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Nueve de Julio
jueves, abril 25, 2024

Julio Guerriere

Mientras pienso en el penúltimo cigarrillo que a Julito Guerriere le quedara por fumar, rescato nuestro pastoreo de sueños en una pensión de La Plata a comienzos de los años sesenta.
Eran tiempos de pantalones Oxford como los que calza en la portada del libro que me dedicara durante uno de los homenajes que mereciera.
Por aquellos días en la Plata, compartíamos un fervor por el tango sin perjuicio de no estar ajenos a los nuevos vientos culturales, y la búsqueda de una razón de ser, que él, más temprano que tarde, halló en que todo cuanto esperaba de la vida estaba acá, y volvió para ser una suerte de Evaristo Carriego al rescate de hechos y gentes que son, nada menos, el color local de 9 de Julio.
En lo personal, sus versos me transportan -quizás caprichosamente- al lado oeste de la avenida Vedia, a sus calles paralelas, en especial, en sus días sin asfalto, con veredas altas y frentes de casas con portones y zaguanes sin cancel.
Si hoy día las recorro, hallo que sobrevive el frente de una vivienda cara a mi niñez, así como en una esquina pervive la fachada de lo que fuera el almacén y despacho de bebidas de Martino, o elevándose, desde el fondo de una antigua casa, la metálica margarita de un molino de viento mientras respiro un aroma peculiar, dado quizás, por la brisa y el polvo que viene desde la parte aún agreste del sur de la ciudad, y se me hace que algunas gastadas baldosas de sus veredas son las que Julio rescató en un poema que él cierra con un verso que dice “en el último umbral”.
Me sorprende, al releer este escrito, el conjeturar por vez primera que el polvo y la fragancia de un pedazo de 9 de Julio así evocado proviene del sur.
¿Será acaso porque, si nada es casual, sea ese el punto cardinal de los versos de Julio en su andar de sombra y luz aprendiendo a morir cantando?

 

por Carlos Crosa

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