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Nueve de Julio
viernes, abril 19, 2024

Cuando las vizcachas invadían el pueblo

Por Héctor José Iaconis.

Existió un tiempo, sin dudas muy lejano respecto del nuestro, en el cual podía resultar frecuente, al caminar por las calles del pueblo, no solamente en los suburbios, toparse con un grupo de vizcachas. La urbanización fue dándose paulatinamente en los sectores periféricos y, en las últimas décadas del siglo XIX, había amplios solares, parcelas y manzanas aún sin poblar donde proliferaban estas especies.
No es desmedido el comentario que hace Buenaventura Vita, primer historiador de 9 de Julio, al sugerir que, en la década de 1890, las vizcachas aún eran “señoras de los solares baldíos y se paseaban de noche hasta por el centro del pueblo”(1).
A finales del siglo XIX se consideraba a la vizcacha como una “verdadera plaga”. Así la describe Latzina en su Geografía de la República Argentina y no va a dudar en reafirmarlo pocos años más tarde en otra publicación(2).
Guillermo Enrique Hudson dedica a la vizcacha [Lagostomus trichodactylus (según la clasificación de Joshua Brookes , 1828) o más usualmente Lagostomus maximus (clasificada por Anselme Gaëtan Desmarest, 1817)] un capítulo en su brillante obra Un naturalista en el Río de la Plata, donde ahonda sobre sus particularidades(3). Desde luego, en las centurias precedentes otros naturalistas, biólogos y exploradores las habían citado(4); no solamente con referencia a sus características y hábitos, sino también en relación a los mitos que había en derredor suyo (5).

UNA CUESTION DE ESTADO
El 24 de enero de 1881 las autoridades municipales habían advertido la existencia de una excesiva cantidad de vizcachas en el pueblo de 9 de Julio. Tanto así que se resolvió, sin más, disponer su exterminio. Para esta tarea se encomendó a los empleados municipales quienes, dirigidos por el consejero municipal Ezequiel Sieza, acometieron la ingrata tarea.
Es evidente que, si la labor encargada a aquellos fue hecha con diligencia, dio poco resultado. El 27 de octubre de 1882 las vizcachas eran otra vez motivo de preocupación en la Corporación Municipal.
Un espectáculo poco menos que macabro se observaba en la manzana comprendida por las actuales calles Hipólito Yrigoyen, Nicolás Avellaneda, General Vedia y Sarmiento. Allí había funcionado el segundo cementerio del pueblo y, desde mediados de la década anterior, había dejado de usarse. Sin embargo, para 1882, aún existían cadáveres que no habían sido traslados al cementerio nuevo, en la ubicación actual.
En consecuencia, las autoridades comunales, instaron a los deudos a que, de manera urgente, procedieran a exhumarlos y darles otro destino, en virtud de que las vizcachas -que abundaban allí- estaban desenterrando los restos humanos, los cuales se encontraban, luego, dispersos en las calles adyacentes(6).

Tucumán entre Corrientes y Entre Ríos. Este aspecto tenían los suburbios del pueblo de 9 de Julio en las postrimerías del siglo XIX.

“VAN A DERRUMBAR EL TAPIAL”
En 1884 la Sociedad Española de Socorros Mutuos había comenzado a trabajar en la edificación del Hospital Español, ubicado en el predio que actualmente ocupada el Colegio Marianista “San Agustín”, en la calle Edison (originalmente denominada Jujuy) entre Ramón N. Poratti (antes, Catamarca) y Salta. Era notable, en el barrio, en las quintas linderas, la multiplicación de las vizcacheras.
En julio de ese año, por medio de una carta que dirigió al presidente de la Municipalidad de 9 de Julio, Nicolás L. Robbio, la comisión directiva de la entidad manifestó su inquietud, haciendo notar que “es tanta la vizcacha que hay en los alrededores de la finca de la Sociedad Española, que están minando el tapial, en condición que lo van a derrumbar»(7).
Para intentar mitigar la presencia de las vizcachas en el predio, la comisión directiva de la Sociedad Española había optado por contratar los servicios de un cuidador (8).
Pocos meses antes, por medio de una disposición, la Corporación Municipal había ordenado que los propietarios de los solares que poseyeran vizcachas precedieran, de forma inminente, a su matanza, otorgándoles el plazo de un mes.

“ATREVIDAS E INQUISITIVAS”
El naturalista británico John Graham Kerr visitó, en 1889, el pueblo y el Partido de 9 de Julio. Se alojó en la estancia de un coterráneo suyo y efectuó una pormenorizada descripción de cuanto allí observó en lo concerniente a la biodiversidad del lugar.
Las vizcachas despertaron su interés. Según su apreciación, “sus madrigueras son similares a las del conejo, pero varias veces más grandes”.
“Se reúnen –añade- en colonias llamadas ‘vizcacheras’ y, alrededor de éstas, hay generalmente una extensión de césped bellamente recortado. En la vizcachera crece con frecuencia una hierba extremadamente dura y afilada, llamada por los nativos ‘paja brava’. Esta hierba crece ocasionalmente separada de las vizcacheras, pero mucho más frecuentemente denota la posición de aquellas. La vizcacha es un roedor grande, aproximadamente tres veces el tamaño de un conejo. Tiene una cola rígida de unas seis pulgadas de largo.
Para Kerr, “las vizcachas son muy atrevidas e inquisitivas; si uno se les acerca cuando recogen el césped frente a sus madrigueras, hacia el atardecer, se retiran cerca de la boca de sus cuevas, y se sientan en cuclillas, siguiendo la forma de los canguros, observando al intruso y dando rienda suelta a varios sonidos groseros de indignación”.
“Una –relata el naturalista- o dos noches después de mi llegada, caminaba sobre el césped en medio de la oscuridad cuando, de repente, metí mi pie en un agujero. De inmediato se escuchó un coro de los más extraños gemidos y silbidos procedentes del suelo. Nunca había oído hablar de los poderes vocales de las vizcachas, y me sentí bastante sorprendido. Creo que son los machos, principalmente, los que dan rienda suelta a estos sonidos”(9).

LAS DOS VIZCACHAS DE LA PAMPA
La postal urbana que es posible construir con nuestra imaginación, a partir de los datos que nos llegan a través de las fuentes históricas -aquel 9 de Julio de 1880 o 1890-, fue barrida enseguida por el progreso. La fisonomía de la ciudad cambió, comenzando a mutar notablemente en las tres primeras décadas del siglo XX. Y la presencia de estos animales ya no fue corriente en los baldíos o en las calles.
Vicente Blasco Ibáñez, el notable escritor español, en ocasión de la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo, describió dos tipos de vizcachas que observó en la pampa: la vizcacha animal, que “asomaba la cabeza enorme y el pelaje sedoso a la puerta de su madriguera” y la “vizcacha humana”, “la gaucha inactiva y hombruna [que] asomaba su perfil por la abertura del rancho perdido en el desierto, sin otra compañía que la vecindad del ombú”(10). De estas últimas también había en el Partido de 9 de Julio.

NOTAS
(1) BUENAVENTURA N. VITA, Crónica Vecinal de Nueve de Julio. 1863-1900. Prima versio. Original mecanógrafo inédito en el Centro Cultural, Archivo y Museo Histórico «Gral. Julio de Vedia».
(2) FRANCISCO LATZINA, Geografía de la República Argentina, Buenos Aires, Félix Lajouane, 1888, pág. 125 y La Argentina considerada en sus aspectos físico, social y económico, Primera parte, Buenos Aires, Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco, 1902, pág. 77.
(3) W. H. HUDSON, The Naturalist in La Plata, 3a. ed., Londres, Chapman and Hall Ld., 1895, pág. 289ss.
(4) Cfr. R. P. LESSON, Illustrations de Zoologie, ou Recueil de Figures d’Animaux peintes d’aprés nature, Paris, Arthus Bertrand, s.f., figura VIII (Le lagostome viscache).
(5) Véase D. DANIEL GRANADA, Reseña histórico-descriptiva de las antiguas y modernas Supersticiones del Río de la Plata, Montevideo, J. Barreiro y Ramos, 1896, Cfr. págs. 160 y 262-263.
(6) VITA, op. cit.
(7) Ibidem
(8) HENRY AZNAR, Historia de la Sociedad Española de Socorros Mutuos de 9 de Julio, s.d, 1982, pág. 20.
(9) HECTOR JOSE IACONIS, Las impresiones de un viajero inglés en 9 de Julio. Las notas de John Graham Kerr, en 1889. Ponencia presentada en el XVII Congreso de Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires, Trenque Lauquen, 2019.
(10) VICENTE BLASCO IBAÑEZ, Argentina y sus grandezas, 2a. ed., Valencia, Prometeo, 1910, pág. 240.

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