Por Héctor José Iaconis.
En septiembre de 1905 la ciudad de 9 de Julio inauguró oficialmente su servicio de aguas corrientes, un acontecimiento celebrado como un hito de progreso material y sanitario. Sin embargo, apenas dos meses después, el periódico “El Porvenir” publicó un extenso artículo firmado por el ingeniero civil Héctor Sibilla (1), titulado “Análisis químico de las aguas corrientes del Nueve de Julio. Deducciones y reflexiones al respecto”. El texto analizaba una muestra de agua tomada directamente de la red domiciliaria, en la propia vivienda del autor, y sometida a examen químico por el especialista M. Puiggari.
El informe concluía que el agua debía considerarse “sospechosa”(2), calificación que, en el marco del pensamiento higienista de comienzos del siglo XX, no era en absoluto tranquilizadora. Lejos de certificar la plena aptitud del nuevo servicio, el artículo introducía una advertencia temprana, fundada tanto en datos químicos como en reflexiones personales del propio Sibilla.
Cabe recordar que, a la sazón, la cuestión del agua potable ocupaba un lugar central en las políticas sanitarias argentinas. La experiencia de epidemias previas y la expansión urbana acelerada habían consolidado un discurso higienista que vinculaba estrechamente la infraestructura, el medio ambiente y la salud pública. En este contexto, la inauguración del servicio de aguas corrientes en 9 de Julio representaba una aspiración que, al mismo tiempo, parecía abrir un período de prueba e incertidumbre.
EL ARTÍCULO
Sibilla presenta su texto como el cumplimiento de una promesa hecha a los lectores. Desde el inicio, deja en claro que la publicación del análisis responde a una expectativa colectiva y no a una curiosidad puramente técnica.
En efecto, escribe que “lo prometido debe cumplirse”, aludiendo al compromiso de dar a conocer los resultados del análisis químico. Esta frase inicial, aparentemente trivial, revela sin embargo la existencia de una expectativa social: los lectores aguardaban una evaluación del nuevo servicio, quizá con una mezcla de esperanza y desconfianza.
El artículo adopta una forma híbrida. Por un lado, reproduce el informe técnico de Puiggari, fechado en Buenos Aires, el 3 de noviembre de 1905; por otro, incorpora extensos comentarios, reflexiones y citas de autores europeos, que amplían el marco interpretativo. No se trata, por tanto, de una mera transcripción, sino de una elaboración discursiva más ambiciosa.
Conviene subrayarlo, la publicación en la primera página del periódico confiere al texto un estatuto de relevancia pública. “El Porvenir”, opositor tajante a la gestión municipal imperante, no actúa aquí como un simple transmisor de información, sino como un espacio de mediación entre la ciencia especializada y la comunidad local.

LA MUESTRA ANALIZADA Y LA IMPLICACIÓN PERSONAL DEL AUTOR
Uno de los datos más significativos del artículo, que merece particular atención, es el origen de la muestra analizada. El agua fue tomada de la red de aguas corrientes, en el domicilio del propio Sibilla. Este detalle, consignado sin énfasis retórico, tiene implicancias profundas.
En primer lugar, se trata del agua que efectivamente comenzaba a circular por la ciudad, la misma que bebían, o beberían, los vecinos conectados al nuevo servicio. Por otro parte, introduce una dimensión personal y ética: el autor del artículo no analiza un objeto distante, sino el agua que él mismo consume.
A decir verdad, este gesto confiere al texto una densidad particular. Sibilla escribe como ingeniero, como ciudadano y como usuario del servicio. Esa triple posición explica, en parte, el tono deliberadamente prudente del artículo: ni triunfalista ni alarmista, sino atento a los matices.
El núcleo técnico del artículo es el informe de Puiggari, que detalla las características físicas y químicas del agua examinada. Se enumeran, con notable sistematicidad, parámetros como color, olor, sabor, reacción, dureza total y composición en residuos fijos.
En una primera lectura, varios de estos datos podrían parecer tranquilizadores. El agua es límpida, inodora, de sabor agradable. Sin embargo, el análisis no se agota en estas impresiones sensoriales. Puiggari presta especial atención a la presencia de amoníaco, así como a otros compuestos nitrogenados, cuya existencia en agua potable se asociaba con procesos de contaminación orgánica.
El dictamen final es inequívoco en su formulación: “el agua examinada es sospechosa”. Esta calificación no implica necesariamente que el agua sea inmediatamente nociva, pero no puede considerarse plenamente segura sin reservas.
Podemos decir que, para los vecinos de 9 de Julio, 120 años atrás, leer la categoría de “agua sospechosa”, lejos de ser ambigua, implicaba la necesidad de vigilancia.

“AGUA SOSPECHOSA”: SIGNIFICADO Y ALCANCE DEL TÉRMINO
Conviene detenerse en el significado histórico del adjetivo “sospechosa”. En el lenguaje técnico de comienzos del siglo XX, no se trata de una expresión vaga. Designa una categoría intermedia, situada entre el agua considerada apta y aquella declarada francamente insalubre.
Una “agua sospechosa” sería, por definición, un agua que exige vigilancia constante, observación periódica y, eventualmente, intervención correctiva. En este sentido, el informe de Puiggari no legitima sin más el nuevo servicio, sino que lo somete a una evaluación crítica temprana.
Sibilla refuerza esta lectura al señalar que la presencia de amoníaco sugiere un principio de contaminación, probablemente relacionado con el entorno inmediato del sistema de captación. Aquí el artículo introduce un elemento contextual decisivo.
LAS OPINIONES DE SIBILLA: CITAS Y ANÁLISIS
El ingeniero Sibilla no se limita a reproducir el dictamen técnico, sino que introduce juicios personales de notable claridad y recurre a citas de autores reconocidos de su tiempo. Así, en un pasaje de su artículo afirma -citando a un especialista en la temática- que “en la elección de las aguas potables, cuando no podemos tener agua absolutamente pura, debemos preferir aquella que contenga la menor cantidad de materias salinas”(3). Esta afirmación establece un criterio normativo que va más allá del informe químico.
Más aún, el autor explicita su propia elección personal, siguiendo la misma cita de autoridad: “El límite máximo, si debemos estar de acuerdo con los autores, es de quinientos miligramos por litro; yo sin embargo elegiría un agua que no alcanzase a este límite y no sería sino en la última necesidad que me adaptaría a beber de aquella agua”(4).
Al comparar los valores obtenidos con los límites aceptables, Sibilla concluye con severidad que, luego de los resultados obtenidos, “vemos que aquel lo sobrepasa de más del doble; así pues debemos deducir que esa agua, aparte del principio de infección ya mencionada, tampoco es recomendable ni mucho menos, para los usos domésticos”(5).
La prudencia del autor se expresa con particular claridad cuando vincula el análisis con la reciente inauguración del servicio.
“Ahora –dice Sibilla- estamos recién al principio del servicio de las aguas corrientes y puede suceder que esa infección tienda a disminuir, como a aumentar; esas aguas pues deben ser tenidas constantemente en observación por medio del análisis”(6). Esta frase sintetiza el núcleo del artículo: modernización no equivale automáticamente a seguridad sanitaria.
EL ENTORNO AMBIENTAL
Según Sibilla, en las inmediaciones del pozo de la usina de aguas corrientes existía una laguna que, durante más de treinta años, había servido como depósito de basuras. Este dato, presentado casi como una observación lateral, resulta fundamental para comprender el diagnóstico. Existen, desde luego, registros fotográficos de la presencia de esta laguna, incluso algunos años después de publicado el artículo que nos ocupa.
La modernización técnica, la instalación de cañerías, bombas y redes, no borraba automáticamente las huellas del pasado. Los residuos acumulados, las prácticas previas, los usos del suelo, siguen influyendo en la calidad del agua. En este punto, el artículo anticipa, de manera casi intuitiva, preocupaciones que hoy identificaríamos con la historia ambiental.
Así las cosas, el agua sospechosa no es sólo un problema químico, sino también histórico. Es el resultado de una superposición de tiempos: el pasado de prácticas poco reguladas y el presente de 1905, con una infraestructura recién inaugurada.


CIENCIA EXPLICADA
Como hemos demostrado más arriba, uno de los rasgos más interesantes del texto es su intencionalidad explicativa. El ingeniero Sibilla dedica varios párrafos a traducir, para el lector no especializado, conceptos como la ósmosis y el comportamiento de los líquidos con distinta concentración salina en contacto con membranas absorbentes.
Estas explicaciones, apoyadas en citas precisas de autores europeos, cumplen una función pedagógica evidente. No obstante, también revelan una concepción particular del público lector: un lector al que se considera capaz de seguir razonamientos complejos, siempre que se le presenten con claridad.
De este modo, el artículo no sólo informa, sino que educa. Introduce al lector nuevejuliense en el lenguaje y los criterios de la ciencia higienista contemporánea.
Más allá de las cifras y los cuadros analíticos, Sibilla recurre al cuerpo humano como criterio último de verdad. El agua con exceso de sales, afirma, produce sensación de peso en el estómago, no se absorbe adecuadamente y puede generar efectos purgantes.
Este pasaje, que podría parecer anecdótico, cumple una función sustancial: vincula el saber abstracto con la experiencia concreta, donde los efectos del agua no se miden sólo en el laboratorio, sino también en la vida cotidiana.
LA APERTURA DE UNA LARGA POLEMICA
El artículo de noviembre de 1905 constituye un documento de gran valor para la historia de 9 de Julio pues, en cierto modo, parece abrir una larga polémica acerca de la calidad del agua de red en 9 de Julio.
Leído hoy, más de un siglo después, el texto sorprende por su prudencia y por su honestidad intelectual. Lejos de celebrar acríticamente la inauguración del servicio, Sibilla introduce la duda, la sospecha fundada, la necesidad de vigilancia. En ello reside, quizá, su mayor valor.
El agua corriente, símbolo de progreso, aparece aquí tempranamente como un objeto problemático, atravesado por la historia del lugar y por las prácticas sociales que lo rodean. En definitiva, este artículo nos recuerda que la modernidad, muchas veces, llegaba a las comunidades con turbulencias, conflictos y también armonías.
NOTAS
(1) De nacionalidad italiana, Héctor Sibilla, se vinculó a la sociedad de 9 de Julio en forma temprana, pues era sobrino del agrimensor Miguel Vaschetti (autor de la traza del pueblo), hijo de un hermano de la esposa de este (Vicenta Sibilla de Vaschetti).
Héctor Sibilla, quien poseyó un establecimiento agropecuario en el Cuartel III del Partido de 9 de Julio, fue socio fundador de la Sociedad Italiana de 9 de Julio, en 1880. Más aún, prestó colaboración en diferentes instituciones de ayuda mutua, como la Sociedad Caritativa Cosmopolita de la que fue uno de sus principales referentes.
En enero de 1882, propició el traslado de la Escuela Nº 3 a su estancia con la finalidad de evitar su cierre, asegurar su sostenimiento y fomentar que los niños de los parajes aledaños puedan concurrir a clases.
En 1892 se lo contó entre los fundadores del Comité de la Unión Cívica Radical y durante varios años se desempeñó ad-honorem como consultor y responsable del área de Obras Públicas de la Municipalidad. En ese puesto le cupo confeccionar los planos de las obras de construcción del salón de recepciones de la Casa Municipal (después denominado Salón Blanco) y de la Casa Parroquial. Fue asesor durante la construcción del Teatro Rossini, tarea que le demandó no pocos desvelos.
Sibilla, en 1898, presidió el Sub Comité de la Legión Italo Argentina, conformada ante la posibilidad de un inminente conflicto armado entre Chile y Argentina.
(2) “El Porvenir”, año XI, nº 1158, 12 de noviembre de 1905, pág. 1.
(3) Ibidem. El autor cita textualmente al químico italiano Ascanio Sobrero (1812-1888).
(4) Ibidem.
(5) “El Porvenir”, cit.
(6) Ibidem.


