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Nueve de Julio
miércoles, abril 24, 2024

Anhelos y realidades en la protección de la infancia en 9 de Julio

Por Héctor José Iaconis
En 1992, mientras relevaba documentación histórica del Archivo de Gestión de la Municipalidad de 9 de Julio, intentando fichar documentos que, inexorablemente, iban camino a un insubsistente expurgo dispuesto por un estólido archivero, hallé un legajo compuesto por unas pocas cuartillas adheridas a lo que, según recuerdo, era un modelo añejísimo de cartapacio atado. Sin advertir, quizá, la información que podría brindar, para un estudio de la realidad social de 9 de Julio, me limité a copiarlo. Desconociendo hoy la suerte que corrió aquella vieja carpeta y sus páginas, dado que el archivo de gestión (que se encontraba en la obscura bohardilla del mismo edificio de la Municipalidad) ya no funciona en el mismo lugar, y que el tratamiento de la documentación que allí se albergaba no fue el más adecuado, dependo de mis notas, escritas hace tantos años atrás, para referirme al tema de que trata.

Niños nuevejulienses. Detalle de una fotografía tomada por Adobato en 1928.

UN DOCUMENTO
Aquel documento es (o era) un informe, elevado por el Defensor de Menores de esta ciudad al encargado de la Defensoría General de Menores de la Provincia de Buenos Aires, con sede en La Plata. El motivo principal, era poner en conocimiento de aquel funcionario las gestiones realizadas por el primero, durante el período 1918-1919.
Excepto algunas expresiones, las cuales podrían rozar el límite entre la opinión personal y la realidad objetiva, el texto recoge una visión fehaciente concerniente al estado de los niños huérfanos y abandonados en 9 de Julio y las gestiones en favor de estos emanadas de la sede local de la Defensoría.
Esta relación –fechada en 9 de Julio, el 21 de enero de 1920- fue emitida por el Defensor de Menores, Cayetano de Briganti, quien se hallaba al frente de esa oficina desde octubre de 1918. Hombre septuagenario, había arribado al cargo con una larga trayectoria de más de dos décadas de servicios a la comunidad y a las instituciones sociales.
El contenido está desplegado en siete páginas, texto ológrafo del secretario de la Defensoría (Cándido S. Avila), sobre papel oficio rayado, con una interlinea de un centímetro. En su cuerpo, pueden advertirse cinco partes, algunas no tan bien definidas, pero identificable al fin: un breve introito, una referencia escueta acerca de los menores ubicados en distintos lugares, el funcionamiento de la oficina, las dificultades principales surgidas en las gestiones llevadas adelante por el defensor y las expectativas para el futuro.

LOS MENORES A CARGO
De acuerdo con el informe, al momento de ser redactado, existían veintinueve menores “de ambos sexos, cuya edad varia[ba] desde uno hasta veinte años, todos argentinos, en su mayoría analfabetos de padre o madre indistintamente o huérfanos en absoluto”. Estos se hallaban “depositados en casas de respetables familias de esta ciudad”, con excepción de dos, un varón, internado en la Colonia Nacional de Menores Varones de Marcos Paz y una mujer alojada, hasta poco antes, en el Asilo del Buen Pastor, de La Plata.
Quienes tomaban a su cargo un menor huérfano, muchas veces para el servicio (sea doméstico, en calidad de criados, o de otra índole), por disposición de la Defensoría, debían realizar un depósito bancario en beneficio de aquel. En realidad, durante esos años (1918 y 1919) ese requisito no se cumplía acabadamente. Tan sólo existían tres libretas de depósito acordes a la exigencia.
“Los demás depósitos –explicaba Briganti, con un tenor casi de justificación- por múltiples causas todas ellas perfectamente atendibles y bien fundamentadas no han cumplido con la cláusula legal […] de los Depósitos Bancarios a favor de los menores que respectivamente tiene a su servicio, a pesar de mis continuas y exigentes gestiones”.
Más adelante, se lamentaba de la falta de una legislación que permita “tomar medidas que hagan obligatorias las libretas de Depósitos Bancarios en beneficio de cada menor […] bajo la salvaguardia de las personas que se hacen cargo de ellos y se abusan de sus servicios sin asignarles ninguna remuneración en dinero efectivo”.

HIJOS DE LA MARGINALIDAD
En una parte del texto, el Defensor se refiere a un ilícito cometido por una menor a cargo de la oficina: “… un sumario de carácter correccional instaurado contra una joven de catorce años de edad, a la cual se la acusa del hurto de un anillo de oro y ropas…”.
“Según –añade Briganti- lo que resulte […] determinaré enviarla a la Cárcel Correccional de Menores o al Asilo del Buen Pastor […] juntamente con otra menor incorregible”.
Al referirse al estado del ambiente suburbano de la ciudad, donde vivían los niños en el desamparo, dispara una expresión dura que pone a la luz un problema grave: “… esos antros de miseria que existen por docena, donde se debaten centenares de inocentes criaturas, sumidas en la corrupción, en la vagancia, víctimas, repito, de ese monstruo que ojalá algún día desaparezca de la patria de los argentinos: ¡el analfabetismo!”(*).

LA NECESIDAD DE UN ASILO
Un Asilo de Huérfanos, desde el cual pueda efectuar un mejor trabajo de la Defensoría en socorro de los niños, aparecía como una necesidad imperiosa. Conforme a lo expresado allí, la Municipalidad proyectaba, con ese objeto, la expropiación del edificio del Hospital Español (ubicado en el solar que hoy ocupa el Colegio Marianista «San Agustín») y el Concejo Deliberante, habría destinado al efecto 30.000 pesos.
Briganti aludía a la «expropiación del Hospital Español, actualmente transformado en local de fiestas y de recreo y al cual [se] destinará á ser Asilo de Menores, pues consta de un buen edificio y de un amplio terreno».
Desde luego, no se debió a la acción oficial ni a la gestión municipal la materialización de ese proyecto, el anhelo de Briganti frente una carencia improrrogable. Fue merced al aporte de la Liga de Damas Católicas, constituida en 9 de Julio por esos años, la que adquirió el viejo edificio del Hospital Español y fundó el Asilo Taller y Escuela Profesional de Mujeres «Nuestra Señora de Luján», inaugurado el 6 de enero de 1924.
Otro de los ideales de Briganti era la instalación –en el proyectado asilo- de “una colonia agrícolas para menores, escuela de Artes y Oficios, talleres”. Y para ello sugería como espacio adecuado “el terreno que anteriormente ocupó en esta ciudad el local del Hipódromo”.
Lamentablemente, la expectativa de Briganti de que, el Estado, tome carta en el asunto se vio frustrada. Las parcelas del viejo hipódromo tuvieron un destino muy diferente.

Asilo de Huérfanas, creado por la Liga de Damas Católicas.

BREVE VALORACION DEL TEXTO
Este informe posee (o poseía) valiosos elementos que, ordenados y jerarquizados, en el marco del contexto histórico de pertenencia, pueden coadyuvar a la comprensión de la forma de vida de un estrato de la sociedad en 9 de Julio. Mejor aún, aporta indicios referentes a la situación, las circunstancias de vida y las desventuras de esos niños desprotegidos, sobre quienes los relatos históricos poco han narrado.

NOTA

(*) El desafortunado contexto que describe Cayetano de Briganti fue denunciado, muchas veces, por la prensa. Lejos de poner la mirada en la fragilidad de esos niños, por lo general, se presentaba su realidad queriéndoles despojar de su condición de victimas y prejuzgándoles con malquerencia. 

Por citar, a modo de ejemplo, el periódico «El Orden», de esta ciudad, se refiere a «Los hijos de la calle» en un artículo publicado el 9 de mayo de 1922. Allí se los describe como «esa padilla de niños gozando de un libre albedrío, que delata la despreocupación de sus padres o hacen pensar en la condición social de estos».

«Porque -añade la nota de prensa- no se concibe que un padre decente, honesto, que repudie los vicios y el pillaje concienta  que sus hijos ambulen por nuestras calles, hiriendo al bello sexo con su lenguaje inculto o haciendo espirales con el humo del cigarrillo delante de personas mayores o contemplando una partida de naipes en las confiterías».

El periódico «El Orden» describe la «vagancia infantil» como «una enfermedad que roe el organismo humano, va comiendo los cimientos de una sociedad, donde el culto al trabajo, a la escuela y a la familia debiera predominar en el corazón de esos malos padres». Y, un poco más adelante, agrega, una admonición para esos «malos padres», «para que el día de mañana las futuras generaciones no vibren su anatema contra la idiosincrasia de los mismos, por haber legado hijos que sean el escarnio de la vergüenza».

Ciertamente, poco debió servir esa monserga periodística en bien de los niños pobres de la calle; pues, nada dice respecto a la responsabilidad que correspondía al Estado y a la gestión oficialista (que defendía desde sus páginas) velar por su bienestar.  

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