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sábado, abril 20, 2024

Evocación: el barrio aquel, cerca del parque

[19 de agosto de 2011]

* Por el Doctor Roberto Rossi (Desde Buenos Aires)

E-mail: [email protected]

Hace poco, estando de paseo en el 9, me di una vuelta por mi viejo barrio ahí cerquita del parque. Por supuesto que cambió mucho. Caras nuevas, pero está hermoso, muy urbanizado y más poblado. Nada que ver como cuando llegamos del campo en 1952. Barrio de poca gente, laboriosa, honrada y amigable. Calma de orilla en derredor, no exento, por supuesto, de pasiones humanas. Alejado en cierta manera del asfalto, se convertía en barrial encharcado cuando llovía y pesado arenal cuando la lluvia escaseaba. Olor a yuyo, perfume de hinojo que bordeaba los caminitos estrechos con pretensión de vereda; aroma de los eucaliptos centenarios del parque, a la madera recién cortada en el aserradero de Albano y a los frutos del corredor de guayabos en la entrada a la quinta de Florentino Valenzuela. Carros, chatas, sulkys, “jardineras”, paisanos aún “de a caballo”. Noches puras, clarísimas, silenciosas; esplendor refulgente en las mañanas de estío. Casi un retazo del campo cercano, que empezaba ahí nomás, pasando la chacra de Rivolta. Los pibes de alpargatas bigotudas y sucios de tierra, podíamos retozar a gusto, sin peligro alguno, incluso de noche, en que seguíamos dándole a la pelota de trapo bajo la mortecina luz del foco esquinero. Recuerdo los viejos colectivos del “Expreso Bragado”, que unían 9 de Julio con aquélla ciudad a través del “camino real”, por tierra, pues estaba en construcción la Ruta Nº 5. Hacía su primera parada Mitre y Uruguay. Luego se detenía en la terminal antigua, que se encontraba frente a Plaza Belgrano, contigua a la armería Benedetti. Se escuchaba nítido el estridente silbato de la locomotora de trocha angosta que jadeaba, maniobrando en el empinado terraplén flanqueado de cañas. Apenas estaba terminado el llamado “Barrio Obrero”, entre Río Uruguay, San Luis, Tucumán y Granada;  la “Usina Vieja” (Eléctrica Popular) llegaba al fin de su ciclo de servicios e iba dejando paso a los sistemas más modernos. Sobrevive –mudo testigo de los años – el tanque primitivo, cuya estructura – rodeada de ligustros y leyendas de aparecidos (“el chancho”, “La viuda” )- se divisaba nítido desde la Sayavedra, viniendo de Dennhey. Pastaban en el parque varias llamas y algún guanaco – rumiante de certero escupitajo – que en noche cerrada jaboneaban con su aparición repentina y fantasmagórica a algún distraído que circulaba por el de por sí oscuro veredón  de Cosentino.

Epoca de los almacenes pioneros que fiaban con libreta y daban “la yapa”: el de Cattaini (Mitre y Uruguay),  doña Felipa Balani (más tarde de Luis Troiano), Máximo y Margarita Rodríguez (luego Hugo), doña Lola (La Rioja y Río Uruguay). Nucleaba a los muchachos futboleros de la barriada el club “Villa del Parque” (esq. suroeste de La Rioja y Edison), más lejos el “Once Estrellas” con el “chino” Manggioni bajo los palos; el “Boxing Club”, donde “tiraban guantes” Mignes y los Moreno (Cnel. González a metros de La Rioja, lindero con la casa de Nilda Turchet).- El verdulero Espina pasaba casi diariamente “pata y pata” empujando su carretilla cargada con frutas y verduras para vender. Nos asomábamos al abismal zanjón de desagüe que se abría en Granada, paralelo al Estadio hacia Mitre, previo paso frente a la vivienda de los hermanos Cufré y del querido Cacho Laxagueborde, deportista múltiple y amigo cabal, al lado. Las instalaciones del viejo Club Atlético a cargo del señor Vega (después Carranza padre), el rancho de “Aparato”, solito allá, en una punta. Románticas serenatas y sabor tanguero en la cálida voz del muy joven “Pirulo” Distéfano. Tengo presente a la bondadosa familia Lescano (doña María, Lala, Negrita, Papaco y su esposa, en Río Uruguay, frente a Albano); a la familia Brienzo, en la misma cuadra; los amigos Poratti, Nelson y “Chichita” Torchio, doña Germana, Dorino Fachina y sus secuaces, el “crooner” Lito Sist, Juancito Ieno, Rosita, “Yiya”, Aída, Raúl, Tota, Yoly, Elio Lavazzé, Alippio Fernández, “bolita” Garbini, la familia D’ Elía, los hermanos Villalba, “Pepe Porras”, doña Rosalía y Francisco Cardone con su bochinchero cuzquito “Pilín”, la prole de los Marino, la solidaria Inés Marigo, que se llevó mi agradecimiento eterno, don Boufflet,  viejecito bondadoso que nos pedía a Cacho y a mi por favor “no hacer ruido”con el bandoneón ni cantar ( aullar o sea) “como un perro” en horas de la siesta. También algunos personajes muy particulares, como “La Vinchuca”, “Achurita”, “La Pantera” y “Retobo”.- Tiempos en que la radio era un lujo pues no había televisión.- Se irradiaban las novelas de Héctor Bates y de Atilano Ortega Sanz, casi siempre con temática campera. Personajes que nos mantenían en vilo con sus historias, muchas de ellas identificadas plenamente con la forma de ser de su numerosa audiencia. Así “El León de Francia, haciendo justicia en el París del siglo XVII con su “estocada de Nevers”, el gaucho “Pastor Luna”, trabado en lucha contra la prepotencia y el atropello de los poderosos; Santos Vega “el payador, aquél de la larga fama”,  muerto en épica payada con el mismísimo  Diablo; el drama de “Juan Moreira”, asesinado a traición; las andanzas de  “Pichirica” y “Caticho”, las aventuras de “Tarzán, Rey de la Selva”, con César Llanos, Mabel Landó y Oscar Robito; “¡Qué Pareja !” ¡Rinsoberbia!”, con Blanquita Santos, Héctor Masselli y Osvaldo Canónico, auspiciada por jabón “Rinso” ; luego el ¡“Glostora Tango Club, cita de la juventud triunfadora”!, siempre por LR1 Radio El Mundo y su Cadena Azul y Blanca de Emisoras Argentinas, con orquestas típicas en vivo.- A continuación se emitía el legendario programa “Los Pérez García”, con Sara Prósperi, Martín Zabalúa, Jorge Norton,  Nina Nino y gran elenco. Epoca de oro de la radiofonía argentina.-  Tal era, poco mas o menos, el sencillo vivir y sentir de la gente en ese humilde rincón de antaño, al cual arribamos un buen día, cargados de bártulos chacareros y nuevas expectativas.

Ensimismado en un montón de recuerdos, me dirigí hacia donde estaba mi casa, cuyos dueños actuales, gentilmente, me invitaron a visitar. La han reformado y adaptado a las propias necesidades con muy buen gusto. Eso me conformó bastante.  En lugar del patio de tierra emponchado de parra donde mateábamos con los muchachos al requiebre de algún tango compadrón, hay un moderno garaje. Recorrí con emoción los rincones queridos, que habían sido tan míos, porque incluso yo vi cómo construían la vivienda desde los cimientos, ladrillo a ladrillo. Me llegaba el eco de innumerables voces y murmullos familiares que quedaron como  encerrados para siempre en esas paredes y que sólo yo podía percibir. Resonaban en la cocina, en el espacioso living, en los cuartos. Risas, llantos, alegrías, pesadumbre, dolor. El semblante sombrío y preocupado de mi padre cuando salió de esta casa por última vez para atender su salud, presintiendo, tal vez, que no volvería. Paseó un momento su mirada triste por la ventana de cocina hacia el patio, como si se despidiera y me dijo, resuelto, -“vamos”.- Años después, también mi madre, muy enferma, se iba para siempre de allí. Un vago rumor de pasos en los pasillos me acompañaba. Pasos que yo reconocía, porque de alguna forma, los he tenido desde siempre identificados en mi espíritu.  El dormitorio que fue de mis padres, con su piso de parquet original, me vio asomar fugazmente con emocionada curiosidad; mi pieza de soltero, refugio final de parranda y transnoche, me dedicaba al pasar un guiño cómplice, como ratificando que seguía “haciéndome la gamba”, como en los mejores tiempos. La habitación del fondo, que baña la hermosa luz que derrama el atardecer y estaba destinada a la práctica bandoneonística, está también cambiada; el patio de tierra donde tanto jugué de pibe; el rincón donde sepultamos aquél perrito que se murió cachorro y por el que lloré mucho, el galponcito que hacía de lavadero y guarda de las bicicletas, el sector del gallinero a un costado. Salgo a la vereda donde atábamos el sulky cuando veníamos del campo. Los tilos de la vereda – plantados más tarde por mi padre – me miraron indiferentes alejarme de lo que fue mi hogar, quizá, ahora si, por última vez.- Algún que otro viejo vecino me mira con curiosidad  como si le recordara a alguien. Pero yo ya doblé la esquina.-

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