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miércoles, abril 24, 2024

8 de noviembre: Día Mundial de la Dislexia


Concientizar acerca de la dislexia es, antes que nada, pensar en una persona que está pasando por un momento de dificultad, atravesado por la frustración ante demandas imposibles o bien por la percepción de un fracaso innecesariamente merecido. Escribir sobre dislexia es también entender historias de aprendizaje, de crecimiento, de búsqueda de nuevas alternativas, de trabajo grupal e institucional y de mucho esfuerzo.
Aprender a leer y escribir es un acto contemporáneo y universal. Desde que la escuela se convirtió en obligatoria la dislexia es habitual en un número importante de alumnos. Y por supuesto, una vez que se hizo presente en los niños escolarizados, pudo verse que desde antes había señales, y que después había consecuencias. Porque dificultades en el habla, en la lectura y la escritura puede haber desde que aprendemos a significar los objetos, desde que llamamos a los juguetes por su nombre, desde que la comida es comida, desde que la familia empieza a integrarnos en el mundo de significados, desde que la cultura empieza a meterse en nosotros.
Leer y escribir es un acto humano que todos necesitamos para poder comunicarnos. Y ahí es donde los docentes, esos mismos que ponen los ojos y las orejas para entender el mundo de cada niño, piden ayuda cuando algo empieza a llamar la atención. A veces es en el cuaderno, donde no se escribe con todas las letras, a veces es cuando ante una pregunta se quiere decir algo que no sale, y otras veces se tiene ante la vista la palabra que no se puede pronunciar. ¿Y por qué pasa esto? No hay exámenes para hacer en un laboratorio, ni estudios difíciles que nos digan qué pasa; no hay otros problemas ni en la vista ni una dificultad para comprender las cosas de la escuela. Lo que si tenemos seguro es que una persona que atraviesa una situación de dislexia no observa lo mismo que está escrito, no puede escribir de la misma manera que lo tiene en su mente o no puede decir las palabras justas cuando eso es necesario.
Pongámonos un minuto en ese lugar. Ahora pensémonos que es casi todos los días, en la escuela o en el secundario, y que cada vez que damos una prueba nos quedamos un poco más atrás que nuestros compañeros. Imaginemos tener la actitud para vencer esta dificultad, pero no tener la ayuda para salir adelante y seguir de mejor manera. Pongámonos en el lugar de un adulto que va a abrir una cuenta al banco y no entiende lo que firma, o querer leer el boletín de su hijo y no poder comprenderlo. Y ni siquiera imaginar una madre que quiere ayudar a su hijo con las tareas, toda la tarde, y no poder llevarlo adelante porque no le entendió a la seño, o no pudo escribir bien, o todo lo que refiere a la escuela le hace pensar en ese lugar en el que no quiere estar.
Eso es concientizar sobre la dislexia. No es un capricho, no es una enfermedad, no es un drama emocional. Es una forma única y personal de aprender y de entender el mundo. También es tomar un posicionamiento ante el dolor de otro que la está pasando mal. Pensar en la dislexia es también pedir ayuda a los profesionales cercanos, y luchar para que esta comunidad sea inclusiva y se convierta en un lugar donde cada uno pueda ser de la mejor manera que pueda ser. Este es el desafío.
Jorge Viublioment (Psicopedagogo)

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