religiosa en España, en la que fueron muertos   obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas ( unos 9mil) , y muchos más laicos. Los historiadores distinguen netamente entre  lo que fue la guerra civil y lo que fue la persecución religiosa.

Padre Severiano Ayastuy.
Padre Severiano Ayastuy.

Hoy, Sabino es el Beato Sabino, beatificado por Benedicto XVI  el 28 de octubre de 2007 junto a otros 497 mártires como él.   El acto  artístico principal  del homenaje-recuerdo era la representación teatral de “El martirio de San Tarcisio”, del que yo, por inconvenientes de última hora del actor principal, tuve que ser  el protagonista improvisado. Recuerdo muy bien a la señora Ayastuy: servicial y callada (hablaba vasco y un poco de castellano)), muy cuidadosa del control de su   profunda emoción,  muy observadora, de una acendrada y generosa fe.

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Severiano hizo la Teología y la preparación al sacerdocio en Fribourg (Suiza). Allí fue ordenado en 1946.  Fue después Maestro de Novicios y Superior Provincial de Madrid, tiempo en el que manifestó   una gran preocupación por la formación, por las misiones y por llegar  a los pobres, tantos en aquella época de  postguerras.

En 1966  fue elegido Consejero General y se trasladó a Roma. Allí sintió fuertemente la llamada de los pobres y las misiones. Renunció a su cargo en Roma y fue misionero al  Togo (África), donde estuvo  14 años.

En 1986 pidió venir a la Argentina.  Me propuso  expresamente ir a Monte Quemado por  considerarla  la obra marianista  más inserta entre   los pobres.  Estratégicamente se fue aproximando a éstos. Poco tiempo después dejó Monte  Quemado y se adentró en el Impenetrable chaqueño. En Comandancia Frías vivió con suma austeridad y pobreza. Siempre lo apoyaron los Marianistas de Monte Quemado y en algún período convivió con él algún otro.  Recorrió la amplísima zona a pie, en mula, en “zorra”, como pudo. Era mirado por todos como “el hombre de Dios”. Su Obispo, Mons. Silva, lo veneraba. Y le parecía que todavía podía ser más pobre y  acercarse más a los más pobres, Supo amarlos, educarlos  y  defenderlos, así como a los indígenas. Cuando amigos de España le financiaron una casa la cedió para el médico y su familia que, de otro modo, no habría podido integrarse a sus tareas sanitarias  en  la zona. Severiano se recluyó a un ranchito. Algunos medios de prensa se interesaron por él y su labor en el Impenetrable.

En  2005  fue de visita a España, con sus 91 años y con la  salud  ya   muy debilitada. Fue atendido  en  una   casa  marianista de Madrid dedicada a enfermos y ancianos. Allí pudimos visitarlo varios de nosotros. La última conversación   que  tuvimos  los dos en 2007   le dio ocasión a manifestar su deseo de volver a la Argentina y al Impenetrable. Pero ya no era posible.  “Pues entonces – dijo- dígales a la gente de allá que muero acá   pero  vivo allá  con ellos”. Ese fue su testamento. Entregó su alma a Dios el 8 de noviembre de 2007, pocos días después  de la beatificación en Roma de su hermano Sabino.

El Padre Severiano se merece esta semana dedicada a él en el Colegio “San Agustín”,  un recuerdo que manifiesta nuestra admiración y nuestro agradecimiento. Su vida es  un llamado a seguir sus huellas, huellas de “un hombre de Dios” entregado a los hombres. Que nadie diga que no hay modelos de vida y de entrega generosa al Reino de Jesús  en el siglo XXI.  Severiano  es  un modelo  que se aparta de lo corriente: ni dinero, ni poder, ni influencias políticas, ni búsqueda obsesionante del placer o droga o simplemente la pavada. Siguió a Jesús y supo ser un fiel hijo de María de Nazaret.

Padre Alfonso Gil sm.

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