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Nueve de Julio
viernes, abril 19, 2024

María y Miguel Saralegui. Filantropía y un legado de bien

índicePor Héctor José Iaconis.

* María S. de Saralegui arribó a las playas argentinas en plena juventud, forjando -junto a su esposo- con tesonero trabajo, un hogar y una posición provechosa.
* Fue una generosa benefactora de varias instituciones sociales y religiosas de Nueve de Julio.
* Gracias a su contribución se hizo posible la construcción del antiguo Asilo de Nuestra Señora de Luján.
* Sus hijos, desde las funciones públicas, impulsaron obras progresistas para la sociedad nuevejuliense.

Miguel Saralegui, en la función pública ocupó la mayoría de los cargos que puede desempeñar alguien en una carrera política comunal: consejo escolar, concejal municipal e intendente.
* Dueño de un importante poder adquisitivo, heredado de sus padres, siguiendo el ejemplo de éstos no dejó de prestar su colaboración a las instituciones benéficas.
* A pesar de morir aún joven, había logrado ganarse la estimación de sus contemporáneos.
* No solamente la comunidad de 9 de Julio, sino también la de Dudignac, le contaron entre los más tenaces impulsores de su progreso.

El protagonismo de la mujer en la Historia de 9 de Julio, es otra de las temáticas aún no abordadas profusamente. Salvo algunos artículos breves, publicados en la prensa, o compilados en alguna edición especial, no se han redactados estudios más profundos, por así llamarlo, en torno a ese particular.
Ya en las primeras horas de la fundación de la comandancia militar, cuando arribaban las tropas del coronel de Vedia,  se denotaba el arduo trabajo de aquellas primeras pobladoras. Aunque muchos de sus nombres, en las fuentes, no  se hubieren registrado, su aporte a la génesis de esta sociedad, es por demás significativo.
Las manifestaciones solidarias, el ejercicio de la caridad para con los más necesitados, y la búsqueda incesante por atemperar el malestar de sus semejantes, han poseído a la mujer como principal factor de gestión. Sea a través de las sociedades de socorros mutuos o de alguna institución de beneficencia, en el siglo XIX; como, más tarde, entre otras muchas agrupaciones, desde la Cruz Roja, la  Sociedad Protectora de los Pobres, las congregaciones y cofradías parroquiales, las Iglesias Protestantes, la Sociedad Israelita, la comisión del Hogar Municipal de Ancianos, y el Asilo de Nuestra Señora de Luján.
En esa última institución, ya extinguida, brilló la luz sabia y oportuna de María Satostegui de Sara- legui, una benefactora, a quien hoy traemos a nuestras páginas, como homenaje a todas aquellas damas venerables que tanto bregaron por el bienestar en nuestro partido.
Yaben, era una de las catorce entidades de población que integraban el municipio de Basaburúa Mayor, en el partido judicial de Pamplona, provincia de Navarra. Distante 5,5 kilómetros de su cabecera, a principios del siglo XX, contaba con escasos 17 edificios; y una población que superaba, poco menos, los 100 habitantes.
En ese lugar nació, quien nos ocupa, a las 10:30 horas, del 16 de noviembre de 1851, hija de Manuel Satostegui y de Juana Micaela Ilarregui. Un día después, fue bautizada en la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora, oficiando como madrina, su abuela materna, Juana M. Ilarregui.
Al parecer, los años de su infancia, y los primeros de su juventud debieron transcurrir en aquella aldea. Recién el 20 de setiembre de 1875, el regidor de Yaben le otorgaba una cédula de pase para emigrar a América, en compañía de sus dos hermanos. Al concluir ese documento, agregaba que «la expresada Getrudis [sic] a observado en esta conducta irreprensible por todos conceptos»… Poco después, arribaba al puerto de Buenos Aires, a bordo del vapor «Vasconia».

EN ARGENTINA. SU MATRIMONIO
A breve de su arribo, contrajo matrimonio con Martín Miguel Saralegui y Azpiróz (1840-1926), un inmigrante, también español, llegado al país en 1861, que -afincado en Chivilcoy- se dedicaba a actividades comerciales y al cuidado de animales. Fruto de ese matrimonio nacieron Julia, Juana, Miguel, Pedro, Domingo y Gabriel.
A principios de siglo, junto a su esposo y uno de sus hermanos,  poseían importantes extensiones de tierra, en el partido de 9 de Julio, logradas después del incesante trabajo. En 1901 ya habían fundado los establecimientos «San Miguel» y «La Carmelita». El primero, según una publicación de la época, en 1907, poseía 2700 hectáreas, figuraba a nombre de J. M. Satostegui, y se lo contaba entre las estancias más importantes del partido.

LOS SARALEGUI
Según el autor Luis Michelena, en su famoso libro «Apellidos Vascos», que es el más seguido por los estudiosos, el apellido Saralegui significa: «sitio de sauces». A mediados del siglo XV, Sancho de Zizartegui, dueño y señor de la Casa homónima de Amézqueta, conoce y contrae matrimonio con María Ansosagasti de Saralegui, dueña y señora de la Casa de Saralegui (Saraleguinea), de Gainza. De esta unión nacen Juanes (4-1-1508), y Junot de Zizartegui Saralegui (14-10-1509), siendo el primogénito heredero de la Casa de Saralegui de Suso (de Arriba) y el segundo dueño de la Casa de Saralegui de Yuso (de Abajo). Ambos herederos contraen nupcias con María y Magdalena de Saralegui Urreaga respectivamente (dos hermanos con dos hermanas). En la tercera generación «ya por la influencia de la amá (la madre), ya por el nombre del caserío, el apellido materno Saralegui desplaza al de Zizartegui (situación bastante común entre los vascos de la época). De ambas casas de Gainza, al parecer, son los descendientes la casi totalidad de los Saralegui que emigraron a la Argentina, a Cuba y al Uruguay.

LA FILANTROPÍA
María Satostegui de Saralegui, estuvo ligada a las principales acciones solidarias, a poco de su definitiva radicación en una de sus estancias, en la localidad de Dudignac. Tanto en la Sociedad Protectora de los Pobres, como en la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, se la contó entre las más significativas benefactoras. De hecho, uno de los redactores del periódico «El Pueblo», supo describirla como un «alma virtuosa, corazón de oro y bondad infinita, espíritu ejemplar, que fue toda su vida un viviente testimonio de caridad para sus semejantes, para los que sufriendo los asperezas del camino llegaron hasta ella en demanda de ese óbolo que nunca llegaba tarde; que fue tal como se lo imponía su generosidad infinita».

EL ASILO DE HUÉRFANAS
Desde dilatado tiempo se hacía sentir la necesidad, en la sociedad de 9 de Julio, de la instalación de un asilo para huérfanas. En enero de 1920, Cayetano de Briganti, a la sazón defensor de Menores, se refería a ello extensamente, a la vez que informaba acerca de la esbozada «expropiación del Hospital Español, actualmente transformado en local de fiestas y de recreo y al cual [se] destinará á ser Asilo de Menores, pues consta de un buen edificio y de un amplio terreno».
En realidad debieron transcurrir poco menos de un lustro, hasta el 6 de enero de 1924, en que era inaugurado el Asilo Taller y Escuela Profesional de Mujeres «Nuestra Señora de Luján», obra de la Liga Argentina de Damas Católicas. La bendición era realizada por monseñor Santiago Luis Copelo, obispo titular de Aulón y auxiliar de La Plata; con la presencia de monseñor Leandro N. Astelarra, más tarde obispo de Bahía Blanca, de monseñor Dionisio R. Napal y del presbítero Domingo Guida.
No habría sido necesaria una expropiación. La Liga de Damas Católicas, fundada en la parroquia de 9 de Julio tres años antes, había adquirido aquel local, a la Sociedad Española de Socorros Mutuos.
Una de las integrantes de esa institución fue Juana Saralegui de Mujica, quien -con la asesoría del padre Guida y la comisión de damas- hubo impulsado la  materialización de ese, cuando aún era proyecto. María Satostegui de Saralegui, adhiriendo a la voluntad de su hija, efectuó las donaciones más significativas. Desde entónces, se constituyó en uno de los «puntales más valiosos del Asilo de Nuestra Señora de Luján».

SU FALLECIMIENTO
María Satostegui de Saralegui, falleció hacia la tarde del martes 13 de enero de 1931. Sus restos, después de ser amortajados en un ataúd artnoveau, fueron velados en una capilla ardiente, presidida por un lujoso retablo, con candelabros grandes y ocho jarrones. Luego, después del responso, fueron conducidos a la necrópolis en una carroza, tirada por seis caballos, y guiada por palafreneros.
«El Pueblo», relató las exequias, del modo siguiente:
«En el atardecer del miércoles pasado, el pueblo de 9 de Julio vistió sus galas de rigurosos solemnidad, el procesionario desfile de almas, con suntuosos ramos de flores decía en su evidencia que había desaparecido una queridísima matrona; por eso el sepelio fue imponente, por eso la carroza fúnebre daba la impresión de un acontecimiento fuera de lo habitual, por eso el Templo Santo Domingo en el incesante doblar de campanas, llamaba a sus fieles, que llenaron sus naves, mientras el alumnado del Asilo «Nuestra Señora de Luján», hacía guardia de honor…».
«Así con todos los honores, tal como lo merecía María Satostegui de Saralegui, fue depositado su ataúd en el panteón de la familia, seguido por un numeroso cortejo, que testimonió a su manera el res quiat in pace [sic] por el tema de la caída y sus condolencias por hijos y deudos».
Después de más de siete décadas de su deceso, y aunque hoy sólo existan los muros del desaparecido asilo, el recuerdo y los frutos de tan filantrópica dama, permanece vivo en nuestra historia.

SU HIJO MIGUEL, UN HOMBRE DE BIEN
“Cayó, sí, sobre su escudo
“Cansado, más no vencido;
“Como el gladiador herido
“Después del combate rudo;
“Y la muerte que no pudo;
“Despojarle de su palma,
“Lo fue envolviendo en la calma
“De su tenebroso imperio,
“Para llevarse al misterio
“Todo el tesoro de su alma”.
Esas décimas, tomadas de un conocido poeta, fueron usadas por Eduardo Fauzón en el discurso que pronunció el domingo 21 de julio de 1935, cuando eran inhumados los restos de Miguel Saralegui, un hombre que se había distinguido, tanto en los ámbitos de la vida privada como pública, por la corrección con que había distinguido su proceder.
Si bien la distancia temporal nos separa extraordinariamente de su contexto vital, y difícilmente pueda alguien recordar vivamente su complexión, cabe aún citarle como un ejemplo en la acción política que se orienta de manera legítima hacia la búsqueda del bien común.
Nacido en la ciudad bonaerense de Chivilcoy, el 27 de mayo de 1883, era hijo de Martín Miguel Saralegui y María Gertrudis Satostegui. Su padre, español, había arribado al país hacía más  dos décadas, y ya había realizado las más variadas tareas, desde peón hasta comerciante.
Miguel Saralegui realizó sus estudios en la ciudad de Buenos Aires, aunque jamás se desentendió de las tareas rurales. A comienzos del siglo, su padre junto a uno de sus tíos maternos poseía importantes extensiones de tierra en el partido de 9 de Julio, los establecimientos «San Miguel» y «La Carmelita».
En la estancia “San Miguel” fue donde realizó las primeras armas en la regencia del establecimiento, dotado de unas 6.000 hectáreas. Esta función le permitió asociarse, poco después, a la Sociedad Rural de 9 de Julio.
Una de las cualidades, sin dudas heredada de sus padre, fue la predisposición para prestar su colaboración a las instituciones de beneficencia. Fue el Asilo de Huérfanas “Nuestra Señora de Luján”, la entidad que más recibió su decidido aporte.
Militando en las filas de la Unión Cívica Radical, en los comicios del 14 de abril de 1918 fue llevado como candidato a concejal, asumiendo el 1º de mayo de ese año. Desde entonces, no dejó de atender las cuestiones oficiales, y fue reelecto para componer el Concejo Deliberante en otras cuatro ocasiones.
Además, entre el 13 de agosto de 1922 y el 31 de diciembre de 1923 desempeñó las funciones de intendente municipal del Partido de 9 de Julio.
En 1933 fue elegido consejero escolar y al año siguiente presidente de ese cuerpo.
Como presidente del Consejo Escolar, expresó el maestro José G. García, “… tuvo […] el suficiente tino de facilitar la labor del magisterio, dándole absoluta libertad para el desenvolvimiento de su civilizadora misión, no puso piedras en el camino; al contrario, propendió en todo momento a que sus tareas resultaran fructíferas, efectuando él por su parte una administración encomiable y correcta…”.
Cuando Eduardo Fauzón fundó la Unión Comunal, Saralegui se convirtió en uno de sus referentes. De hecho, al fallecer se encontraba ocupado la presidencia del comité de esa fuerza.
Algunos rasgos acerca de su personalidad nos permiten conocer quienes fueron sus amigos, compañeros o correligionarios.  Para Carlos J. Poggi, Miguel Saralegui, “era la caballerosidad personificada. De pocas palabras pero de acción fecunda hizo un culto de la amistad y fue un consecuente y leal funcionario sin que nada ni nadie pudiera torcer la conducta que él se trazara, que siempre fue la línea recta, tanto en su vida privada como en su vida pública”.
Román Moro, por su parte,  agregó que “jamás tuvo odios ni rencores en su corazón; sus mismos adversarios políticos lo conceptuaron amigo… supo deslindar la grandeza de la amistad, de la consecuencia partidaria”.
Su amigo, Eduardo A. Fauzón, lo describió como un hombre que “irradiaba bondad que él derramaba a manos llenas, con el amplio gesto del sembrador y con la discreción del que hace el bien porque siente la necesidad de hacerlo sin contar jamás con la recompensa”.
“Los que –prosiguió Fauzón- tuvimos la suerte de convivir con él, conocíamos la exquisitez de sus sentimientos, que jamás variasen aunque el ataque injusto lacerase su corazón, ese corazón que cual un templo guardaba lo más santo que pueda abrigar un espíritu humano”.
Quien nos ocupa falleció en Cosquín, provincia de Córdoba, el 18 de julio de 1935. Entonces, se hallaba en esa ciudad buscando mitigar, con un clima más favorable, la grave dolencia que padecía.
Volviendo a citar el discurso de Fauzón –pronunciado en homenaje de nuestro personaje-, las décimas finales que el orador tomó del poeta, nos permiten hallar una mejor expresividad para concluir esta semblanza:

“Con tu fe y con tu amor
“Luchaste pero venciste;
“Hoy parece que te fuiste
“Porque cesó tu existir,
“Mas tu no puedes morir,
“Que los hombres de tu talla
“Es después de la batalla
“Cuando empiezan a vivir”.

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