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Nueve de Julio
jueves, marzo 28, 2024

Soliloquios de un memorioso

 

[30 de junio de 2011] Esta columna contendrá una serie de artículos que se publicarán en forma no regular y que se referirán a aconteceres y descripciones de distintas épocas de 9 de Julio. Pretenden refrescar la memoria de muchos o hacer conocer aquellas realidades a las nuevas generaciones. Espero que sean del interés de unos y de otros.

 

BAZARES Y LIBRERÍAS

Entre los negocios que cubrían estos rubros había variedades y con distintas características. El Siglo en la Avenida Mitre, propiedad de don José Gaig y luego administrado por descendientes y asociados era un emporio de alto nivel. En la misma calle y frente a la Plaza General Belgrano estaba el bazar Florida de los hermanos Llorente y. sobre la Avenida Vedia estaba el Bazar Colón de don Julián Nogales. Había otros menores y algunos de alcance barrial pero los citados y otro al que me referiré más adelante concentraban la mayor oferta sobre estas materias.

Algunos tenían atrayentes vidrieras y por momentos con alguna espectacularidad como la de El Siglo para las fiestas o para Reyes con trenes móviles u otras maravillas que eran una gran novedad para la época al punto que el público se agolpaba para verlas, especialmente los chicos.

Cada negocio tenía su clientela aunque rotaran y se debía a las distintas capacidades, a la personalidad de sus dueños y empleados o a esas relaciones personales propias de una ciudad como era la nuestra en esa época.

Más acá en el tiempo se estableció el bazar Aconcagua de Mingo Giannosi en la calle Libertad, el que irrumpió con gran éxito en el escenario comercial.

En la tendencia a marcar singularidades me reservé hasta ahora una mención especial para el bazar El Inca, ubicado entonces en Mitre entre Córdoba y Libertad. Cuesta explicar lo que era y no es fácil transmitir a los tiempos de hoy sus verdaderos y especiales caracteres.

Mezcla de lugar de encuentros, de club juvenil, de tertulia de amigos o de lo que fuera «El Inca» seguramente se mantiene en el recuerdo de muchos como una página de feliz bohemia, como el sitio donde podíamos leer las revistas sin limitaciones, atendernos por nuestra cuenta y hasta hacernos la factura de cuenta corriente como recuerdo haberlo hecho alguna vez.

Allí reinaba un clima de cordialidad, de buen humor y de simpatía que comenzaba por el especial carácter de su dueño, Héctor Vázquez. Principal promotor de ese estado de cosas, saludando a cada uno, bromeando a todos e irradiando esa simpatía que lo convertía en una atracción generalizada y especialmente para los jóvenes.

En tiempos en los que los primeros romances juveniles no se hacían públicos con facilidad este lugar también servía para encuentros furtivos en los que se deslizaban las primeras charlas amorosas o se intercambiaban los saludos y miradas de iguales intenciones.

Todo era posible en «El Inca» como lo llamábamos con un sentido de unánime familiaridad y este clima también lo posibilitaban quienes animados por el espíritu de su dueño atendían a la numerosa concurrencia. Me refiero a los hermanos Secreto y a Antonio Saizar verdaderos amigos de todos.

El negocio se amplía y se traslada a un mejor local frente a la Plaza General Belgrano y he aquí la particularidad del fenómeno ya que todos nos trasladamos al nuevo lugar instalado, para mejor, en el corazón de la «vuelta del perro». Nos encontrábamos allí y ocupábamos toda su vidriera viendo pasar a los y a las «paseantes».

Tengo un recuerdo muy particular que puedo sumar y que fuera fruto de la casualidad. Un atardecer, casi noche ya, fui al bazar en busca de algo que seguramente necesitaría para el colegio y por suerte me encuentro con que todavía estaba abierto. No había nadie pero escuchaba que adentro había unas cinco o seis personas que hablaban con especial énfasis. Apareció José Secreto, me atendió y en respuesta a mi curiosidad me dijo que estaban tratando de enlazar por primera vez la señal de televisión mediante una alta antena que movían en distintas direcciones, que fue lo que pude ver al hacerme pasar al interior.

Nos emocionamos todos cuando se alcanzó a ver lo que en esa época era el único canal y que, aunque en tono borroso, marcaba todo un éxito. Fue suficiente para que rápidamente me fuera a mi casa y lo contara con gran admiración.

Estaban allí los empleados que ya nombré, Héctor Vázquez y Ernesto Testa como técnico en la materia, grupo privilegiado al que me permitieron sumarme en lo que para mi era un acontecimiento histórico.

En días posteriores se montó un escenario en la vidriera y era enorme la cantidad de gente que asistía aunque sea para ver algo de esa maravilla por primera vez.

El acontecimiento mayor fue cuando a los pocos días y con una concurrencia numerosísima pudieron transmitirse los partidos de la selección nacional, primero contra Inglaterra y luego contra España en los que la Argentina salió triunfante gracias a la magia del entonces notable Ernesto Grillo.

No es en mengua de los demás negocios que hago esta singularización de El Inca a pesar de no saber si logro transmitir lo que realmente fue para quienes éramos los jóvenes de entonces. Digo esto porque fue una cosa muy especial y estoy seguro que estaré removiendo gratos recuerdos en el corazón de muchos.

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