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Escriben nuestros jóvenes lectores: Octubre de domingo

[25 de octubre de 2011]

* Por Franco Vaira

Hoy prefiero escabullirme como una abeja entre las flores. Me alejo al sumergirme por las calles de un instante cualquiera, fortuito. En que un rincón de mundo -también fortuito- reposa bajo el cielo incandescente. El sol casi no perdona: apenas sobreviven delgadas sombras.

Me acerco a una plaza, diviso su mástil y, sin perderlo de vista, me dejo caer de espaldas sobre un banco. Un grupo de árboles, en focos múltiples, rodean los cuadros de la plaza en hileras. Surge además un monumento; un rosal de nubes y el andar errante de palomas se dibujan como etéreos. Van formando formas; completando el retrato que buscaba. Sobre el fondo que es el mismo que rebrota cada nueva primavera. (Pero la gente circunda la plaza, y no la penetra. Será que la teja o el zinc protegen más que el mediodía.)

El recuerdo pasajero de otra infancia, con bichos-canasto como estalactitas de vereda, y parejas de sapos que ya no se miman (porque ya se no se miman)  bajo charcos provisorios me enmudecen, en secreto, el sonido de las gentes. Y hoy es ella que reluce tan preciosa: mi ciudad, ¡mi ciudad de gala!, se viste con su frac de rayitos tornasolados. De cómplices risas entre madres y niños que comienzan a adornar, quizás sin sospecharlo, su colmena. Y las abejas laboriosas que van ingresando, a medida que a- vanza la tarde, a la intemperie de las calles: el último bastión de lo común. Cada vez más y más y hasta el tiempo se interroga. Ese momento fresco de entre luces, que difama al pasado inmediato, tórrido, nos delata. ¿Por qué hay tanta gente caminando, tanto ajetreo hacinando las almas? ¿Será que es la gente la que viste de gala a la ciudad, las abejas melifi- cando lo común? ¿O será al revés?

Lo cierto es que el despuntar de nuestra soledad va despuntando, a su vez, el aire sofocante. A paso lento veo más sombras que se dejan caminar, aquí y allá esperanzas nuevas que reanudan su trayecto. Hacia un punto. Un punto destino y engañosamente personal, excluyente de otros puntos y único en el universo entero. Así vivimos, así anhelamos. Por lo que la pretensión de un acuerdo común, entre las abejas de esta colmena de pampa, se adivina ilusoria. Los ojos fulgurantes de este hombre que aquí pasa, fulguran de otra miel que los de aquel; los puntos se excluyen mutuamente.

Quizás la plaza y el asomar de nuevos años sean el amor de juventud, la brisa que refresque, al pasar, el semblante de este rincón de mundo -repito, fortuito- que nos tocó habitar a los que aún no sembramos el acuerdo. Colmena cándida y sublime, mía o tuya pero nuestra es la que hoy, como cada nueva primavera, elige un gobernante.

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